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jueves, 2 de diciembre de 2010

Capítulo 8.






“No, no, no, no. No me puede estar pasando esto a mí. Otra vez la misma historia de siempre. Un ser querido fallece, alguien muy importante para mi desaparece de una forma que los médicos denominan natural, pero que para mi no era natural, para mi era un castigo que se había planteado la humanidad imponerme cada cierto tiempo. Cada vez que mi vida conseguía ser estable una enfermedad, el tiempo o cualquier otro fenómeno natural o humano había decidido intrometerse en mi camino, eliminando las leyes de la justicia y ejerciendo las máximas trampas sobre mi vida. ¡No te vayas Cristina! Tú no, tú no, tú no.” Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me desperté con sudor frío sobre la frente. Un sueño, solo había sido un sueño. O más bien una pesadilla.
-Tú no- repetí en un susurro con intención de que nadie me escuchase.
Me aclaré los ojos para conseguir ver con nitidez el reloj que colgaba de la pared. Las tres y media de la madrugada. Tenía la garganta seca así que decidí ir a tomar un vaso de leche. Había una nota en la nevera, pero no me paré a leerla. Probablemente lo habría escrito mi madre para que lo leyésemos por la mañana. Estaba muy cansada así que volví a la cama sin más preámbulos.
“No me dejes tú también, Cristina no te vayas. Tú no.”
Otra vez lo mismo, la misma pesadilla con el mismo final, el mismo escalofrío, el mismo sudor en la frente, el mismo grito de desesperación: Tú no.
Me levanté exhaustada. Esta vez eran las siete de la mañana. Me senté en la cama aclarándome los ojos de nuevo, al igual que la anterior vez. ¿Qué quería decir esa pesadilla? Lo pasé por alto, otra vez. Me solía levantar a las siete y media, por lo tanto decidí no acostarme otra vez. Probablemente si lo hacía no me conseguiría despertar de nuevo, puesto que habría caído en un sueño mucho más profundo que los anteriores. Me vestí con suma tranquilidad, el tiempo no iba a ser un problema esa mañana.  Me acerqué al frigorífico, y esta vez sí, leí la nota.
“Nora: estamos en el hospital con Cristina. No te hemos llamado porque no es nada grave. No te preocupes y ve a clase, a la salida te recogeremos. Un beso, Dani.”
¿Qué no me preocupe? ¿Cómo que no me preocupe? Corrí hacia la habitación de mi hermana para cerciorarme de que eso no era una broma pesada de mi hermano.
En efecto, no estaba allí. Su cama estaba vacía y perfectamente echa, con las sábanas lisas esperando la llegada de mi hermana la cual se había ausentado esa noche, y esperaba que no fuesen más. En la nota ponía que no era grave, de lo contrario si que me habrían llamado. De todas formas no pensaba ir a clase, no estando mi hermana en el hospital.
Salí de casa lo más rápido posible cogiendo lo esencial. En apenas quince minutos llegué allí. Con el mismo mecanismo del día anterior pregunté por mi hermana. La dependienta me miró con una cara que no supe identificar del todo. Probablemente me recordaría. A decir verdad no era de extrañar, pasaba media vida entre esas paredes. Recordar eso me entristeció. Mi padre, mi abuela, y ahora mi hermana.
Entré corriendo a la habitación. Allí estaba, tan sonriente como siempre. Me tranquilicé del todo y busque a mi madre, pero no obtuve el resultado que esperaba, no estaba.
-¿Y mamá, renacuajilla? –pregunté acariciándole la frente.
­-Se fue fuera con unos señores, querían hablar  solas.
¿Hablar a solas? Eso no podía ser nada bueno. Entro mi hermano y me contó lo que había pasado. Como imaginé la noche anterior fueron al mercado puesto que era el último día que estaba en nuestra ciudad. Más tarde fueron a cenar. Cuando acabaron regresaron andando, y a mitad de camino mi hermana se desmayó, sin más.
Mi madre estaba hablando con los médicos, los cuales le estaban diciendo los resultados de mi hermana.
Estaba hablando con mi hermano cuando oí el grito eufórico de mi hermana:
-¡Mamá!
No había problema. Todos los resultados estaban perfectos según nos contó, sana como una manzana. El desmayo según habían dicho, podía haber sido ocasionado por una bajada de la presión sanguínea o a causa de una alergia, de lo cual tenían que hacerle pruebas. De todas formas esa no era su tesis inicial. Al parecer a esas edades eran bastante frecuentes los desmayos por un fuerte sentimiento de tristeza, o por lo contrario, alegría, o en último caso claustrofobia. No lo veía probable, sobre todo lo último, pero nada se podía descartar. Lo importante era que estaba bien. Mi madre se quedó en la habitación con mi hermana y nos dio dinero a mi y a mi hermano para que comiésemos algo el la cafetería.
Me moría de hambre, no había desayunado nada. Pedí dos menús del día, uno para mi y otro para Dani. Él no comió casi nada, estaba bastante desganado.
-Lo he pasado mal de verdad, ayer cuando se desmayó, se me cayó el mundo encima.
-Deberías haberme despertado cuando pasaste por casa.
-Te habrías preocupado demasiado, y al final no fue nada. Lo importante es que está bien. Voy al baño, ahora mismo vuelvo. Intenta que cuando vuelva quede aún algo en mi plato, ¿vale?
Me reí. Mi hermano cuando se lo proponía era un encanto, siempre preocupándose por su familia y amigos. Pero la pena era que se lo proponía pocas veces, por desgracia para el resto de la humanidad. Me centré en mi comida, la cual se convirtió en mi mayor amiga en ese momento. Alguien se sentó  en la silla de en frente. Sería mi hermano.
-¿Te has aficionado a esta cafetería?
Me equivocaba, era Alex. Se me había olvidado por completo que era hoy cuando le daban el alta a su hermana.
-La verdad es que preferiría no estar aquí. Ayer por tu hermana, hoy por la mía.
Le conté todo lo pasado, era lo menos que podía hacer después de lo hospitalario que fue conmigo el día anterior, y con la confianza que me lo contó todo sin conocerme apenas de nada. Justo cuando acabé de narrarle mi historia, o la de mi hermana, llegó mi hermano sentenciando nuestra conversación, poniéndole el punto final.
Alex se fue, hoy ya se iban de este terrible lugar. Yo esperaba hacerlo pronto. Estaba harta de pasarme allí las horas muertas, unas veces haciendo crucigramas y otras tan solo mirando por la ventana la gente pasar. El cielo se estaba nublando y las calles empobreciéndose de vida, convirtiéndose cada vez más grises. Siempre pensé que los sentimientos de las personas iban acorde con el tiempo que hacía. Cuando era invierno la gente estaba más triste y apagada, al igual que el cielo, gris. En verano sin embargo, siempre podías ver multitud de sonrisas por la calle. Lo añoraba. Todos los días en la playa, en la piscina, de compras o simplemente tomando una cerveza con mis amigos, con Adrián. Casi se me había olvidado por completo, casi.
Por fin le dieron el alta a mi hermana. Todo estaba en orden, perfecto. Tenía ganas de salir de ese lugar, se había convertido en mi segunda casa, y yo lo detestaba. Detestaba ese olor a puré, a enfermedad, las pareces llenas de carteles con información sobre virus y protecciones ante enfermedades, detestaba ver tantas caras tristes acumuladas en una misma habitación, gente saliendo a los pasillos apresurada por llamar a un médico y estos suspirando profundamente y escogiendo las mejores palabras para contar las peores noticias a familiares esperanzados y detestaba estar allí siempre por seres queridos. En pocas palabras: tristeza, sueños rotos.
Se me olvido pedir un justificante médico conforme había estado allí como acompañante, supongo que tendría que inventarme alguna excusa creíble.
Pensé en Alex, ¿le volvería a ver? Ahora él no tenía ningún objeto mío, ni yo excusas para volver a verle. “Podré soportarlo” pensé para mis adentros.
-Mamá, he pensado en volver al conservatorio de bellas artes, y apuntarme a danza. Pero claro, con tu consentimiento.
-Claro que sí. Necesitas distraerte un poco, y no pensar solo en los estudios. Los libros acabarán por comerte la cabeza.
-A las madres os encanta tener hijos estudiosos, no te quejes.
Ella se rió y no dijo nada más, así que volví a sacar el tema.
-En realidad, no solo quería decirte eso, necesito tu ayuda. Ya ha empezado el curso en el conservatorio, y no vale solo con pagar la matrícula, tendría que hacer una audición y esperar a que me cogiesen. Hay pocas plazas y si no lo hago bien tendré que esperar al próximo año.
-¿Y yo en que te puedo ayudar?
-¿No tenías una amiga que era profesora de baile? Quizás podría hacerme un hueco en sus clases, y ayudarme para la audición.
Puse cara de cordero degollado, nunca me negaba nada cuando lo hacía.
-Esta bien  -perfecto –se lo pediré.
-Gracias mamá.
Le di un beso y me fui a la cama. Sabía que haría lo que pudiese, si no tendría que apuntarme a alguna clase, pero era difícil teniendo en cuenta la altura del año a la que estábamos.
Estaba satisfecha, tenía cada vez más ganas de poder entrar en el conservatorio, a pesar de que eran muchas horas las que iba a pasar allí. Sin querer resultar hipócrita y con la máxima modestia posible podría decir que el baile se me daba bastante bien, y puede que no me costase demasiado entrar en el curso.
El viento azotó los árboles, la lluvia acarició los tejados y el sol se escondió definitivamente por el horizonte. Era hora de dejar que los sueños se apoderasen de mi noche y de que el destino tomase su curso normal de vida. ¿Quién sabe lo que me podría deparar el futuro? Puede que el baile cambiase mi vida dándole un giro de trescientos sesenta grados.

2 comentarios:

  1. Me gusta como avanza la historia, aunque pobre chica, qué de cosas la pasan! Cuida la ortografía ;)

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  2. Holaaa te encontré en la Página de Laura en el tueni, me gusta lo que escribes así que te sigo xD si quieres pasarte por mi blog te dejo el link vale?
    www.losfantasmasdeeos.blogspot.com

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