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sábado, 13 de agosto de 2011

Lo dejo:

Sintiendolo mucho ya no pulicaré más capítulos del libro. Lo que me falta mayoritariamente es tiempo, pero un poco de todo influye en la decisión. Un gran beso a todos.

martes, 12 de julio de 2011

Capítulo 16.



Un suspiro del corazón. Algo oprimió la razón para dar paso a la emoción que se siente al improvisar. Un latido aletargado con sonido a impaciencia, una mirada robada… Miles de emociones invadieron mi cuerpo a la vez haciendo que me ruborizase. Todo volvía a ser como antes pero yo me sentía más fuera de lugar que nunca. Estaba bien con mis amigas, con mi familia, con Alex… y con Adrián. ¿Eso quería decir que iba a volver todo a la misma tranquilidad de antes? No lo sabía. Pero… por primera vez en mucho tiempo podía respirar satisfactoriamente. Antes, sin embargo, algo oprimía mis pulmones haciendo que me sintiese cansada… pero ya nada de eso pasaba.
Y ahí estaba él, con su habitual sonrisa. Hacía tiempo que había dejado de escucharle, ahora solo oía el bullicio de la cafetería que se llenaba cada vez más. Gesticulaba mucho –más de lo que lo hacía antes –y su cara se entristecía continuamente, seguramente cuando hablaba de las peores partes de su antigua vida. Pero no me importaba la historia, lo importante ya lo había escuchado. “Me arrepiento mucho Nora, y si pudiese volver atrás… no lo dudes, lo haría. Pero no fue tan fácil como crees, solo hace falta mirar mi cara, da pena…” En realidad, en eso si que tenía razón: daba pena. Tenía un ojo hinchado y muy morado. Los pómulos estaban llenos de heridas, que a mi parecer, debían ser examinadas por un médico. Tenía el labio cortado por dos partes y la nariz ya no se podía reconocer por lo que era antes. En cuanto al cuerpo… no era más que un cuadro de moratones de todos los colores y tamaños posibles. Me extrañaba hasta que pudiese andar en ese estado. Pero el seguía en un estado de aparente calma, contándome como había llegado a entrar en esa banda y lo que le había hecho recapacitar y salir de ella: yo. ¿Era yo la culpable de que estuviese así? Empecé a sentirme mal por ello…
-¿Nora me estás escuchando? –dijo mientras movía los brazos de una forma muy graciosa.
Esbocé una forzada sonrisa, triste y amarga. Todo esto nos había causado mucho dolor, pero no iba a volver a pasar. Nunca más.
-Adrián tiene que verte un médico…
-¿Esa es tu conclusión después de todo lo que te he dicho? Vaya, me siento un poco ridículo. Apostaría bastante a que no has escuchado nada de lo que he dicho.
-Venga ya Adrián, no seas tonto. Mira como estás, tu cara se esta hinchando… La gente va a pensar que tus padres te han dado una paliza o algo así.
-Nora mi cara ya no se puede hinchar más, es una especia de globo viviente, pero me da igual. Y no se que quieres que te diga, igual prefiero que piensen eso. De todas formas no creo que tengan tanta imaginación para pensar que un imbécil como yo acabo así porque sus queridos amigos nazis decidieron meterle una paliza cuando les dijo que se acababa, que se iba…
-Visto así… -en ese momento me acorde de sus padres, habían tenido un accidente y yo aún no sabía nada de ellos –igual tienes razón. ¿Qué tal están tus padres?
-Es verdad, aún no sabes nada de ellos desde el accidente –dijo como si me estuviese leyendo el pensamiento –la verdad es que yo tampoco se mucho de ellos. ¿Suena triste verdad? Están recuperados del accidente, pero ellos tampoco saben nada de mí. No saben nada de mis amigos, y seguramente ni se imaginan que esté aquí, pero pienso quedarme.
-Espera ¡¿Qué?! ¿Qué pasa con tus estudios? ¿Vas a dejar el curso que empezaste en Madrid?
-No seas ingenua, deje de estudiar hace ya bastantes meses. ¿Qué esperabas que me llevase los libros a cada juerga de los tíos estos?
-¿Y de donde vas a sacar el dinero?
Me empecé a preocupar otra vez. Dejaba de estudiar, se venia vivir solo, no sabía nada de la vida de sus padres (ni tampoco ellos de la de él). Y aún así el parecía estar muy tranquilo, como si tuviese planeado cada paso que iba dando.
-Pues supongo que buscaré un curro, como todo el mundo, ¿no?
-Un curro… No esta tan fácil la cosa…
-Nora no puedo volver a Madrid. He hecho todo esto por ti, así que por lo menos intenta echarme un cable, o al menos no le pongas pegas a todo lo que digo…
-No son pegas… es solo que estoy preocupada por ti, nada más.
-Está bien, anda vamos, que te llevo a casa, se está haciendo tarde…
El camino transcurrió en silencio. No me molestaba, me había acostumbrado a ello y el silencio no era algo que me incomodase, pero me sentía más observada que nunca. Sabía que no era a mi a quien miraban, si no a Adrián. Eso era algo habitual en él, siempre llamaba la atención de todas las chicas, pero es que ahora no era solo de las jovencitas pijas que empezaban a menear la cadera cuando le veían. Ahora eran chicas jóvenes mayores, niñas, señores… Todos miraban su cara llena de heridas y un aspecto horrible, digno de una buena paliza, pero él no abandonó su sonrisa en ningún momento.
-Ya hemos llegado…
-Sí… ¿nos veremos mañana?
-No creo, ya te dije que estaría buscando trabajo y eso, pero el lunes te voy a buscar a clase y te llevo a comer.
-Pero…
-¡No acepto un no por respuesta, –dijo mientras se iba antes de que pudiese protestar –gracias por todo!
-Pero si yo había quedado ya –dije en un suspiro completando la frase que no había podido terminar.
-¡Será capullo! Venga ya… ¿un cuatro? Todo el mundo sabía que ese examen lo tenía aprobado. Y vosotras no me creíais cuando decía que me tenía manía ¿eh, eh?
Seguramente Celia tuviese razón. Siempre sacaba buenas notas (muy pero que muy buenas notas), y tener que ir a una recuperación… eso era algo que nunca antes había estado en su agenda.
-¿Y no puedes reclamar y que te lo corrija otro profesor?
-Que va tía, estos hablan entre ellos, me harán la vida imposible. Lo que le jode es que un día se equivocó en clase y yo le corregí, y desde entonces mira como andamos…
-No se donde le ves el problema, todo lo demás son notables y sobresalientes. Mírame a mi, me quedan unas cuantas y no le pongo tantas pegas –dijo Jimena que siempre había sido la que menos estudiaba. No entendía como aún no había repetido curso.
Seguí andando sin hacer mucho caso a la conversación. Yo había aprobado todo, pero tampoco había sido para echar cohetes. Me daba igual, solo quería unas vacaciones para poder descansar de una vez.
-Chicas… ¿no es ese Adrián?
-Cómo va a ser ese Adrián, mira que pinta tiene Celia…
Sí que lo era, y en realidad había mejorado de cómo lo había visto yo el sábado.
-Sí que lo es, y yo he quedado con él. ¿Esta tarde nos vemos no?
-Creo que nos hemos perdido bastante de esta historia. ¿Qué le ha pasado en la cara?
-Nada importante –dije intentando que mi voz no me delatase.
No podía contarles la verdad, en todo caso eso tenía que hacerlo Adrián si quería.
-Venid esta noche a dormir a mi casa –sentenció Alba –tenemos mucho de lo que hablar todas.
Definitivamente, tenía que inventarme algo.
-¡Claro! Allí nos vemos.
-La verdad es que no había pensado en que contar al resto de la gente, –dijo Adrián mientras se metía en la boca un trozo de pan –solo pensé en ti.
Ese último comentario hizo que me ruborizase. ¿Seguiría sintiendo lo mismo por mí? Él no sabía lo que sentía por Alex. De todas formas, antes de que se fuese ya le había dejado claro que entre nosotros no podía haber más que una gran amistad.
-Pues… Puedes decirles que no te acostumbrabas a la gran ciudad, que echabas de menos esto… Y que a tus padres no les parecía mal que te vinieses aquí otra vez… Y en cuanto a tus padres, creo que tendrías que hablar con ellos –dije mientras cogía mi refresco.
-Dale tiempo al tiempo, la prioridad son nuestros amigos, cuanto antes hable con ellos mejor, ¿no crees?
-De hecho hoy voy a ir a dormir a casa de Alba, y me van a preguntar.
-Perfecto, diles eso. Cuando hable yo con ellas les diré lo mismo.
-De todas formas, es necesario mentir. Si son tus amigos creo que lo entenderán.
-¿Lo entendiste tu en ese momento? No es que quiera esconder mi pasad, es que quiero olvidarme de él.
-¿Y que les digo de tu aspecto?
-¿Le pasa algo? Vaya, creía que seguía siendo tan guapo como antes –bromeó.
-Sabes perfectamente a lo que me refiero –dije entre risas.
-Una pelea de bar, nada del otro mundo. Estaba yo tan tranquilo tomándome una coca-cola cuando oí a un tipo muy descarado y un poco borracho insultando a una de las camareras. Y claro, ya sabes como soy yo, me meto siempre donde me llaman… Así que me giré y le dije con tono amenazante: Tío, o te callas o te callo yo la boca de un puñetazo, –dijo simulando una voz mucho mas grave y ronca que la suya, y con un tono muy gracioso que me hizo sonreír –así que no te andes con tonterías. Entonces es cuando el se giró y pude ver la que me esperaba. ¡Era un tipo gigantesco! Y para colmo de los colmos, era quinto Dan de Judo… Y bueno, a partir de ahí ya se sabe lo que pasó, ¿no?
-¿Esperas que eso suene creíble? –dije sin poder contener la risa.
-¿Si omitimos la parte de quinto Dan de Judo mejor no? El resto creo que más o menos puede colar.
Los dos nos volvimos a reír, mucho más enérgicamente que antes. Hasta ese momento no supe cuanto había añorado esos ratos con él.
No se podía ver ni un alma en la calle. Las farolas alumbraban vagamente la acera por lo que era difícil ver por donde ibas. De todas formas me sabía de memoria el camino a la casa de Alba. No estaba precisamente cerca de la mía pero era agradable dar un paseo a esas horas de la noche. Hacía frío, pero eso no me importaba. Resguardé mi boca en la bufanda marrón de lana mientras colocaba la pequeña maleta de Bob esponja en el hombro contrario a donde la había llevado todo el camino. Ya podía ver la casa. Me alegré de estar tan cerca. Tenía ganas de comer ese rico bizcocho que nos hacía siempre su madre con chocolate caliente y calentar mis pequeñas manos.
Cuando estaba delante de la puerta suspiré mientras llamaba al timbre. Preparada para contarles “todo” lo que sabía…
Fue Jimena la que me abrió, lo que me extrañó ya que no era su casa…
-¿Y Alba? –pregunté extrañada mientras entraba en la casa.
Respiré hondo para poder percibir bien ese olor que tanto conocía y que caracterizaba esa casa. Siempre me había gustado estar allí. Era muy acogedora y tranquila. Nunca nadie gritaba ni alzaba la voz demasiado. Todos los muebles, paredes y objetos eran de colores claros y poco llamativos. Sin duda esa casa se amoldaba a la perfección con la forma de ser de Alba.
-Esta arriba, con Celia. Al parecer el capullo de su novio le ha puesto los cuernos. Creo que el chocolate con bizcocho hoy nos va a durar poco, ya sabes, –bromeó sin demasiado entusiasmo –el dulce calma los males.
Estaba claro –pensé –en mi caso, después de la calma viene la tempestad.

jueves, 9 de junio de 2011

Capítulo 15









-Nora espérame por favor –gritó Alex al tiempo que me agarraba del brazo impidiendo que siguiese corriendo.
-Alex déjame, déjame irme, escaparme de todo, quiero que acabe el día de una maldita vez, quiero llegar ya a casa y estar sola –dije mientras rompía a llorar una vez más.
-Déjame ir contigo, cuéntame lo que te pasa y deja que te ayude.
-Lo siento.
Me di la vuelta y comencé a correr de nuevo escaleras arriba. Al llegar a mi casa abrí lo más rápido que pude pero el ya estaba allí, aguantando la puerta para que pasase, sin intención de hacerme caso y marcharse. Cuando iba a empezar a hablar mi madre apareció junto a mi hermana. Las dos se nos quedaron mirando sin decir ningún comentario respecto a Alex, y se marcharon abriéndose paso entre nosotros.
-Nora –dijo mi madre cuando estaba ya bajando por las escaleras –hoy no vamos a dormir aquí, después llegará tu hermano, tenéis la cena preparada en el microondas.
Me dispuse a entrar y cerrarle la puerta a Alex, pero él fue más rápido y colocó su pie entre la puerta y la pared para impedírmelo.
-No aceptaré un no por respuesta ¿me invitas a cenar?

Me miró a los ojos como hacía de costumbre, pero esta vez no fue como las otras. Era otra mirada, más limpia, más brillante, más pura. Me agarró las manos y me susurró al oído que no pasaba nada, que junto a él todo iba a salir bien.  Le quería, estaba convencida de ello. Se acercó poco a poco a mí, sin apartar sus ojos de los míos y me besó. Un beso cálido, intenso, duradero. Ahí es cuando comprendí que un beso lo podía ser todo, cuando comprendí que algo tan sencillo como eso podía ser lo más complejo del mundo, y encerrar sobre si toda una vida, resumir todos los sentimientos. Que nos puede hacer olvidarlo todo, pero también recordar lo mejor de la vida, que puede ser mágico o devolverte a la tierra en un segundo, eliminar todos los problemas, y que a pesar de que te deje solo ante el peligro, puede hacer que te enamores perdidamente de alguien y no sentir miedo nunca más.
–Ven aquí –me susurro al oído mientras levantaba en brazo para que me apoyase sobre su pecho –creo que deberías hablar con él, todos podemos pasar por malas rachas, y cometer errores, incluso hacer lo que hizo él.
–Mañana será otro día –dije mientras cerraba los ojos –ya hablaremos de ello.

Cuando me desperté mis padres no estaban en casa, ni tampoco mis hermanos, pero lo que más me dolía era que Alex tampoco se encontraba allí. Le busqué por todas partes con esa pequeña esperanza de que apareciese en el rincón más inesperado de la casa, pero mi esfuerzo fue en vano. Al volver a mi habitación encontré una nota suya encima de la mesa. Antes de leerla fantaseé con la idea de que había ido a la mejor churrería de la ciudad a comprarme el desayuno como si de una película se tratase, o que quizás estaba preparándome una sorpresa para pasar el mejor día de mi vida, pero lo único que ponía era que se tenía que haber ido, por lo que dejé mis cuentos de hadas para otro momento y me fui a la cocina a desayunar. Allí me encontré el teléfono que probablemente mi hermano habría dejado allí. Una lucecita roja me indicaba que alguien había dejado un mensaje en el contestador, por lo que me lancé a escucharlo sin pensármelo dos veces con el resquicio de esperanza de volver a vivir en mi particular cuento, sintiendo de nuevo ese cosquilleo que me producía pensar en él.
Pero no fue su voz la que oí.
-Hola…Nora. Bueno pueda que te sorprenda que te envíe este mensaje, pero no contestabas ninguna de mis llamadas. Puede que no las oyeses, me aferro a la idea de pensar eso, o quien sabe, quizás al ver mi nombre parpadeando en la pantalla tirases el teléfono contra la pared, pero me niego a pensarlo, y se que algún día escucharas mi mensaje, o te encontraré por la calle, o te seguiré llamando hasta que decidas dejarme hablar. No te voy a decir que lo que hice estuvo mal, porque eso no es nada nuevo ni para ti ni para mí. Sólo se que ahora forma parte de mi pasado, un pasado aterrador, pero se quedará ahí en mi lista de cosas para olvidar. Tampoco te voy a decir que lo siento, aún que en realidad si que lo haga, pero soy consciente de que una simple petición de perdón no va a arreglar las cosas. Lo que si que voy a decirte es que te hecho de menos, joder Nora… Te lo repetiré una y otra vez, te necesito. Puede parecer egoísta por mi parte, pero si he dejado toda esa mierda, además de por mí es por ti. ¿Sabes? Me dieron una paliza, pero no sentía dolor ninguno, sólo podía pensar en aquella vez que me tuviste una tarde entera buscando un bolígrafo de colores, y al no encontrarlo al final de la tarde me dijiste que daba igual, que en realidad tenías otro, pero te aterraba que se acabase y no encontrar otro igual. Y yo pateándome la ciudad buscando el dichoso bolígrafo. Pero ahora comprendo el miedo que da que se acabe algo que te gusta tanto, algo a lo que tanto cariño le tienes. O aquella vez en el parque, cuando empezó a llover torrencialmente. ¡Menudo chapuzón nos dimos! y todo porque cuando corríamos hacia el portal más cercano te caíste y en vez de levantarte me tiraste a mí. ¿Te acuerdas de cómo nos miraba aquella señora del paraguas negro? Apuesto lo que sea  gominolas y… Bueno se me acaba el tiempo, dichosas cabinas telefónicas. Pues eso Nora, que… te echo mucho de me…

Mi corazón se paralizó un breve instante para luego comenzar a latir con fuerza rompiéndose a su vez en mil pedazos. No sabía donde meterme, o si irme directamente a la cama a abrazarme a mi particular oso de peluche. ¿Habría cambiado de verdad? Le seguía queriendo, mucho, pero lo que hizo era imperdonable. Le echaba de menos, sí, ¿Y qué? No era razón suficiente para perdonarle sin más, por un simple mensaje en el contestador. ¿Se merecía de verdad una nueva oportunidad? Siempre pensé que todo el mundo debería tener derecho a una segunda vez, pero… no todo el mundo se había comportado de esa forma en mi visita ni mucho menos unirse a un grupo neonazi, por no decir su peculiar forma de echarme de su vida aún arriesgándome a que me pasase algo entre todos sus “amigos”. Recordé una vez más mi visita a esa fiesta a la que nunca debí entrar. Pero fui capaz de mantener la compostura y seguir adelante. ¿Si fui capaz de eso, sería capaz de volver a verle y hablar las cosas tranquilamente con él? Puede que a fin de cuentas no fuese tan malo…
“Nora no… no merece la pena -me dije a mi misma”

Tecleé los números con poca precisión hasta marcar por fin el botón verde. Tenía miedo, pero la decisión estaba tomada y ya no había vuelta atrás… sí, sí la había. Colgué el teléfono impidiéndome seguir adelante. No podía hacerlo, yo no era la que le debía una disculpa. Me sentía confusa, más que nunca. ¿Habría cambiado? Mil preguntas sin respuesta empezaron a desfilar por mi cabeza dando vueltas, una y otra vez consiguiendo hacer que sintiese nauseas. Ninguna tenía respuesta, todas se planteaban con un complicado rompecabezas sin sentido. Había sido muchos años su amiga, no podía dejarlo pasar por eso, se merecía que le escuchase. Pero… había sido un cabrón conmigo, sin sentimientos, no era yo quien le debía nada. Aún así ¿lo estaba intentando arreglar, no? Él me había buscado a mí. Debía borrar todo de mi cabeza, y, quizás, ¿esperar? Decidí que eso era lo más sencillo y de alguna manera, lo más sensato.
Es lo que hice, esperar, esperar ese momento que llegó unas horas más tarde. Había pensado durante todo el día en ese momento, el momento en que se decidiese a llamarme y al ver mi móvil vibrar sobre la mesilla no pude hacer más que estremecerme. Descolgué el dichoso aparatito que me había atormentado durante toda la mañana, y con la mano temblorosa lo acerqué a la oreja. Aún tenía miedo de oír su voz, aún sentía pánico de revivir lo pasado. A pesar de todo, me obligué a ver las cosas de otra forma, comenzando por hablar con decisión… pero no pude, mi cuerpo era más fuerte, mucho más fuerte que mi mente y mi boca no fue capaz de articular ni una palabra. Fue él el que empezó la conversación:
-Te pido solo… tan solo un rato, un rato en el que podamos estar los dos solos y…
-Vale pero, cómo se que dices la verdad, que no debo tener miedo, que el pánico que sentí aquella noche no volverá…
-No lo se. Estaré en nuestro parque a las cinco. Te espero.
Nuestro, nuestro, nuestro, nuestro. En realidad desde bien pequeños habíamos bautizado el parque en que nos conocimos como nuestro pero sentí un escalofrío al volver a oír esa palabra salir de su boca. No solo por el hecho de haberse referido a nuestro parque –como hacía continuamente antes de que todo en cuanto a nosotros fuese tan mal –al que creí que nunca volveríamos juntos. No, no solo por eso. Y es que nunca imaginé después de esa noche en Madrid que algo pudiese retomar ese significado. Esa noche… para mí había muerto esa palabra. Adrián le había arebatado todo el significado que poseía y creí… creí que nunca volvería a haber nada nuestro, nunca más. Pero habían cambiado las cosas. ¿Lo habían hecho? Eso creía. Vi un halo de esperanza en su voz, un aura que le rodeaba y me hizo confiar, un poco al menos, en que el Adrián de antes, al que tanto quise, en el que tanto confié. Pero sabía que la batalla no había acabado, un simple perdóname no iba a arreglar las cosas. Necesitaba pensar.
Me arrodille en frente a mi mesita de noche esperanzada de que la carta de mi padre me sirviese de algo, pero antes de cogerla supe que un papel no iba a evadirme de mis problemas siempre. Necesitaba eliminar la sobrecarga que llevaba encima, y recordé como lo hacía antiguamente. Me abalancé sobre mi armario para coger un pantalón corto azul a juego con una sudadera holgada y salí de casa apresurada. Las escaleras se convirtieron en un dibujo borroso con el que estuve a punto de tropezar, pero me aferré a la barandilla antes de perder completamente el equilibrio. Bajé el ultimo piso con un poco más de cuidado consciente de mi torpeza y me detuve al llegar a la callé para comenzar el antiguo ritual. Inspirar… Puede que haya cambiado, igual ya no es un autentico capullo. Expirar… podría equivocarme pero si no se arriesga no se gana. Cerré los ojos y volví a inspirar… sólo será un rato, si no me convencen sus argumentos me iré por donde he venido sabiendo que tuve la valentía de ir. Expirar… ya estoy lista. Y comencé a correr, como hacía cuando me sentía mal. Puede que eso fuese una marca de debilidad, el correr de alguna manera es escapar de los problemas, pero para mí no era más que una liberación. Sentía como mis músculos se estiraban y contraían continuamente, y mi corazón palpitaba cada vez más fuerte respondiendo a las necesidades de mi cuerpo que trabajaba más rápido a cada zancada que daba. No recordaba con exactitud cual era el recorrido que solía hacer pero decidí que no estaría mal improvisar un poco. Pasé por todos los sitios a los que siempre me gustó (y me gustará) ir. Bosques, parques, incluido al que debía ir a las cinco, el conservatorio en el que tanto me desahogaba y termine en la playa en la que siempre terminaba el recorrido, cosa que si recordaba. Me descalcé y volví a correr a la orilla del mar. Sentía la arena mojada salpicado mis piernas al tiempo en que mis pies se hundían sobre ella. Las olas rompían contra mis frágiles dedos y el olor salado impregnaba todos mis sentidos dejando un dulce regustillo a mar. Adoraba esa sensación y la conexión que establecía con la naturaleza. Y… también el recuerdo volvió a mi cabeza. Aquel día en que Alex y yo jugábamos con la arena, corríamos, saltábamos sobre el agua… justo antes de ir a ver a Adrián. Pare de golpe. Ya había corrido demasiado y era hora de ir a donde habíamos quedado. Caprichoso destino que había hecho de mi historia un cuento capicúa…
Y llegue, y allí estaba, y mi corazón dio un vuelco al volver a verle. Estaba sentado en el columpio en el que me senté yo cuando me dijo que se iría a vivir fuera. Y volví a sentir lo mismo, y mi corazón se volvió a paralizar, y comencé a quererle un poco más. Se mordía el labio nervioso mientras se revolvía su preciosa melena. Y no sentí miedo si no protección, y avancé para encontrarme con él, y él me vio. Agaché la cabeza para que no viese que la dura fachada que había construido se estaba desvaneciendo.
-Nora, yo…
No puede ganar la partida tan fácilmente, no puede ganar la partida tan fácilmente, no puede ganar la maldita partida tan fácilmente, no.
Y sentí como sus brazos rodeaban mi cuerpo ¿me estaba abrazando? Sí, y yo también lo estaba haciendo, muy fuerte, tanto que sentía que nunca se volvería a separar de mí. Ya había ganado la partida, los dos lo habíamos hecho de alguna manera. ¿Quería decir eso que todo a partir de ahora iba a ir bien?

Dulce sabor a victoria.

domingo, 1 de mayo de 2011

Let´s fly and never go back

Let me fly and never go back.

Ese deseo efímero de fumarme la ciudad, de querer cerrar las calles y no volver a ver ese camino de vuelta casa, pues, lo que quieres en ese momento es no recordar lo pasado, que nada te recuerde a él y que nunca será tuyo. Que nada te recuerde que tuviste esa oportunidad y la desperdiciaste. Como si de un juego de cartas se tratase, teniendo una buena baraja optaste por la derrota. Por eso deseas volar, volar alto, sin mirar atrás, y no volver nunca, no volver jamás. Pero te das cuenta de que eso no es posible, no entra dentro del lista de cosas que hacer en un futuro, no por el hecho de no querer, si no por el de no poder. Por eso te tienes que joder y aceptar que el juego ha terminado y que no podrás volver a jugar otra partida, o al menos saber que nunca tendrás las cartas ganadoras en tu mano.
So please, I ask one more time, let me fly away and never come back.

jueves, 28 de abril de 2011

Un premio genial de una persona genial para una persona genial.


Jo, que ilusión. Un premio más que me levanta un poco la moral, el ánimo, y me dan más ganas aún de escribir. El premio me lo ha dado http://generaciondead.blogspot.com/ que a pesar de que conoce mi blog desde hace poco, pues me lo ha dado. Yo también conozco su blog desde hace poquito pero tengo que reconocer que… ME ENCANTA. Porque que quereis, tiene una forma muy especial de explicar las cosas, y ha hecho que en 5 min (lo que tardé en leer la entrada) me apeteciese leer un libro, y ¿quién sabe lo que nos deparará ese blog? Por eso hay que estar atenta a los cambios, os aconsejo que os paséis.

Bueno, bueno, por lo que he leído tengo que premiar sólo a una persona (¡que dilema pensar solo una!) puesto que cada vez se premia a una persona menos, ella premió a dos, la anterior a tres, y así sucesivamente. Por lo tanto concedo mi premio a: (y creo que entonces la/él premiado no tendrá que dárselo a nadie, puesto 1-1=0 [vivan esas matemáticas]) http://justyourlovecansaveme.blogspot.com/ ¿El porqué? No tengo obligación de darlo, pero me apetece, por sus textos, por su originalidad, y porque me da la gana y puedo (cosa que estaba acostumbrada a oír cuando era pequeña por parte de familiares mayores que yo :D) Pues eso. Que gracias a la que me concedió el premio y enhorabuena a la premiada. MUCHOS BESITOS.

Be different, change.



Lo admito. Se que las cosas han cambiado, se que las cosas no son como lo eran antes, o quizás como deberían ser. Se que nada es igual que hace un tiempo, pero también se que las cosas no tienen porque cambiar solo a peor. Son diferentes e incluso extrañas, pero no por ello malas. Admito que los cambios asustan, desorientan y en casos, hieren, pero no tiene porque ser así en todas las ocasiones. También pueden agradar a largo plazo, dar un giro de 90º a tu vida o incluso hacerla especial, única, perfecta.

domingo, 24 de abril de 2011

Premioo ☺

Bueno chicos/as, se puede decir que he sido premiada otra vez, y la verdad es que me hace mucha ilusión. Ya hace tiempo que me lo dieron pero no lo escribí y ahora que tengo un poco de tiempo, pues allá voy J

Importante: Reglas de premio.

-Premia a los 10 blogs (más o menos).que más te gusten.

-Cuenta 3 verdades y 3 mentiras sobre ti.

-Pon a quien te premie y a quien premies con el link de su blog de la entrada.

Empecemos por poner los blogs que más me gustan:

- http://historiasmias-criis.blogspot.com/

- http://withmeellibro.blogspot.com/

- http://elrincondemisideales.blogspot.com/

- http://undulce-saborsalado.blogspot.com/

- http://tablonesnewyork.blogspot.com/

- http://dontstopbelieve.blogspot.com/

- http://lanotadulcedeunabateria.blogspot.com/

3 mentiras:

-Odio las muffins de chocolate.

-Detesto cantar en la ducha a gritos.

-No me gustan nada las películas de terror.

3 verdades:

-Me encanta despertarme a media noche y poder decir: ¡Aún me quedan X horas para dormir!

-Adoro las miradas de reojo.

-Soy fan de los ositos de gominola.


Y el premio que yo concedo es... tatatachán...:


Párate a pensarlo:

UN MINUTO DE SILENCIO POR TODAS AQUELLAS PERSONAS QUE SE LO MERECEN


Esto se lo dedico a todas las víctimas por terrorismos en las últimas décadas de la tierra. Mirando al pasado no nos será difícil recordar el doble atentado de un coche bomba causando cientos de muertos, pero esto no es nada en comparación con lo ocurrido 10 años atrás, ese famoso 11 de septiembre de 2001, ese atentado contra las torres gemelas, o 3 años más tarde en Madrid. ¿Pero debemos recordarles solo a ellos? ¿No merecen por lo menos una milésima parte de esa atención los miles y miles de muertos en los países subdesarrollados cada día? Por eso pido un minuto de silencio, pero no un simple minuto en el que la gente se calle esperando a que ases esos interminables para algunos 60 segundos, no. Yo quiero que os paréis un minuto, incluso más si el ajetreo de vuestro día a día os lo permite, y penséis en todo esto. Terrorismo, catástrofes, hambre, en toda esa gente que muere cada día, y que cae en el olvido tras dedicársele un breve momento en el telediario.


martes, 19 de abril de 2011

Capítulo 14.


El sudor arremetía contra mi cara cada mañana al despertarme. Por el día seguía con el plan establecido durante todo el curso, pero no sucedía lo mismo cada maldita noche después del suceso en Madrid. Siempre era lo mismo. La misma historia con el mismo final era la causante de mi miedo cuando se ponía el sol y me resguardaba entre sábanas y mantas. Allí estaba el entre la oscuridad del frondoso bosque, apartando las grandes ramas y hojas que entorpecían su paso hasta encontrarse conmigo. Allí simplemente me miraba con furia enseñándome el gran tatuaje que cubría gran parte de su brazo derecho. Por más que corría no avanzaba más que unos milímetros, pero él no me quería hacer daño, no a mí. Tras divertirse al ver la angustia que me provocaba su presencia empezaba a correr y después solo se podía percibir el sonido de gente gritando. Ninguno de esos días era capaz de entender lo que decía aquella gente aterrada, excepto la última vez que lo soñé. Todo empezó de la misma manera de cada noche, pero no tenía miedo en esa ocasión. Él salió corriendo, adentrándose en el bosque pero las voces que gritaban no eran las mismas, ni tampoco lo que decían, esta vez sí que fui capaz de entenderlo. No eran palabras de terror lo que exclamaban aquellos hombres, si no de venganza. Tras un rato inmóvil vi como él llegaba a mi lado y me abrazaba, y a todos sus amigos detrás llamándole traidor, con cara amenazante. Adrián había abandonado, cosa que por una vez no era más que una muestra de valentía, ahora él era el que estaba expuesto al peligro.

-¡Chica, hoy irradias felicidad! –Exclamó Celia mientras se sentaba en la cafetería del instituto -¿Qué te ha ocurrido para que estés así?

-Será que me he levantado con el pie derecho.

-¿Y que más?

-Bueno… se puede decir que he quedado esta tarde con Alex.

-¿Sí? –preguntaron todas al unísono.

-Bajad la voz. Solo vamos a dar una vuelta.

-Pero esa es vuestra primera cita oficial. Qué más da que la gente lo sepa. ¡Atención mundo, Nora va a salir con Alex!

Tras el grito de Alba toda la cafetería se quedo en silencio. Algunos permanecieron callados todo el rato hasta que el bullicio de la cafetería volvió a su curso normal. Por el contrario, otros, atrevidos pero precavidos a su misma vez, señalaban y soltaban alguna que otra risilla inocente mirando hacia donde nos encontrábamos. Ante ello no pude hacer más que sonrojarme mientras le enviaba una fulminante mirada a mi amiga, que había sido la creadora de aquella situación.

-Alba, date por muerta. Cuando menos te lo esperes estaré yo con una chiquillada de estas, procura guardar bien tu espalda, porque lo necesitarás, te lo aseguro.

-Sabes que es broma –dijo entre risas.

-Lo mío también será broma –dije riéndome yo también, a la vez que mis amigas.

Desde el viaje para ver a Adrián habíamos vuelto a ser las cuatro de siempre, avispadas, risueñas, bromistas, divertidas y sobre todo, amigas. Una semana después de llegar de aquel inolvidable fin de semana para ellas, y no tan inolvidable para mí, si no más bien todo lo contrario, celebramos el cumpleaños de Celia por todo lo alto, como habíamos planeado. Ella por fin había conseguido toda la confianza en si misma que necesitaba al ser la anfitriona de la fiesta, sintiéndose la dueña del mundo por lo menos por un día. Ella no comprendía porque no podía haber ido Adrián a la fiesta, ni tampoco Jimena y Alba. Habían terminado por confiar en lo que yo les había contado sin necesidad de llamar a Adrián para que se lo confirmase. Él mismo había accedido ante mi petición de enviarles un correo electrónico para pedirles disculpas por no ir, y corroborar mi mentira: iba a quedarse a cuidar de su familia, después de lo pasado tenían que permanecer todos unidos. Pero yo era la única que sabía la verdad de aquella historia, la que sabía que seguramente el no permanecería unido a su familia, ni a la persona que era antes. Todo había cambiado y el mundo no se había percatado de ello, y yo tampoco lo habría sabido si no le hubiese seguido aquella noche.

A partir de ese desagradable suceso, además de haber tenido que sufrir todas las noches la misma pesadilla me preguntaba cada día si cambiaría en algún momento de su vida. No lo creía, pero lo más profundo de mi ser albergaba una pequeña chispa de esperanza a espera de encender una gran llama que alumbrase su camino de vuelta a casa, de vuelta a su antigua vida. No me paraba de echar una y otra vez la culpa de su cambio, de que probablemente si yo le hubiese llamado, si no me hubiese olvidado de él, no se habría sentido solo. Igual debería haberle ido a visitar a menudo o poner un poco de mi esfuerzo, ya que los cambios nunca son fáciles para nadie. ¿Cómo habría conocido a sus nuevas amistades? Puede que desde el principio él sospechase algo malo sobre ellos, y yo le habría dicho que no se acercase, y como en los viejos tiempos él me haría caso. Siempre me decía que tenía un sexto sentido para averiguar la parte mala de la gente, pero no lo hice, no estuve allí cuando lo necesitaba. Yo era la que había vendido su alma al mejor postor sin tener conciencia de ello y los remordimientos me devoraban por dentro poco a poco. No sabía si iba a poder seguir el ritmo de mi día a día con ese peso encima, pero por el momento había sido capaz de llevarlo bastante bien, puesto que multitud de cosas hacían que la balanza se mantuviese occidental todo el rato. Mis notas habían subido a lo largo del curso y mi relación con mis amigas también lo había hecho, y eso sin hablar de lo que me esperaba esa tarde, algo que prometía ser, o eso creía yo, una muy buena experiencia.

Antes de ese día la última vez que le había visto había sido en la fiesta. ¿Quién me iba a decir a mí que mis amigas le habían invitado sin ellas mismas saberlo? Acompañaba a mis compañeros de conservatorio puesto que les ayudaba con la música. Allí estaba él, rodeado de gente conversado animadamente a pie de pista de baile. Cuando me vio no pareció inmutarse así que decidí darme la vuelta intentando no darle importancia mientras cavilaba el porqué de su estancia allí. Más tarde él fue el que interrumpió el momento en que le entregué mi regalo a Cristina para explicarme porqué estaba allí. Él tampoco sabía que yo iba a ir a la fiesta, pero no pareció sorprenderse al enterarse de que yo era de las que lo organizaba. Más tarde decidimos tomar una copa, seguida de largos y cansados bailes, y más copas, hasta perder la cuenta de cuantas llevábamos bebidas. Lo único que fui capaz de recordar por mi misma después de eso fue despertarme en mi casa con la ropa aún del día anterior, con un fuerte olor a alcohol y tabaco mezclado con mi perfume de vainilla. Mi cabeza daba vueltas y un intenso dolor de estómago hizo que no saliese de la cama en toda la mañana a excepción de mis carreras al baño para vomitar todo lo que mi cuerpo no era capaz de digerir. Mi madre gritaba –o eso les pareció a mis oídos, que eran capaces de sentirse molestos hasta por el vuelo de una mosca –a través de la puerta, en parte enfadada por mi falta de responsabilidad y en parte preocupada por el estado en que me encontraba. Ni siquiera me había castigado por llegar, según ella afirmaba, ya bien entrada la mañana. A pesar de todo ese mismo lunes ya estaba como nueva teniendo que soportar las burlas de mis amigas, contándome cosas de las que nunca me habría imaginado capaz de hacer. Alex por su parte me había llamado la noche posterior a la fiesta puesto que al parecer él me había perdido de vista ya a las cinco de la madrugada y no había vuelto a saber nada de mi. ¿Con quién habría estado? ¿A caso eso debía preocuparme? A fin de cuentas si hubiese llegado con alguien extraño a casa mi madre me lo habría reprochado, o al menos preguntado quien era ¿no? Por lo tanto no le di más vueltas por el momento, no pretendía tener más quebraderos de cabeza al mismo tiempo.

El mismo tintineo de pierna, el mismo tic nervioso que había asestado contra mi toda mi vida, la causa por la que todos sabían cuando algo me preocupaba o inquietaba, no pudo faltar en esa fría tarde de otoño. El sol iluminaba las calles pero no las calentaba como de costumbre. Las hojas marrones caídas al suelo crujían bajo los pies de los transeúntes creando una dulce melodía de piano junto al silbido del viento azotando las copas de los árboles. La gente miraba curiosa hacia donde me encontraba buscando una causa aparente de mi nerviosismo mientras acogían sus puños bajo las mangas de sus abrigos. Incline mi mirada hacia el parque que se encontraba a mi lado para ver si se encontraba allí Alex, pero aún no había llegado. Una sonrisa nostálgica apareció en mi cara al ver una pareja sentada en los columpios. Allí era donde había conocido a Adrián, donde habíamos jugado de pequeños, quedado de jóvenes, y donde me había despedido de él pocos meses atrás, cuando todavía le quedaba un resquicio de sensatez y de bondad, cuando aún no llevaba esa horrible esvástica tatuada en su cuerpo, anunciando cuales eran sus creencias, orgulloso de ellas. Me lleve las manos a la cabeza y empecé a moverla de lado a lado, horrorizada por volver a pensar en él. No debía darle tanta importancia a alguien que no solo me había fallado a mi, a su familia y a sus amigos, si no también a si mismo.

Él tiempo pasaba mientras yo me impacientaba más y más. ¿Y si se había olvidado de mi? Podría haberse arrepentido de quedar conmigo, decidir que no merecía la pena pasar una tarde conmigo.

-¡Nora! –exclamó alguien a mi espalda al tiempo que una ráfaga de viento alborotaba mi pelo llevándose en el aire todas mis malas supersticiones.

-Ya creía que me ibas a dejar plantada.

Me acerqué a darle dos besos y me quede mirándole a los ojos. ¿Cómo alguien podía llegar a irradiar tanta perfección? –pensé.

Y lo mejor de todo es que esa persona con dicha perfección que me había cautivado desde el primer día en que le vi, el día en que le conocí, estaba allí, conmigo, dispuesta a pasar una tarde a mi lado. No lo quería reconocer, ni a mis amigas ni a mi misma, pero Alex despertaba algo en mí como nunca nadie lo había hecho, hacía que se me revolviese el estómago con cada sonrisa y que yo sonriese con solo mirarle. Solo él conseguía hacer que me sonrojase con cada mirada y mostraba tal seguridad cuando estaba conmigo que hacía que me sintiese pequeña a su lado, pero a su misma vez protegida de todo el que quisiese hacerme daño, formando una barrera a nuestro alrededor. Adoraba su forma de revolverse el pelo, el saber perfectamente cuando algo le pasaba simplemente con ver su cara y que me dijese que era como un libro abierto con índice incluido, sabiendo en cada momento lo que estaba pensando o a punto de hacer. Pero no era solo eso, no era atracción física lo que me gustaba de él, ni tampoco que me hiciese reír, pasármelo bien a su lado o pensar continuamente. Tampoco era el revolotear de mariposas de mi estómago al estar a su lado o que temblase como un flan si se acercaba a mí. No, no era nada de eso. Me gustaba la sensación de que teníamos todo el tiempo del mundo para nosotros dos solos, el no querer correr, si no ir paso a paso, sin miedo a que la llama se apagase antes de que pasase algo confiando plenamente en nosotros mismos.

-No te voy a dar el gustazo de librarte de mí, y lo sabes.

-Entonces tendrás que acompañarme a mi casa –respondí.

Él frunció el ceño, sin saber muy bien que decir, malinterpretando las palabras que yo había dicho.

-Solo voy a coger mi cartera, y nada más.

Me miró mientras se disponía a hacerme una reverencia indicándome que me seguiría. Pero ¿hasta donde sería capaz de seguirme? –pensé.

-Está bien, vamos.

Comenzamos a caminar simultáneamente, hablando te todo y de nada, haciendo que el tiempo no corriese para nosotros, sintiendo por momentos una agobiante falta de aire junto al fuerte pálpito de corazón. La gente pasaba a nuestro lado, unos distraídos y otros mirando de soslayo, algunos conocidos pero la mayoría de ellos ajenos a nuestras viadas. Cada paso que dábamos anunciaba nuestra llegada resonante ante el mundo, un paso adelante para nuestro destino pero tan solo un paso más cara al futuro, un paso que marcaría, por separado o no, al resto de nuestras vidas, un paso que marcaba el comienzo de mi particular obra de teatro, de la cual todos desconocían el final, hasta yo misma, la autora de esa historia.

Ya estábamos llegando cuando observé a una chica cruzar por el medio de la carretera sin mirar si venían coches. Todo sucedió en una milésima de segundo. Sostenía con sus dos manos una gran caja llena de vasos y copas, un coche se dirigía a ella a una gran velocidad, comenzando a pitar una vez que la había visto en medio de la carretera, asustada. Ella se dispuso a dar una gran zancada sin soltar lo que llevaba entre sus brazos, mirando asustada el coche, pero era demasiado tarde, no podía conseguirlo, estaba allí y yo no podía hacer nada, me encontraba demasiado lejos. Entonces, apareció él. Esa cara conocida agarró con fuerza el brazo de la chica en el último segundo, llevando su frágil cuerpo hacia el suyo. Todas las copas y vasos estallaron contra el suelo, todos miraban, nadie se movía, la calle se quedó en silencio. Una llamada de auxilio me decía que debía correr. La gente corría a hablar con la muchacha, ella era el centro de atención para todos, menos para mí. Di un paso hacia delante superando mis miedos, él estaba allí. Otro paso más, él me vio por primera vez. Otro paso más, el también comenzó a caminar. Otro paso más, me quede congelada. Fue él quien siguió andando, cada vez más rápido hasta llegar a mí y coger mi cara. Un segundo, dos, me soltó. Todo estaba sucediendo demasiado rápido, ¿que hacía yo allí? ¿Porqué no me había marchado ya? Me soltó la cara, me miro, una y otra vez, yo no decía nada, el sonido de la calle me atormentaba. La gente gritaba asustada, la muchacha se había desmayado, un medico acudía corriendo, yo no miraba, solo le prestaba atención a él, hasta que se decidió a hablar.

-Nora, puedo explicártelo todo, se acabó todo, por favor, escúchame.

-Te dije bien claro que no quería volver a verte en mi vida, Adrián.

Una lágrima calló por mi mejilla. Fin del acto primero.

lunes, 14 de marzo de 2011

Galardonada :)

Lo primero: Siento muchísimo a todos los que les gusta mi blog y mi historia la tardanza en escribir capítulos últimamente, pero siendo honesta: no tengo tiempo casi ni para respirar. Lo segundo, y es por lo que escribo esta entrada es por el premio que he recibido. En realidad no se muy bien de que van los premios, pero ya he obtenido dos en poco tiempo lo que me llena de gratitud, porque, ¿a quien no se le llena la boca con la palabra premio? Uno ha sido de parte de Mundo blogero: http://elrincondemisideales.blogspot.com/
y el otro de Cristina Fernández con el blog: http://historiasmias-criis.blogspot.com/
Ante todo, gracias, de verdad estas cosas, que queréis que os diga, le alegran el día a una. Por lo que veo tengo que poner si no me equivoco 7 cosas sobre mí, así que allá van:

-Lo primero que debería decir sobre mi es que soy una loca (incondicionalmente) de las gominotas, chocolatinas, crepes, y todo lo que este mínimamente relacionado con los dulces.

-Otra cosa puede que no importante de mi, pero que me caracteriza profundamente es lo mucho que aprecio los pequeños detalles. Sí, esos que nadie sabría encontrar o valorar, son los que más me gustan.

-No soy nada ahorradora aun que lo intente desde lo más profundo del corazón.

-No podría olvidarme como no de mis perritos, esas bolitas peludas sin las que no podría vivir. Para algunos será una tontería pero si llego a casa y ellos no están (no por mucho tiempo, seguramente se encuentren en ese momento felices paseando por la playa) es como si no entrase en ella, falta algo, esos ladridos y saltos que me desesperan cuando no quiero ruido son lo que más añoro ante su ausencia.

-Soy una amante de todo tipo de comida. ¿Qué es eso de apartar las verduras cuando un plato sabroso te espera en la mesa? Tanto lo verde como la carne, pescado y demás va adentro sin miramientos, a excepción de la coliflor, pero a nadie le gusta todo ¿no? Y aun así un poquito de mayonesa (y cuando digo un poquito es mucho, como Arguiñano) y al estómago la coliflor.

-Viviendo en pleno siglo XXI, y habiendo nacido hace tan solo 15 años, estando todos estos entre tecnologías solo se de mi móvil como llamar, enviar mensajes y poco más, pero vivo feliz con ello.

-Y por último, y no por ello menos importante, dejándome muchas cosas que poner por el camino, he de decir que escribiendo un libro y teniendo otro en proyecto, lo que mejor se me da en el mundo son las ciencias. Esos números que a tantos se le resisten para mi son pan comido, pero eso no quita que la literatura me disguste, y mucho menos el arte ya que quiero que forme parte de mi futuro.

Creo que eso es todo. Para finalizar, aquí van mis blogs favoritos. No se muy bien cuantos hay que poner, pero yo voy a decir los 4 mejores a mi gusto. Si rompo las reglas por favor que alguien me lo diga, y lo siento.

- http://withmeellibro.blogspot.com/ con el tuenti: el libro with me
- http://www.nerviosantesdeactuar.blogspot.com/ con el tuenti: llueve tras la ventana

Por supuesto decir lo mucho que me gustan, y la pena que me da no poder poner los blogs (o eso creo) de las que me dieron el premio, y os aconsejo que os paseis por los seis blogs, ya que todos merecen realmente la pena y solo os consumirá un pequeño rato de vuestro tiempo el verlos, y decidir si os gusta o no.

Muchas gracias a todos por su atencion ♥.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo 13.







El cielo se fue encapotando a medida que pasaban las horas y la humedad fue apoderándose de mi habitación a la misma vez que la tormenta se iba acercando a la ciudad. Estaba cansada por el largo viaje y sabía que el siguiente día no iba a ser fácil, pero no me podía dormir. Me negaba a pensar que era por culpa de la extraña sensación que había sentido al abrazar a Adrián, y me dispuse a pensar que la verdadera causa por la que no era capaz de pegar ojo era la luz que iluminaba cada poco tiempo el cielo acompañada posteriormente del fuerte sonido semejante al sonido de una partida de bolos.
Tras horas levantándome y volviéndome a tumbar, escuchando música, leyendo e intentando hacer algo con tal de entretenerme, decidí salir de mi fría y agobiante habitación de hotel y buscar la de mis amigas. Se encontraban por desgracia en la otra punta del pasillo, así que tuve que tener cuidado de no hacer mucho ruido al pasar por la sucia moqueta que me conducía a la puerta número 27. No creía que mis débiles pisadas pudiesen despertar a nadie, pero temía encontrarme con una mirada ajena que me pudiese ver en aquel estado. No llevaba mis mejores galas, ni siquiera se podía calificar aquel pijama como “bonito”. Más bien se parecía a un blusón semejante al que llevaban en los años 80, combinado atrevidamente con unas zapatillas con forma de elefante. El pelo lo llevaba recogido en una coleta la cual no desentonaba con el resto del conjunto. Definitivamente no estaba para ver. Afortunadamente conseguí llegar a su cuarto sin crear ningún escándalo. Pegué la oreja a la puerta de mis amigas para comprobar si estaban dormidas y para mi sorpresa, a la misma vez que para mi agrado, todavía estaban riéndose, gritando, pasándoselo en grande. Había elegido estar en otra habitación, a pesar de que ellas pretendían hacer una fiesta de pijamas, como cuando éramos pequeñas. Cada sábado quedábamos siempre las cuatro y dormíamos en una casa al azar. Nos lo pasábamos en grande. Nuestra amistad siempre fue cosa de cuatro, pero las cosas estaban cambiando y no precisamente a mejor. Sentí una punzada en el corazón al darme cuenta que era yo la que estaba provocando eso. Me conocían casi mejor que yo misma, y lo único que era capaz de hacer era esconderme, salir de sus planes corriendo o en caso de estar en ellos poner mala cara en la mayoría de las ocasiones. Yo estaba convirtiéndome en la culpable de que esas cuatro esquinas del cuadrado, siempre intactas e inseparables, se estuviesen desvaneciendo en el olvido, y yo no era la única que me había dado cuenta de eso, ellas también lo habían hecho.
“No es tarde” –pensé para mis adentros. Me obligué a repetir esa frase una y otra vez hasta estar segura de dar un paso más olvidando mi orgullo y pedir perdón. Respiré hondo como solía hacer siempre que estaba nerviosa, pero no pude levantar la mano y llamar a la puerta. Decidí que sería mejor esperar al día siguiente. Empezaría de nuevo mi vida, pero no esa noche, esperaría a que se despertasen las calles y recibiría el nuevo día, o mejor dicho, mi nueva vida, con una de mis mejores sonrisas.

Conseguí encontrar una de las mejores pastelerías de la ciudad gracias a un mapa que me facilitó la recepción del hotel, sumándole a mucho tiempo y paciencia, lo cual fue imprescindible para encontrarla. Madrugué para darles una sorpresa a mis amigas y plantearme como decirles lo arrepentida que estaba. Mi padre siempre solía decir que el perdón entra mejor con el estómago lleno, por lo tanto decidí que un desayuno bien entrada la mañana sería un buen comienzo. Él día se presentaba soleado, alumbrando la cara de los transeúntes. “Después de la tormenta siempre viene la calma” -pensé. Eso esperaba, pero no solo refiriéndome al clima, si no a todo lo que concernía mi vida.

–Lo siento –murmuré, –se que no me he portado como debía estos últimos meses.
–Nora no tienes que pedir perdón por nada. Sabes de sobra que estaremos aquí siempre pase lo que pase.
Sonreí aliviada. Me había costado mucho llegar a decir esa pequeña palabra, y todo para que me dijesen que no pasaba nada. Era cierto, siempre habían estado donde y cuando las había necesitado apoyándome, y me aliviaba que fuese a seguir siendo así.
–Vamos, nos queda un día muy largo.
Sus sonrisas no hicieron más que tranquilizarme. Volveríamos a ser las de siempre. Quería volver a estar en la cúspide de mi vida una vez más, volver a estar en la plenitud de mi felicidad. Esperaba que no fuese difícil y creí que lo más adecuado sería dar un paso más para llegar a la meta final. Y ese paso solo consistía en hablar con Adrián. No pensaba que pudiese ser difícil, solo tenía que dejar que las palabras fluyesen y que todo volviese a ser como lo era antes con él, añadiéndole el problema de la distancia. Pero, ¿Qué era eso para nosotros? Siempre lo habíamos hecho todo juntos, como amigos, y nada de eso debía cambiar. Era consciente de que la gente sí que lo hacía, la gente si que cambiaba con el paso de los años, pero nada tenía que ir peor tras esos cambios, si no todo lo contrario.
Habíamos visitado a su familia en el hospital llevándonos la grata sorpresa de que estaban todos bien. Adrián tenía iluminada la cara con una leve sonrisa, pero sus ojos no decían lo mismo. No quería pensar que algo le pasaba, pero mi corazón no decía lo mismo. Parecía triste aunque lo intentase ocultar por todos los medios posibles y yo tenía que averiguar el porqué. Quería ayudar pero no podía evitar pensar que no debía meterme en medio de lo que quiera que estuviese sucediendo si no era él el que me lo contaba. De todas formas era su amiga, y ¿eso es lo que hacen los amigos al fin de al cabo no? Ayudar siempre que lo necesites sin necesidad de que te lo pidan, saber cuando necesitan ayuda, comprenderles en todo momento fuera lo que fuera lo que les pasase y no fallarles nunca como lo había hecho yo. No me había preocupado por él desde que se había marchado, y las cosas habían cambiado radicalmente en su vida sin yo tener ni la menos idea de ello.
Conseguí encontrar su mirada cuando por fin levantó la cabeza del suelo, y eso me lo confirmó todo, todas mis sospechas eran ciertas y ahora lo sabía mejor que nunca. Percibí en ella maldad a la misma vez que incertidumbre, y eso me asustaba. Algo había cambiado en su vida, él había cambiado.

-¿A dónde nos llevas a cenar?
Jimena estaba entusiasmada con la idea de salir fuera a comer algo. Todos estábamos cansados puesto que nos habíamos pasado todo el día dentro del hospital. Ella nunca había soportado estar quieta así que la idea de Adrián de sacarnos de ese sitio para que nos diese el aire fue digna de ser galardonada como una gran salvación.
-No esperéis mucho glamour. Mi sueldo no llega para grandes festines.
-¿Sueldo? ¿Desde cuando trabajas?
Él no necesitaba trabajar para nada. Su padre tenía un alto cargo en una pudiente empresa y su madre había montado un negocio. No necesitaba dinero para nada que sus padres no le fueran a pagar y siempre había querido estudiar medicina al acabar el instituto.
-Sí, necesitaba hacer algo en mí día a día.
-¿Cómo estudiar quizás?
-Lo he dejado.
-¿Qué lo has dejado dices? Estas hablando como si se tratase de un vicio, y no es eso. Se trata de tu futuro, ese que llevas panificando toda tu vida.
-No vengas tú a darme leyes morales.
-¡Chicos parad! Necesitáis relajaros, ¿hablamos tranquilamente cenando vale?
El corazón se me comprimió en un puño. No era el que hubiese cambiado, ni tampoco el que ya no estudiase lo que hacía que me faltase el aliento. Nunca me había hablado así, ni tampoco me había mirado nunca con esa furia. Al contrario, siempre usaba sus mejores sonrisas solo para mí, siempre sabía como contentarme y hacer que me sintiese relajada. Decidí no hablar más del asunto en toda la noche, pero no entendía que podía haber hecho tan mal para que se portase así conmigo.
-Aquí se acaba el viaje, hemos llegado.
-¡Genial! –Exclamó Jimena –me muero de hambre.
Observé como alguien chocaba con Adrián. Para mi sorpresa no pidió perdón, si no que se giro y empezó a hablar con él.
-¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de viaje?
-Los planes han cambiado.
La mirada de aquel chico era fría y cortante. No inspiraba nada bueno, ni tranquilidad, ni serenidad ni cualquier sentimiento que pudiese hacerte sentir bien.
-Pásate luego por la fiesta.
-Veré lo que puedo hacer.
-Chicas podéis ir pasando –dijo aquel chico como si nos conociese de algo.
Yo no era la única que estaba nerviosa, el tono de voz de Adrián demostraba que el también lo estaba pero al parecer yo era la única que fui capaz de notarlo. Ellas entraron pero yo me quedé detrás de la puerta intentando escuchar algo que pudiese darme la menor pista de lo que estaba ocurriendo, de lo que le pasaba a Adrián, y algo me decía que ese chico era parte de la respuesta.
-No es una petición, es una orden. ¿Estas con nosotros o en nuestra contra?
-Allí estaré.
Tragó saliva mientras vio alejarse a su amigo y entró al restaurante. Toda la velada fue bastante tranquila para mis amigas, las cuales no sabían nada de mis futuros planes, ni los de Adrián, por el contrario él y yo, cada uno por sus motivos, no estábamos en absoluto tranquilos.

El aire frío y la humedad hicieron que se me entumeciesen las piernas de tal modo que la incomodidad al andar llegó ser insoportable.
Tras cenar mis amigas volvieron al hotel puesto que se encontraban cansadas pero yo aun tenía fuerzas para ir a la fiesta y averiguar lo que estaba pasando. Eso ellas no lo sabían, y tampoco sabían que para llegar a mi destino debía seguir a Adrián a escondidas. Cada bocacalle que cruzaba hacía que me dificultase la misión de no ser vista y a cada esquina que pasaba tenía que tener cuidado de encontrar algo con lo que taparme y que no me viese en caso de girarse. Para que eso último no pasase tenía que dar pisadas de gato, apoyándome única y exclusivamente de las puntas de mis pies. El frío provocaba que se me congelasen los dedos y los ojos me lloraban por culpa del viento. Todo se estaba poniendo en mi contra pero no me importaba, conseguiría lo que me propusiera a cualquier costa.
Vi como entró en un gran almacén con un robusto hombre que le esperaba a la entrada. No podía ser vista así que busque otro modo de acceder a aquel lugar. Lo mejor que encontré fue una vieja puerta metálica trasera que se encontraba en el segundo piso. Subí las escaleras procurando no tocar la oxidada barandilla. A cada paso que daba sentía que el ruido que hacía al pisar sobre aquellas descuidadas escaleras era mayor. Ya arriba respiré hondo y conté hasta tres para abrir la puerta. No hizo demasiado ruido por lo que solo llamé la atención de una mujer que se encontraba allí apoyada contra la sucia y polvorienta pared. Bajó al piso de abajo sin dar importancia al hecho de que hubiese entrado. Me asomé a la barandilla que rodeaba el pasillo lateral que había alrededor de la planta de arriba para encontrar a Adrián. No fue demasiado difícil a pesar de la multitud de gente que había, y de la poca iluminación de colores que parpadeaba constantemente. Allí estaba, pegado a una barra con el hombre al que había encontrado en el restaurante. Ahora no tenía camiseta por lo que pude ver todos los tatuajes que cubrían en su plenitud la parte de arriba de su cuerpo. Entonces fue cuando lo vi. No me lo creía por lo cual intenté agudizar la vista para cerciorarme de que era cierto. Mi vista no me había fallado, en absoluto. Un símbolo nazi cubría por completo su hombro izquierdo. El corazón me empezó a latir con fuerza, me costaba respirar y mi cuerpo empezó a temblar por completo. Nadie se hacía ese símbolo al azar, nadie se honra de llevar algo así plasmado en su cuerpo con orgullo sin creer en esa horrible ideología. Miré a mí alrededor y para mi sorpresa no era el único que lo llevaba. Y allí estaba Adrián, en medio de todos ellos. ¿Y si él también lo llevaba? No me pude explicar como él, él en especial, el estudioso y bondadoso Adrián de siempre, mi Adrián, había acabado allí. Estaba entre gente que pegaba, mataba o maltrataba a gente solo por no ser diferente, por puro racismo. Un grito de auxilio salió de garganta jugándome una mala pasada. A pesar de la música todos me oyeron y se giraron hacia mí haciendo que yo fuera el centro de atención. Nadie, ni tan siquiera Adrián, pusieron buena cara al verme en aquel lugar. Adrián subió corriendo junto a otras tres personas.
-¿Qué haces aquí Nora? –gritó al llegar a mi lado cogiéndome por el brazo.
Tenía una notable cara de preocupación, la cual no sabía si era por el hecho de que yo estaba en peligro o por que el fuera el que lo estaba. Eché mi cuerpo hacia atrás secamente deshaciéndome de su mano y apreté lo dientes con furia.
-¿La conoces? –pregunto la chica que se encontraba a su derecha.
Ella era la que me había visto anteriormente. Era digna de catalogar de modelo, alta, delgada y morena de ojos marrones. Llevaba unos altos tacones acompañados de unos vaqueros y una camisa blanca. Tenía la cara de una muñeca pero su mirada hacía que sintiese miedo al estar a su lado. Quería correr y salir de allí lo antes posible pero sentía que con Adrián cerca no me iba a pasar nada, no quería entender que él ahora era uno de ellos.
-¡Nora, vete!
-La pregunta no es qué hago yo aquí, es qué haces tú aquí.
Las palabras salían con dificultad de mi garganta atropellándose unas con otras. Tenía miedo pero quería irme de allí con él, quería que acabase todo de una vez y que volviese a ser como antes. Me llegué a plantear el hecho de que todo fuesen imaginaciones mías, pero nada era fruto de mi mente, lo estaba viviendo en mis propias carnes.
-Te estoy diciendo que te vayas. ¡Vete!
Su grito ronco retumbó por todo el almacén. Ahora él había pasado a ser el centro de atención. Estaba más furioso de lo que había lo había visto nunca. En mi vida me había tratado así. Salí corriendo con lágrimas recorriendo mi cara. Quería gritar, desahogarme, y así lo hice. Mis piernas se movieron como no lo habían hecho nunca olvidándose del dolor. No quería parar, tenía miedo de si lo hacía poder dar la vuelta y volver a aquel horrible lugar en el que no debía haber estado nunca. Quizás nunca debí haber sabido la verdad y vivir engañada pensando que era el mismo de siempre solo que a kilómetros de distancia.

Me llegó un mensaje al móvil justo al llegar al hotel, no me apetecía hablar de nadie pero lo mire ante la posibilidad de que fuera algo importante, y en efecto, lo era. Aun tenía las manos temblorosas cuando recibí su mensaje pidiéndome solo 5 minutos. Me planteé no bajar a la recepción, donde se encontraba Adrián. No quería verle pero me merecía una explicación así que accedí. ¿Y si a pesar de todo no era tan malo? Concederle un rato de mi tiempo después de todas las cosas que habíamos pasado juntos no iba a ser un problema.
-¿Qué quieres? –conseguí decirle al verle sentado en un sillón al lado de la entrada.
Se encontraba tranquilo y sereno, pero nada me auguraba que todo iba a ir bien.
-Que no digas nada, que simplemente desaparezcas de mi vida.
-¿Así, sin más? Supongo que no te importara nada de lo que hemos pasado durante estos años, durante toda tu vida.
-Eso no pertenece a mi vida de ahora, ahora es parte del pasado.
-¿Y vienes aquí a decirme eso? –dije entre sollozos -¿A darme un portazo en la cara? Tú no eres así, no eres como ellos.
-No te engañes, Nora. Soy exactamente igual que ellos, y no me avergüenzo nada de lo que he hecho desde que les conocí. Cuando nos despidamos mañana no volverás a saber nada de mí.
-No esperes que te reserve ni una simple mirada mañana, no quiero saber nada de ti a partir de ahora. ¡Vete tú! No quiero volver a ver a este Adrián en mi vida, lárgate. Necesitas un médico, estás enfermo, todos lo estáis. No te mereces la vida que tienes ahora mismo.
-Te estas olvidando de que soy libre de hacer lo que quiera.
-No esperes que nadie te aplauda eligiendo ese camino.

Quería ver la carta de mi padre una vez más, la necesitaba esa noche más que nunca. Las lágrimas caían con fuerza sobre la almohada dejando un rastro en ella salado de mi tristeza. ¿Libertad? ¿Cómo podía hablarme el de eso? Podía ser libre de ser quien quisiera ser, de decir lo que quisiera decir incluso de gritarme lo que quisiera. Era libre de tocar en un grupo de rock en un bar de mala muerte, o incluso blues si eso era lo que el quería, podía vestir con camisas hawaianas y llevar gorros de paja, irse vivir a la India o pintarse de payaso si realmente lo deseaba, pero no podía hablarme de libertad cuando lo que él y sus nuevos amigos lo que hacían era quitársela a los demás. Me daba miedo que no volviese a cambiar pero yo no podía hacer nada para remediarlo. Tenía que echarme a un lado y dejar que escogiese lo que quisiese, a pesar de que eso no fuese lo que me gustase a mí.

-¿No te vas a despedir de él Nora?
-Ya lo hice hace mucho tiempo cuando me vine a vivir aquí.
Mis amigas no consiguieron entender lo que había querido decir pero para mi sorpresa no preguntaron nada a cerca de ello. Ellas sí que se despidieron efusivamente, y le rogaron que volviese de vez en cuando, pero yo era la única que sabía que no lo iba a hacer nunca, o por lo menos en mucho tiempo. El destino estaba ya escrito, él en algún momento tomaría una decisión y decidiría el camino por el que ir, fuera el correcto o no.