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sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 12.









La estrella polar era la que indicaba mi camino de vuelta a casa. Sentía el temblor de mis piernas al roce del aire frío acompañado de unas gotas congeladas que hacían que mi cuerpo se estremeciera, pero no importaba, nada importaba en ese momento. Algo en mi interior me decía que iba por el rumbo correcto, que pronto estaría en tierra firme. A cada minuto que pasaba apreciaba como el cielo se iba oscureciendo más y más. Miles de estrellas me observaban desde el firmamento, atentas a cada movimiento mío. Giré la cabeza para mirar a mi derecha, intentando no darle mayor importancia a las grandes olas negras que se estaban formando. Divisé al otro lado del barco una silueta que hizo mi mismo movimiento. Alcé la mano sobre la frente a modo de visera e intenté enfocar con más claridad mi objetivo sin obtener un buen resultado. El barco se empezó a agitar, pero yo en ese momento solo quería saber a quien pertenecía esa sombra. Por fin consiguió acercarse lo bastante para que lo viese y tras unos segundos de espera llegó a mi lado. Me acaricio la mandíbula con una cara enternecedora y más tarde me agarró la mano. No conseguía saber quien era, su cara me resultaba familiar, sabía que le había visto antes, que había hablado con él, que le había llegado a querer pero no conseguí identificar su cara en el cajón de mis recuerdos. Cada vez que tenía una pista más sobre quien era me olvidaba de todo otra vez, y solo podía sentir una cosa: confianza. Hasta llegué a pensar por un momento que la tormenta empezaba a amainar, y que no importaba que estuviésemos fuera, expuestos al peligro. Pero esa sensación no duró apenas un minuto. El barco se sacudió con intensidad dejando que una ola azotase nuestros cuerpos. Me agarré a la barandilla con toda la fuerza que pude sacar para conseguir salvarme, y lo hice. Me salvé, me salvé de la ola, salvé mi vida. Conseguí levantarme del suelo, respirando con dificultad. Las piernas me fallaban y todo me daba vueltas. Me centré, y miré otra vez a mi costado, no había nada, aire, lluvia, nada más. En efecto yo había salvado mi vida, pero no mi ilusión por ella, en ese momento me había quedad sola, él ya no estaba.

Me levanté de la cama sobresaltada. Había sido un sueño, solo eso. Un simple e insignificante sueño. Pero parecía tan realista. Decidí no darle demasiada importancia, pero no podía evitar pensar en su final, el cual me resultaba familiar. No porque estuviese en un barco, con una tormenta y expuesta al peligro sin tener una pizca de miedo, no. En realidad solo había estado una vez en un barco, y mi travesía se había limitado en tomar el sol, bucear y pescar, cosas a mi parecer, normales. Pero lo que me resultaba familiar era que ese alguien, esa persona importante para mi, había desaparecido. Como mi padre, como mi abuela. Y ahora que Adrián había tenido un accidente no podía evitar preocuparme. Pero él estaba bien, eso era lo que me habían dicho y confiaba en que fuera cierto, sí, tenía que serlo.
Me levanté de la cama decidida a pasar un buen día. No me preocuparía, no tenía porque hacerlo. Recibí varios mensajes, todos ellos me decían que ya tenían todo para el viaje a Madrid. Salíamos por la noche y estaríamos allí hasta el domingo por la tarde.

El sol iluminaba la playa, pero yo era la única que estaba allí. La brisa marina hacía que la arena revolotease bajo mis pies. Me senté a la orilla observando el mar en calma. Las gaviotas sobrevolaban las pequeñas islas de piedra que se formaban a lo lejos. Oía a los transeúntes por el paseo marítimo hablar, los niños gritaban, corrían, jugaban. La gente se encontraba feliz. Pronto iba a comenzar el invierno y no quedarían muchos más días como esos, y todo el mundo salía a la calle a aprovecharlo.
-¿Las niñas pequeñas no tenéis que estar en clase? –dijo alguien interrumpiendo mis sueños.
Me giré para observar de quien procedía la voz, pero antes de darme la vuelta ya lo sabía. Había pasado mucho tiempo, pero en ese momento me parecieron insignificantes las horas que había estado distanciada de él.
-¿Tan mayor te consideras, Alex?
Sonrió mientras se agachaba para darme dos besos y se sentó.
-¿Puedo acompañarte?
-¿No sería más educado preguntar antes de sentarte?
Se volvió a reír. ¿Cómo podía ser tan agradable hasta cuando yo era tan sumamente borde? Aún así yo también sonreí, el siempre conseguía que lo hiciera.
-¿Qué tal llevas lo de tu amigo?
-Intento llevarlo bien, pero para que engañarme, no lo consigo. No se pensar en otra cosa., no puedo distraerme.
Cambió de tema rotundamente. No supe si era porque no le agradaba hablar de Adrián o para distraerme, pero lo consiguió. Las horas fueron pasando y no me di cuenta de que el sol se fue ocultando tras unas espesas nubes negras dejando una manta oscura sobre nuestras cabezas. Empezó a diluviar y con ello empezamos a correr y cantar una canción a gritos. Me sentía eufórica. No tenía ninguna percepción del tiempo cuando estaba a su lado. Solo sentía la sangre hirviendo pasando por mis venas, ese cosquilleo irremediable en el estomago, esas ganas de vivir la vida sin que nada importe. Me cogió por la espalda y empezamos a dar vueltas hasta caer rendidos al suelo. Estaba empapada. Podía sentir la fría ropa adherida a mi cuerpo. El pelo alborotado y mojado se agarraba con fuerza a mi cara dejando visibles solo los ojos. La arena rascaba mi piel con intensidad, pero no importaba. Se acercó a mí y me miro. Me sumergí en sus oscuros ojos de color azul verdoso. No quería que acabase el día, solo quería permanecer allí tumbada para siempre, nada más importaba, él y yo. Se acercó alzando su mano sobre mi cara para apartarme el pelo de las mejillas, entonces me acordé: Adrián. ¿Cómo se me podía haber olvidado? Me levanté asustada y miré el reloj. En tan solo una hora saldría el autobús.
-Alex, me tengo que ir, lo siento muchísimo, de veras.
-¿Pasa algo?
-Llego tarde, lo siento.
Empecé a correr todo lo que pude pero estaba cansada. La ropa me pesaba más de lo habitual y sentía que todos los músculos me fallaban. Alex corrió detrás de mí hasta alcanzarme y me cogió por el brazo.
-Vamos Nora, te llevo yo.
-No hace falta, de verdad.
Me miró con cara enternecedora y acabé por aceptar.
-No tienes que ser siempre tan encantador.
Empezó a caminar hacia su coche mientras reía a carcajadas. Nos metimos en su coche y le miré extrañada.
-¿Qué te hace tanta gracia ahora?
-Vaya, creía que tenías mejor me moría ¿Te acuerdas en la fiesta de tu amigo? Te dije que me acabarías adorándome.
-¿Qué te hace pensar que te adoro?
-Me lo acabas de decir, has dicho que soy encantador.
-¿Y si no me gustan las personas encantadoras?
-Aún así te gusto yo.
-Estas equivocado.
-¿En serio lo crees?
-Sí.
Subí la música al máximo, ya no podía decir nada que yo pudiese escuchar. Pero ¿Y si tenía el razón? Me negué a aceptarlo. No podía querer a nadie, si lo hacía la terrible maldición de mi vida haría que acabase mal, como siempre.
Al llegar a mi casa subí las escaleras de tres en tres. No tenía tiempo así que metí cosas en la maleta sin mirar lo que llevaba y baje corriendo otra vez. Él seguía allí, esperándome. Bajó la ventanilla y esbozó una sonrisa.
-No tenemos todo el día –gritó.

Llegamos justo a tiempo a la estación. Allí divisé a mis amigas nerviosas mirando de un lado a otro. Celia estaba hablando por teléfono mientras Jimena y Alba miraban el reloj continuamente.
-Gracias Alex, me lo he pasado genial.
Salí del coche sacando mi pequeña maleta al exterior. Antes de que pudiese cerrar la puerta volví a oír su voz nombrándome de nuevo.
-Acabarás queriéndome.
El corazón empezó a latirme con fuerza una vez más.
-Si lo hago, no será racionalmente.
Cerré la puerta y corrí donde mis amigas.
-Creíamos que no llegabas, chica.
Sonreí sin dar ninguna clase de explicación. Se miraron perplejas. Esperaban que les contase lo que me había pasado, pero no tenía palabras. Subí al autobús sin volver a mirarlas, y ellas me siguieron atentas a cada uno de mis movimientos. Me senté al fondo y me apoyé sobre el frío cristal. Sabía que me acribillarían a preguntas, pero no cuando. El vehículo se puso en marcha pocos minutos después de subir. El sonido del motor acompañado del vaivén del autocar hicieron que me fuese quedando dormida, pero ellas no lo permitieron.
-Nora, estas deseando contárnoslo –exclamo Alba.
-¿Contaros el que?
-Venga ya, dime que has tardado porque no encontrabas el cepillo de dientes.
-En realidad no sabía que meter en la maleta.
-Y por eso llamaste a tu amiguito del coche, para que te ayudase a buscarlo ¿no?
-Bueno, me lo encontré por casualidad.
Nada de lo que había dicho hasta el momento era mentira. A él me lo había encontrado por casualidad y con las prisas tardé más en encontrar cada cosa que tenía que meter en la maleta.
-Nora nos conocemos.
-Está bien, era Alex, solo eso.
-¿El de la fiesta?
-Sí, me encontró en la playa por la mañana, y ya esta.
-Ya… Entonces has estado con el todo el día ¿no?
-Mirad, no ha pasado nada, si no os lo contaría.
No estaban muy convencidas con la respuesta, pero la aceptaron y dejaron de hablar durante todo el camino conmigo. Estaba agotada y aún sentía restos de arena bajo mi ropa. Casi no había tenido tiempo de secarme al llegar a casa, así que decidí que sería lo próximo que haría tras llegar al hotel.

-Nora despierta, estamos llegando.
Una suave mano me empezó a zarandear con cuidado. De fondo solo se escuchaba la radio y unas lejanas voces. Era Jimena, habíamos llegado. Tenía ganas de decir: déjame un poquito más, como cuando era pequeña y me tenía que levantar, pero no era lo más adecuado para el momento. Los párpados se me caían solos por su propio peso al igual que el resto de partes de mi cuerpo, pero tenía que levantarme.

En cuanto vi su dulce cara lo único que fui capaz de hacer fue saltar a sus brazos. Sí, lo echaba de menos aunque no fuese capaz de reconocerlo. Tenía la cara llena de magulladuras a causa del accidente y no era capaz de andar con su habitual paso lleno de elegancia. Su sonrisa era capaz de reconfortarte hasta en el peor de lo momentos de tu vida, pero sus ojos mostraban tristeza y preocupación.
-Nora, me haces daño.
-Lo siento –murmuré.
Le solté al instante, preocupada y miré otra vez sus brillantes ojos intentando adivinar lo que estaba pensando, entonces algo me llevó a alejarme de él, algo me decía que las cosas no iban a ser igual que antes, que había cambiado. Parecía distinto, no era el Adrián de siempre. Me había fallado, podía percibirlo en su triste mirada llena de odio y vergüenza. Sentía un fuerte impulso de alejarme corriendo de ese lugar pero al mirarle me obligaba a pensar que solo era una falsa impresión fruto de mi imaginación.

jueves, 20 de enero de 2011

Capítulo 11.









Mientras mis amigas, y al parecer el resto del universo que me rodeaba día a día se entusiasmaba cada vez más por la fiesta, yo fui decayendo en la más pura monotonía. Todos los días me levantaba exactamente a la misma hora para hacerlo mismo que había hecho el día anterior. Haciendo un balance general de mi vida, se podría decir que fui poco a poco -y sin querer darme cuenta, -convirtiéndome en un robot.
A mitad de semana ya conseguí acabar mi trabajo, si se le podía llamar así. En realidad, y para ser honestos tendría que añadir que las que lo habían hecho todo eran Jimena y Alba, ellas pensaban y yo escribía.
No volví a tocar la carta de mi padre. Aún así cada noche, tenía tentaciones de hacerlo cada vez que me iba a la cama. Siempre pasaba lo mismo, por lo tanto llegó a ser una rutina más para mí. Me tumbaba en la cama y miraba la mesilla unos segundos antes de alargar la mano para apagar la lámpara que reposaba sobre la fría madera, y era en ese justo momento cuando mi mano se desviaba de su camino y abría el cajón en el que se encontraba justamente los centímetros necesarios para ver que seguía allí. Estaba unos largos y pesados segundos mirándola. De una forma muy extraña un papel manchado de tinta era capaz de hipnotizarme de tal modo que no conseguía levantar cabeza. Por decirlo de alguna manera, cada noche quería asegurarme de que seguía allí, de que nadie la había tocado. Tras cerciorarme de eso, cerraba el cajón, apagaba la luz y me dormía.

-Nora, date la vuelta.
-¿Esto es necesario? –les reproché a mis amigas.
-Sí, lo es. Tú eres la única aquí que tiene el cuerpazo de Celia, necesitamos cerciorarnos de que le quedara bien el vestido.
Asentí con la cabeza. Jimena me lanzó otro vestido más y entre al probador. Mentían, las dos podían hacer perfectamente de modelo, o de maniquí dependiendo del punto de vista desde el que lo mires. Pero era más fácil sentarse en el antiguo banco que se encontraba en frente del probador y determinar cual era el vestido adecuado para Celia. Solo esperaba no tener que hacer lo mismo con el resto de los complementos, y no tener que aguantar mucho más tiempo entrando y saliendo de probador, aguantando risas por los extravagantes vestidos que me hacían probar. No las culpaba, yo también me reiría, esos “sacos” podrían servir para una fiesta de disfraces, pero no para su cumpleaños.
Tras una larga lucha con la cremallera de la espalda salí. Sus caras se fueron girando hacia mí, y sus ojos abriendo poco a poco al compás que su boca.
-Creo que ya está decidido ¿no? –exclamaron las dos al unísono.
Asentí con excesivo entusiasmo, más del que ellas esperaban que fuera a poner. La elección del resto de complementos fue bastante más rápida. A pesar de no saber cual era su numero, conseguimos llamar a su madre por lo tanto no fue un problema para nosotras conseguir unos zapatos que pegasen con el vestido.

Llegue a casa agotada, no era la típica persona a la que le entusiasmaban las compras, entrar y salir de los probadores, esperar largas colas para pagar y por lo tanto estar una mayoría de tiempo de pie.
Tras cenar fui al salón a ver la tele. Mis hermanos estaban peleándose en el sillón para conseguir el mando. No pensaba meterme, y menos sabiendo que la que iba a ganar era mi madre a pesar de que no entraba en la pelea, era la hora de las noticias. Cuando por fin remató su discusión me senté, esperando que pasasen las horas muertes. No había nada que captase mi interés, así que decidí ir a mi habitación, en la que no estuve mucho tiempo. Cuando por fin me acomodé empecé a oír gritos de mi madre llamándome. Acudí lo más rápido posible. Al entrar me encontré a mi madre con los ojos abiertos como platos, y tapándose la boca con la mano. Mi hermano empezó a recibir llamadas. Mientras tanto, mi hermana no sabía lo que pasaba. Ni yo.
-¿Mamá, qué pasa? –pregunté ansiando la respuesta como agua en el desierto.
-Nora…
-¡Mamá, Dani! ¿Alguien podría explicármelo?
- Nora, es Adrián.
¿Adrián? ¿Cómo mi madre iba a tener información de el y yo no? Instintivamente miré hacia el televisor preocupada, pero en ese momento las noticias ya habían dado lugar a los deportes. Mi móvil empezó a sonar, y el teléfono, y también el de mi hermano. Supuse que todas las llamadas me iban a dar la misma información, pero no corrí a cogerlo, espere a que me lo contase mi madre.
-Nora, ¿no te preocupes vale? Adrián está bien.
-¿Y porqué todos estáis así entonces?
-Ha tenido un accidente, ha salido en las noticias. Está en el hospital.
-¿Cómo que esté en el hospital?
-Nora, tranquilízate –me pidió mi hermano mientras apoyaba una de sus manos en mi hombro, -él está bien.
-¿Él? ¿Con quien iba cuando tuvo el accidente?
Observé como mi madre fulminaba a mi hermano con la mirada. No querría que me preocupase, pero
-Su padre, está bastante herido. A los demás ya les han dado el alta.
Una lágrima corrió por mis mejillas. Mi móvil volvió a sonar, y esta vez sí, corrí a por el. No me apetecía hablar con nadie, excepto con Adrián. Sopesé la idea de llamarle, pero no tarde en ser un poco más racional y darme cuenta de que no era la mejor opción. Él estaría en el hospital, al igual que su padre el cual debía ser el centro de atención debido a la gravedad en la que se encontraba, y sería muy descortés por mi parte molestar al resto de su familia en los momentos que estaban pasando. Lo más razonable y amable por mi parte sería visitarles, pero no lo veía posible, por lo tanto decidí esperar a que se calmasen las cosas para llamar y darles mi apoyo.
-Nora, ¿te has enterado?
-Sí, al parecer he sido la última en hacerlo.
-Vaya, he pensado que podíamos atrasar el cumpleaños de Celia y cogernos un autobús a Madrid –dijo mi amiga con una notable voz de tristeza.
-Alba eso es imposible, está todo encargado.
-Nora… Esto no deberías saberlo, pero no estaría bien de nuestra parte celebrar el cumple sin él.
-¿A que te refieres?
-Nora, era una sorpresa, iba a venir.
Un alarido salió de mi boca. No daba crédito a lo que oía. Él iba a presentarse en la fiesta y yo no lo sabía. Pensé en enfadarme, pero no tenía fuerzas, y tras pensarlo mejor… En fin, eran mis amigas, no lo habían hecho con mala intención.
-Está bien. Envíame la lista de invitados entera, yo me ocuparé de aplazarlo, ¿el resto lo podéis hacer vosotras?
-Caro. Hay gente que no está en la lista, pero supongo que les avisarán sus amigos. Mañana hablamos, buenas noches.
Antes de tirar el móvil sobre la mesilla miré todos los mensajes. Había recibido llamadas de bastante gente, entre las cuales estaban Jimena y Celia. Sopesé la idea de llamarlas yo, pero estaba cansada así que decidí hacerlo al día siguiente, cuando todo estuviese más calmado.
Encendí el ordenador para abrir el correo. Alba había sido más rápida que yo y le había dado tiempo a enviarme la lista. Hice un mensaje común para todos los contactos y le di a enviar. A mucha gente no le iba a sentar bien que se le fastidiasen los planes para el fin de semana, pero tendrían que entenderlo. Seguí mirando el resto de correos sin mucho interés, hasta que vi uno que me llamó la atención, puesto que era de un contacto desconocido, pero con un nombre que hizo que me latiese el corazón: Alexcantantehotmail.com
Lo abrí sin pensármelo dos veces y empecé a leer.

Nora, supongo que ya sabrás quien soy. ¿Ya está bien tu hermana? Supongo que sí. En realidad te envío esto para preguntarte, y espero no resultar muy atrevido, si quieres venir conmigo a una fiesta. Es este sábado. Me invitaron el otro día y no tiene mala pinta, lo pasaremos bien. Un gran beso: Alex.

¿Atrevido? No, había resultado encantador, como siempre. Otra fiesta más a la que no podría ir, pero de todas formas era imposible, las dos serían el mismo día.

No te envío esto como una excusa si mucho menos, pero es imposible. Adrián ha tenido un accidente y vamos a ir a visitarle este fin de semana. Lo siento mucho, y pásatelo en grande. Un saludo: Nora.

¿Todo lo bueno tiene que pasar cuando hay algo malo por medio? Tenía ganas de verle, y también a Adrián. Me sentía culpable por no haberme acordado de ellos, y no haberles llamado, ni hablado con ellos en tanto tiempo. Adrián iba a venir a pesar de la distancia, y Alex me había invitado a la fiesta. ¿Y que había hecho yo por ellos? Sólo se me ocurría una respuesta: Nada.
Me tumbé sobre la cama y apagué la luz, y entonces recordé por primera vez en mucho tiempo una frase: “Quiero que cada vez que te pase algo malo te acuerdes de esta carta, que te acuerdes de mi regalo.” Alcé la mano a ciegas para abrir el cajón que había guardado tantas noches mi carta, y la rescaté para apretarla fuertemente contra mi pecho. Una lágrima volvió a brotar de mis ojos. Me había regalado su fortaleza y su valentía. No quería que estuviese triste, así que me intenté convencer a mi misma de que no podría llorar. Era fuerte, no podía derrumbarme en cada momento de debilidad. ¿Podía? Me repetía una y otra vez que no, sin mucho éxito. Guardé decepcionada de mi misma la carta otra vez en su fría celda. ¿Qué me estaba pasando? Antes de cerrar el cajón, miré una última vez por ese día las palabras de mi padre. Mis ojos se iban acostumbrando poco a poco a la oscuridad, así que conseguí ver con suficiente claridad su bonita letra, y me acordé de él una vez más. Recordé la multitud de veces que me sentaba en su regazo mientras escribía cosas ilegibles para mí en ese momento, y yo admiraba la destreza con la que usaba su pluma mientras le preguntaba cosas sin sentido. Él se reía y contestaba a todas ellas con la mayor dulzura y precisión posible. Eso me hizo recordar una pregunta en concreto. Una niña de mi clase se había puesto a llorar, y el resto de niños con crueldad re reían por ello. Yo no lo entendía así que le pregunté a mi padre si llorar era malo, a lo que el me contesto que no, llorar no era malo si el motivo por lo que lo haces lo merece, si lloras por algo que realmente sientes. Eso me hizo entender la carta. Él lo que no quería era que llorase por él, consideraba que lo importante era seguir la vida para impregnarse de todo lo bueno que tiene. Me regalaba su valentía, su fortaleza, para que supiese afrontar los malos momentos, pero no por ello no debía llorar si como él me abría dicho hace tanto tiempo, la ocasión lo merecía. Lancé un beso ahogado entre lágrimas al aire, en dirección a la carta y cerré el cajón definitivamente.
Me levanté de la cama para abrir la persiana y volví, esta vez para quedarme sentada.
Observé una farola a lo lejos que alumbraba una antigua casa de piedra que se encontraba en medio del bosque. Gracias al grueso cristal de mi ventana se podían observar unos extraños rayos de luz que salían de ella en forma de zigzag. La primera vez que dormí en esa casa, tras leer la carta de mi padre y guardarla entre los libros de mi estantería abrí la persiana para observar las estrellas, pero la contaminación lumínica me lo impedía, con lo que solo pude observar aquella solitaria farola. Mi imaginación salió a volar y creó una historia que se había convertido en mi particular fantasía. Esa luz que impedía ver las estrellas, no era nada más ni nada menos que otra estrella. Era tan grande y luminosa que conseguía hacer que las demás estrellas pasasen desapercibidas. Todo el cielo la envidiaba por su belleza. Era más grande que el sol, pero se encontraba a mucha más distancia y por eso no se distinguía al igual que él. Alrededor de ella también había planetas, y entre ellos estaba uno que resplandecía por su color azul. Se creía que era el hermano de la tierra por su gran parecido, pero yo sabía que era el lugar del que tanta gente hablaba, pero desconocían donde se encontraba, y allí, era donde se encontraba mi padre. Un lugar mejor, donde reina la paz y solo iba la gente que en la vida se había portado bien. Por eso se llamaba cielo, porque era donde lo veíamos cada noche. La gente, ocupada con su rutinaria vida no se daba cuenta de su existencia, pero yo si que lo veía, y lo miraba cada noche para saber que todo estaba en orden, que seguía allí. Me sorprendí al recordar la historia que fui capaz de crear. Nadie sabía de su existencia excepto yo. A medida que fueron pasando los años fui dejando la costumbre poco a poco, hasta convertirse en una fantasía de niña pequeña, pero esta vez la miré con más intensidad que todas las otras veces. Se encendía y apagaba continuamente, débil después de tantos años trabajando sin descanso, hasta apagarse definitivamente. Lo tome como una señal que sabía que no tenía sentido. Ya no necesitaba saber que mi padre estaba bien, había crecido, y con recordarle de la mejor manera posible me bastaba. Él era, y lo seguiría siendo para siempre, el mejor padre del mundo.
Me sequé las lágrimas mientras me tumbaba en la cama. Me arropé con inseguridad. Inseguridad por no saber lo que me esperaba, pero no solo mañana, si no el resto de mi vida. Solo sabía con certeza que lo único que me iba a acompañar siempre era el regalo de mi padre. El regalo más generoso que me habían hecho nunca: Valentía y fortaleza. Lo último que recuerdo de esa noche fueron las palabras que le susurre al viento esperando que llegasen a algún lugar perdido de la imaginación de una niña pequeña: Gracias, papá.

martes, 4 de enero de 2011

Capítulo 10.






Las siguientes semanas trascurrieron bastante rápido. Asistí a las clases de Paloma, la amiga de mi madre. En ellas no ponía mucho interés, simplemente me había enseñado lo que estaban haciendo todos en conjunto en las semanas anteriores, pero yo lo que necesitaba eran clases particulares. Ella noto mi desgana en las clases, y al darle el motivo por el cual estaba así decidió que lo mejor sería que fuese yo sola. Para mi sorpresa no me dio otra hora, si no que se la cambió a los demás.
La audición fue muy bien, mejor de lo que esperaba, y después de hacerla solo tarde una semana en incorporarme a las clases.
Era viernes y mis amigas ya estaban chismorreando sobre lo que iban a hacer el fin de semana. Observe como Celia se levantó y fue corriendo hacia su novio. Hacía un mes que estaban saliendo. Se llamaba Dani, pero nadie le llamaba así, todos le llamaban por su mote, “Moreto”. Era bastante guapo. Alto, rubio, ojos azules… Todas esas cosas que hacen que la gente se le quedase mirando cuando pasaba por los pasillos. Me alegraba por ella, desde que estaba con él se la veía más feliz. Siempre estuvo acomplejada pensando que era la mas fea, gorda, y la que menos ligaba. Ahora “Moreto” le había quitado todas esas tonterías de la cabeza.
-¿Nora, estas escuchando?
-Claro, claro.
No tenía ni la menor idea de lo que estaban hablando mis amigas, y tampoco me salí con la mía, no pude seguir al margen porque me habían preguntado algo, y yo no sabía lo que era.
-¿Entonces que opinas?
-Querida, espabila, llevas semanas en plutón, aterriza de una vez.
-Decíamos que va a ser el cumpleaños de Celia. ¿Ideas?
-Ya sabéis mi opinión, una fiesta por todo lo alto.
-Es su cumpleaños, -intervine -si hace una fiesta o no… ¿no lo tendría que decidir ella?
-Nora, con el paso del tiempo, te me vas amuermando.
-Es verdad, ¿nunca has oído hablar de una fiesta sorpresa?
-Venga, ayúdanos, por favor, por favor, por favor.
Empezaron a suplicarme al unísono poniendo cara de corderito degollado. Les hacía mucha ilusión, seguramente más de la que le iba a hacer a Celia.
-Este bien, solo nos queda una semana, habrá que ponerse ya con ello ¿no?
-Ya lo tengo todo pensado. Jimena se encargará de comida, bebida y local. Yo música, decoración y de informar a la gente.
-¿Y yo?
Mejor, sin nada que hacer. Me extrañaba que me hubiesen excluido del plan pero no me entristecía, se esta mejor con las manos en los bolsillos.
-Tú, Nora, tú harás la lista de los invitados.
-¿Eso no lo hacías tú?
-No, yo les aviso, tú haces la lista.
Perfecto, la peor parte de todo. Tenía que saber perfectamente quienes eran sus amigos y quienes no. Dicho de otra forma: quienes serían bien recibidos en la fiesta y quienes no. Pero claro, si invitaba a algunos, entonces me veía obligada a invitar a otros, y así sucesivamente, un bucle sin salida al que yo tenía que buscar el final.
-No es más fácil poner un cartel de: entrada 5€, para el regalo. Y que vaya quien quiera.
Las dos me miraron con cara fulminante, no se me volvería a ocurrir pensar algo así, o podía morir.
-Shh, chicas, ahí vuelve.
Nos callamos al instante. No sabían disimular muy bien, y no consiguieron sacar otro tema de conversación, seguramente empezó a olerse algo. Jimena y Alba estaban demasiado felices, a mi la idea tampoco me entusiasmaba tanto, una fiesta, otra más. Preferiría hacer algo más original, pero tampoco se me ocurría nada.
Al llegar a casa lo primero que hice fue mirar mi agenda: Exámenes, exámenes y más exámenes. El cumpleaños era en una semana y tenía que ponerme con ello, si no podía darme por muerta, pero también tenía que estudiar, y mucho. Decidí que mi prioridad era seguir viva ante todo así que empecé a hacer la lista.
Tras una hora conseguí arrancar, sí, había 20 personas invitadas, podía empezar a preparar el funeral. Tenía que despejarme así que cogí mi mochila y me fui al conservatorio. Allí todo cambiaba, conseguía liberarme de todas las presiones del día y relajarme. Había hecho bien en volver, y no sabía cuanto. Al acabar la clase todo el grupo me llamó y me invitó a ir a tomar algo. ¿Y porqué no? Accedí y después de ducharnos fuimos a un pub llamado Samen. Era bastante alargado con dos pisos. En el de arriba había solo dos mesas y espacio para bailar. Abajo se encontraba la barra, y al lado contrario de esta una amplia cristalera oscura. Al fondo se encontraban los baños y un escenario pequeño. No tenía mucho más, cuadros de grupos y cantantes desconocidos para mí y una guitarra eléctrica colgada de la pared.
-¿Nora, que haces aquí?
Me giré para ver quien me hablaba y para mi sorpresa encontré a alguien conocido, muy conocido.
-¿Y vosotras?
Me volví a girar y les presente a todos a Jimena y Alba. No tenía ni idea de que conocían aquel lugar. Me explicaron que lo encontraron por casualidad mientras buscaban el local para la fiesta. En seguida congeniaron muy bien con mis compañeros incluso se animaron a bailar con todos nosotros, a pesar de que decían que no estarían a nuestra altura, que éramos “profesionales de la materia”
-Ya va siendo hora de que nos vayamos nosotras tres –dije mirando el reloj.
-El próximo sábado haremos una fiesta en el Bertmon, espero veros allí a las once y media –intervino Jimena.

Salimos y me acompañaron a casa, desde allí ellas se marcharon en un taxi. Al entrar en casa lo primero que hice fue apuntar quince personas a la lista, no estaba mal, iba aumentando el número de personas.

En otro lugar de esa misma ciudad.

Entró corriendo a coger el móvil que llevaba sonando un buen rato.
-¿Tienes ya la música?
-Primero se dice hola, y sí, lo tengo.
-Gracias Alex, eres un cielo.
-Nada, sabéis que me tenéis aquí para lo que sea, mañana os lo doy.
-No hace falta. ¿Tienes algo que hacer el próximo sábado?
-No tenía pensado nada
-Pues a las once y media en el Bertmon. Nos han invitado a una fiesta.
-Vale, nos vemos.
Un “bip” finalizó la llamada. Le sentaría bien esa fiesta, sobre todo después de esa semana en la que no dejaba de pensar en la misma persona. Sacudió la cabeza molesto, tenía que olvidarse de esa muchacha.

En ese mismo momento en otro lugar del país.

La pantalla del móvil empezó a iluminarse con un nombre en la pantalla: Alba.
-¿Tú llamándome a estas horas?
-Se que estabas deseando hablar conmigo.
-Que facilidad para leer la mente tuviste siempre.
-Fuera bromas. El próximo sábado es la fiesta de cumpleaños de Ce, cuanto con que cojas un bus y abandones Madrid por un día, Adrián.
-Haré lo que pueda.
-Te voy a ver sí o sí, si hace falta te voy a buscar yo. Ah, no le digas nada a Nora, que sea una sorpresa. Lleva unas semanas en las nubes, le alegrará verte.
-No se, llevo desde que me fui sin saber nada de ella.
-Hazme caso, buenas noches.
Ya tenía planes para el próximo fin de semana. Llevaba semanas pensando en volver y ver a sus amigos, ver a Nora. Solo pensaba en ella, la echaba de menos y esa era la excusa perfecta para ir y ver a su amiga. Se volvió a tumbar en la cama y se durmió. Los días se le iban a hacer eternos esa semana. ¿Qué pasaría en la fiesta? No lo podía saber, nadie podía saberlo, ni siquiera el destino, el cual estaba jugando a dos bandas.