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sábado, 27 de noviembre de 2010

Capítulo 7.









 Me latía el corazón a mil por hora. Sentía como el corazón se me desbocaba del pecho. El ascensor decidió ponerse en mi contra y no llegar al piso donde me encontraba para facilitarme la llegada, así que tuve que coger otro camino, las escaleras. Cuando por fin vi el último peldaño me animé pensando en lo típico de: venga va, que ya queda menos. Estaba claro, tenía que ponerme en forma. Llevaba años sin practicar ningún deporte en especial. Después de que mi abuela muriese dejé de hacer todas las cosas relacionadas con este, exceptuando las carreras en las rebajas y poco más, como las clases de educación física. Me marcó muchísimo esa fecha, para mi fue un punto de partida nuevo, otro punto más dentro de mi vida, y tras eso deje de hacer cosas que me llenaban de verdad, como el baile o atletismo.

1 de diciembre, 2008.

El cielo estaba nublado, y el ambiente húmedo. Llevaba todo el día lloviendo. La gente corría de unos soportales a otros con el deseo de no mojarse. Todo el mundo vestía acorde con los colores del día. Pero seguían siendo felices, riéndose. Niños chapoteando en los charcos y madres desesperadas a la salida del colegio, corriendo tras de ellos con su mochila y la merienda en la mano. Gente cansada que salía de trabajar y acudía a las paradas de los autobuses para reunirse con sus respectivas familias. Una pareja de jóvenes enamorados con un paraguas en la mano, pero sin usarlo, besándose bajo la lluvia con ojos esperanzadores. Todo parecía normal, estable. Para mí, sin embargo no lo era. Miraba tras la ventanilla esperando una respuesta a preguntas inexistentes. Seguía las gotas caer, simulando carreras de las que yo siempre escogía al caballo perdedor.
En el cementerio todo parecía diferente, más triste. El único toque de color que se podía apreciar era el verde esperanza del césped. Las ramas de los árboles se batían al paso del viento.
Todo el mundo esperaba la muerte de mi abuela, yo no. Los médicos hacia tiempo que ya habían dictaminado su final, pero yo me había negado rotundamente a aceptarlo y conllevarlo. Siempre fue una persona fuerte. Nunca pude ver en ella si quiera un resquicio de debilidad o tristeza. Simplemente quería transmitirme su felicidad para conseguir que me olvidase de mi pasado para vivir el presente.
Lágrimas saladas caían sobre mi mejilla dejando el rastro inconfundible de la tristeza. ¿Cómo iba a lograr vivir sin ella? Recordaba cada segundo que pasé con ella, desde cuando me empujaba el columpio hasta las riñas por salir corriendo de su mano y atravesar sola el paso de cebra, pasando por toda mi adolescencia. Me sentía mal, ¿cuantas veces podía haberle hecho enfadar por tonterías? Ahí es cuando me di cuenta de que tenía razón, y yo nunca me paré a pensar un segundo en que todo lo que hacía, lo hacía por mi bien.
Después de varios días mi estado de ánimo fue mejorando, pero, ¿qué iba a ser igual? Nada. Era un punto y aparte.

Por fin llegué a la puerta indicada por la recepcionista, tras un camino que se me hizo largo y pesado, y por otra parte, cansado. La puerta se encontraba abierta así que decidí entrar sin llamar. Cuando pasé simplemente vi una habitación, vacía. ¿Me habría equivocado? A decir verdad no me apetecía tener que volver a hacer la misma “maratón”. Salí de nuevo para comprobar que estaba en la habitación correcta, y sí, en efecto, lo estaba. Volví a entrar, esta vez más decidida añadiendo un: ¿hay alguien? Al cual no obtuve respuesta. Di un paso más para observarlo todo con otra perspectiva, y con más detención. No tenía derecho a estar allí, nadie me había dado permiso y para eso si que no me servía la excusa del fular. La habitación era bastante amplia y luminosa. Tenía dos camas, posicionadas a los extremos de esta. Entre las dos había una mesilla con una pequeña lámpara, del mismo color que el resto de la habitación. Al lado de la cama que supuse que era de Sonia, puesto que estaba algo desecha, estaba una gran ventana que daba a un patio trasero.
Sentí como alguien me tapaba los ojos impidiéndome seguir observando la habitación del hospital. Sentía sus manos calientes y podía oír su pulso tranquilo y pausado. Sí, era él.
-¿Quién te ha dado permiso para estar aquí?
Su voz era sería y fría. Puede que no hubiese hecho bien en ir.
-Lo siento, se que nadie me dio permiso, pero cuando entré pensé que podías estar dentro -mentí.
Se empezó a reír con tanta euforia que tuvo que sentarse en la cama para no caerse. Yo en cambio no le veía el lado gracioso a la situación, y me limité a sonreír esperando la respuesta a una pregunta que ni tan siquiera formulé.
-¿­Siempre eres tan crédula? Es broma mujer.
Se levantó dirigiéndose hacia una esquina. Allí se encontraba mi fular.
-Toma, vuelve a tus manos. Tranquila, lo cuidé bien.
Hora de irse. Ya tenía lo que quería y no podía hacer nada más allí.
-Gracias. ¿Algún día me explicarás como acabó en tus manos?
-Cuando quieras. Vamos a tomar un café.
Eso no era una pregunta, más bien era una orden. ¿Y porque iba a hacerle caso? No tenía ningún derecho a obligarme a hacer lo que el quisiera.
-Vale.
Era demasiado débil. Ahora la pregunta cambiaba, ¿y porqué no? Me apetecía hablar con él.
Bajamos, esta vez sí, en ascensor hasta la planta baja donde se encontraba la cafetería.
-Si no es mucho intrometerme, ¿qué le ha pasado a tu hermana?
Me miró sin comprender lo que acababa de decir. ¿A caso había dicho algo malo?
-¿Cómo sabes que le ha pasado algo a mi hermana?
Tonta de mí.   
-La recepcionista… Yo pregunté por ti en realidad, obviamente no estabas registrado, si no tu hermana.
Me contó que encontraron a su hermana en el suelo, que se había desmayado. Ya en el hospital ella les contó que cuando se marchó andando de la casa de sus amigas un grupo de “imbéciles”, dicho con palabras textuales, la empezaron a perseguir. Ella se asustó y empezó a correr. Sin darse cuenta de que ellos ya pararon de seguirla ella siguió corriendo, hasta llegar al punto de no poder más.
Tras casi una hora hablando nos despedimos, puesto que el iba a ver a su hermana,  y los resultados de sus análisis. Estaba tranquilo, seguramente le darían el alta ya al día siguiente.
-¿Nos veremos alguna vez más?
-Eso depende.
Por mi parte no me importaría, en absoluto. En fin, era simpático.
-¿De que? -Dijo intrigado.
-De si se me olvida algo o no, puede que tenga que volver a recoger, quien sabe, puede que mi cabeza la próxima vez.
-Siempre puedes darme tu bolso y venir mañana a por el.
Los dos nos reímos, y yo me marche deseándole suerte, o más bien a su hermana.
Por el camino me encontré con Alba. Llevaba bastante prisa así que no nos entretuvimos mucho, pero me tenía que contar algo, supongo que lo haría el lunes.
Al llegar a casa dejé mi abrigo en el perchero, y fui a dejar todo en la habitación. Pensé en todo lo que había pasado, en mi tarde con Alex, en mis reflexiones a cerca de baile. Sí, tenía que volver. En la academia hice muchas amistades, me lo pasaba bien y además hacía deporte. Hice mal en dejarlo, pero podía rectificar.
No había nadie en casa, así que me fui a dar una ducha y más tarde a cenar. Seguramente estarían con mi hermana en un mercado que ponían una semana al año en la plaza. Había pulseras, anillos, collares y todo tipo de accesorios. Se acababa al día siguiente y este alo aun no habían puesto un pie encima, así que eso era lo más probable.
Acabé de cenar sobre las once, y aún no habían llegado, ¿habrían salido fuera a cenar? No me preocupé, por el resto, todo parecía normal. Parecía.

1 comentario:

  1. Voy a resaltar la forma en que Nora se contradice. Piensa una cosa y dice o hace otra. Es genial, sigue así ;)

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