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domingo, 26 de diciembre de 2010

Capítulo 9.



Aquella mañana de lunes se me hizo interminable. Esperaba impaciente noticias de mi madre ante la petición de día anterior. Mis amigas contaban entusiasmadas anécdotas de la fiesta, mientras yo pasaba las horas muertas, observando la lentitud con la que pasaba el tiempo. Se dieron cuenta de mi estado de ánimo y dejaron de hablar de aquel tema, pensando que el motivo de mi tristeza era Adrián. Se equivocaban. No había hablado con el desde que se marchó, ni tampoco había pensado demasiado en ello.
 -¿No sabes nada de Adrián? –preguntó Jimena pretendiendo hacerme creer que no le daba importancia al asunto. En realidad todas estaban deseando conocer la respuesta, pero no querían herir mis sentimientos haciendo que lo recordase otra vez.
-No, todavía no hable con él, ni siquiera pensé en ello.
Me dieron su sonrisa de aprobación aunque en realidad eso no era lo que querían oír. Seguramente no me habían creído, pero no importaba.
Ansiaba el momento de que tocase el timbre para poder salir corriendo de tal forma que acabe haciendo una cuenta atrás en el último minuto.
Al llegar a casa fui directamente a ver a mi madre. No le sorprendió, pero evitó descaradamente el tema de las clases de baile.
-¡Mamá, suéltalo ya!
Mi impaciencia podía conmigo. Ella no sabía disimular su entusiasmo por hacerme esperar.
-Hoy he visto tu habitación algo desordenada, ya sabes lo que tienes que hacer ¿no?
-Perfecto, suéltalo.
-También voy a subir algunas cosas al ático, por en cajas lo que te estorbe, o mejor, lo subirás tú.
-Perfecto, suéltalo –repetí.
-Está bien. Si que te ayudará, como ya supondrías. No se a que viene tanto nerviosismo, sabías a la perfección la respuesta. También pregunté en el conservatorio, te harán la audición en menos de un mes, así que si es de verdad lo que quieres ponte las pilas.
-¡Muchísimas gracias!
En realidad no me esperaba tanto la respuesta como ella creía, pero aún así me llenaba de alegría la noticia. A pesar de todo me entristecí al comprobar que nada de lo que había dicho mi madre era mentira, ya sabía lo que me esperaba durante toda la tarde: limpiar.
Bajé una bolsa del armario llena de libros, archivadores y cartas de años pasados. Allí lo único que podían hacer era ocupar espacio. Me senté en el suelo para revisar que no encerraría en cuatro paredes de cartón cosas que me pudiesen ser útiles, y a la misma vez recordar viejos tiempos. Había innumerables libros desde primero de primaria, libretas, carpetas, archivadores llenos de apuntes de años más cercanos y montones de cartas. A estas fueron a las que más tiempo dediqué.  Las había de todo tipo. Algunas de ellas me hicieron bastante gracia, como las de cuando era pequeña y me escribía con amigas de campamentos de verano, otras me entristecieron como las que le escribía a mi mejor amiga del colegio cuando se fue a vivir a Tenerife. Todas ellas llenas de faltas de ortografía, palabras inventadas y multitud de fallos más, escritas con una enorme letra redondeada. Así me pasé horas y horas tumbada en el suelo, o en la cama en algunas ocasiones, leyendo, riéndome, recordando momentos de felicidad y tristeza y volviendo a tiempos pasados. Comprobé que a medida que pasaban los años había menos cartas. Claro, fueron apareciendo el Messenger, el móvil y todas las tecnologías que atontan a la juventud. Tiré a un lado las cartas ya leídas para seguir con el resto. Cogí una al azar, y al mirarla sentí una punzada en el estómago, una puñalada por la espalda. Mi mano me había traicionado de la peor forma posible. Me empezaron a temblar las piernas mientras se me encharcaban los ojos. Las lágrimas caían sin cesar dejando a mis pies un lago de tristeza. Hacía mucho tiempo que había querido olvidar esa carta, esa parte de mi vida, o más bien esconderla en un rincón de  mi mente. Abrí el sobre con dificultad. Multitud de emociones se abalanzaron por mi cuerpo en un mismo momento. La carta no estaba datada, ni tampoco estaba firmada, pero era fácil saber de quien era para cualquier persona que conociese en parte mi vida. Siempre había tratado de esconderla y hasta el momento había surtido efecto, nadie la había leído nunca.
Empecé a leer en cuanto mis ojos me lo permitieron.

Querida Nora:

Supongo que tu abuela habrá sido la que te haya dado esta carta, y si la tienes es porque ha pasado lo inevitable. Puede que estés enfadada con nosotros, se que te deberíamos haber dicho que estaba enfermo, y que pronto me iba a marchar. ¿Ley de vida, no? Pero hay veces que es mejor mentir, y vivir tranquilo que no decir toda la verdad y vivir triste. Y eso último es lo que no quiero que pase. No quiero que te pongas triste porque en la vida hay muchas cosas buenas, y se que te vas a rodear de gente que te llene de alegrías. Recuerdo que hace unos meses me preguntaste cual iba a ser tu regalo de cumpleaños, a lo que yo respondí no muy convencido: el mejor regalo del mundo, algo que permanecerá contigo para siempre. Más tarde me arrepentí, ¿y si el regalo no estaba a la altura? Ahora, tras todo ese tiempo transcurrido ya se cual será tu regalo. No es un regalo pequeño, ni tampoco nada grande. No he corrido a ninguna tienda a comprarlo antes de que se agotase, y no me he gastado dinero en el. Sin embargo no es tampoco un regalo que permanecerá olvidado en el fondo de un armario. No te tendrás que comprometer a decir que te gusta, ni llevarlo en ocasiones especiales dando a entender que ese fue el regalo adecuado. No lo envolveré en papel de regalo y no llevará un lazo adornándolo. No es un regalo que te pueda dar cualquier persona. No es un regalo ni dulce ni amargo, ni bonito ni feo. No, no es nada de eso. Lo que te quiero regalar no es nada material. Te quiero regalar mi fortaleza, mi valentía. Quiero que lo agarres fuertemente y no lo sueltes nunca, quiero que no llores tras mi muerte, si no que lo utilices para dar un paso adelante. Quiero que cada vez que te pase algo malo te acuerdes de esta carta, que te acuerdes de mi regalo. Quiero que le des miles de motivos a la vida para sonreír, y que nunca decaigas en los intentos. Quiero que cuando la vida te de una patada cierres los ojos y recuerdes que siempre estaré ahí para protegerte. Te quiero a ti, hija. No te puedo dar más, eso es todo lo que tengo, lo más valioso. Feliz cumpleaños, Nora. Estaré año tras año contigo, felicitándote desde tu interior, viendo cada movimiento tuyo y ayudándote a tomar decisiones, haciendo que escuches tan solo a tu corazón.
Siempre a tu lado:
Papá.

Otra lágrima recorrió mi cara. No se lo podía haber dicho a mi padre, pero ese era el mejor regalo que me había hecho nadie nunca. Me acordaba cada día de él, y le echaba de menos, mucho. “Quiero que cada vez que te pase algo malo te acuerdes de esta carta” Le había fallado. Empecé a recordar todos los malos momentos de mi vida, desde su muerte hasta días anteriores, cuando se marchó Adrián. No me había acordado de la carta, y muchas de las veces me había puesto triste, había llorado. No había utilizado su regalo, lo había despreciado y olvidado dentro de un armario. Había hecho todo lo que el no quería que hiciese.
Me arme de valor y me levanté. Me temblaban las piernas, pero a pesar de eso conseguí ponerme en pie. Guarde la carta en un cajón de mi mesilla. Nunca más sería olvidada. Le iba a hacer caso, iba a ser fuerte, me sequé las lágrimas y seguí recogiendo. Todo el resto de cartas fueron repartidas en cajas, no leí ninguna más. Tras acabar me fui a lavar la cara para que no quedasen marcas de tristeza. Nunca nadie sabría que había llorado. Pero hay veces que el significado de nunca es muy relativo.

En ese mismo momento en otro lugar de la ciudad.

-Me voy a duchar e irme ya, que tengo que ir a cenar con mi familia hoy.
-Vale. Alex, prepara el sonido que lo necesitamos ya.
-Ya ya, en una emana está terminado.
Tras ducharse cogió su mochila en la taquilla y leyó una nota que había en ella. “Las llaves están en clase, ciérrala.” El hizo caso omiso, y después de cerrarla salió del conservatorio. Tenía que ponerse ya con los sonidos finales de la coreografía de sus amigos, los cuales pensaban que estaba ya casi acabado su trabajo, pero ni tan siquiera estaba empezado, no podía fallarles.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Capítulo 8.






“No, no, no, no. No me puede estar pasando esto a mí. Otra vez la misma historia de siempre. Un ser querido fallece, alguien muy importante para mi desaparece de una forma que los médicos denominan natural, pero que para mi no era natural, para mi era un castigo que se había planteado la humanidad imponerme cada cierto tiempo. Cada vez que mi vida conseguía ser estable una enfermedad, el tiempo o cualquier otro fenómeno natural o humano había decidido intrometerse en mi camino, eliminando las leyes de la justicia y ejerciendo las máximas trampas sobre mi vida. ¡No te vayas Cristina! Tú no, tú no, tú no.” Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me desperté con sudor frío sobre la frente. Un sueño, solo había sido un sueño. O más bien una pesadilla.
-Tú no- repetí en un susurro con intención de que nadie me escuchase.
Me aclaré los ojos para conseguir ver con nitidez el reloj que colgaba de la pared. Las tres y media de la madrugada. Tenía la garganta seca así que decidí ir a tomar un vaso de leche. Había una nota en la nevera, pero no me paré a leerla. Probablemente lo habría escrito mi madre para que lo leyésemos por la mañana. Estaba muy cansada así que volví a la cama sin más preámbulos.
“No me dejes tú también, Cristina no te vayas. Tú no.”
Otra vez lo mismo, la misma pesadilla con el mismo final, el mismo escalofrío, el mismo sudor en la frente, el mismo grito de desesperación: Tú no.
Me levanté exhaustada. Esta vez eran las siete de la mañana. Me senté en la cama aclarándome los ojos de nuevo, al igual que la anterior vez. ¿Qué quería decir esa pesadilla? Lo pasé por alto, otra vez. Me solía levantar a las siete y media, por lo tanto decidí no acostarme otra vez. Probablemente si lo hacía no me conseguiría despertar de nuevo, puesto que habría caído en un sueño mucho más profundo que los anteriores. Me vestí con suma tranquilidad, el tiempo no iba a ser un problema esa mañana.  Me acerqué al frigorífico, y esta vez sí, leí la nota.
“Nora: estamos en el hospital con Cristina. No te hemos llamado porque no es nada grave. No te preocupes y ve a clase, a la salida te recogeremos. Un beso, Dani.”
¿Qué no me preocupe? ¿Cómo que no me preocupe? Corrí hacia la habitación de mi hermana para cerciorarme de que eso no era una broma pesada de mi hermano.
En efecto, no estaba allí. Su cama estaba vacía y perfectamente echa, con las sábanas lisas esperando la llegada de mi hermana la cual se había ausentado esa noche, y esperaba que no fuesen más. En la nota ponía que no era grave, de lo contrario si que me habrían llamado. De todas formas no pensaba ir a clase, no estando mi hermana en el hospital.
Salí de casa lo más rápido posible cogiendo lo esencial. En apenas quince minutos llegué allí. Con el mismo mecanismo del día anterior pregunté por mi hermana. La dependienta me miró con una cara que no supe identificar del todo. Probablemente me recordaría. A decir verdad no era de extrañar, pasaba media vida entre esas paredes. Recordar eso me entristeció. Mi padre, mi abuela, y ahora mi hermana.
Entré corriendo a la habitación. Allí estaba, tan sonriente como siempre. Me tranquilicé del todo y busque a mi madre, pero no obtuve el resultado que esperaba, no estaba.
-¿Y mamá, renacuajilla? –pregunté acariciándole la frente.
­-Se fue fuera con unos señores, querían hablar  solas.
¿Hablar a solas? Eso no podía ser nada bueno. Entro mi hermano y me contó lo que había pasado. Como imaginé la noche anterior fueron al mercado puesto que era el último día que estaba en nuestra ciudad. Más tarde fueron a cenar. Cuando acabaron regresaron andando, y a mitad de camino mi hermana se desmayó, sin más.
Mi madre estaba hablando con los médicos, los cuales le estaban diciendo los resultados de mi hermana.
Estaba hablando con mi hermano cuando oí el grito eufórico de mi hermana:
-¡Mamá!
No había problema. Todos los resultados estaban perfectos según nos contó, sana como una manzana. El desmayo según habían dicho, podía haber sido ocasionado por una bajada de la presión sanguínea o a causa de una alergia, de lo cual tenían que hacerle pruebas. De todas formas esa no era su tesis inicial. Al parecer a esas edades eran bastante frecuentes los desmayos por un fuerte sentimiento de tristeza, o por lo contrario, alegría, o en último caso claustrofobia. No lo veía probable, sobre todo lo último, pero nada se podía descartar. Lo importante era que estaba bien. Mi madre se quedó en la habitación con mi hermana y nos dio dinero a mi y a mi hermano para que comiésemos algo el la cafetería.
Me moría de hambre, no había desayunado nada. Pedí dos menús del día, uno para mi y otro para Dani. Él no comió casi nada, estaba bastante desganado.
-Lo he pasado mal de verdad, ayer cuando se desmayó, se me cayó el mundo encima.
-Deberías haberme despertado cuando pasaste por casa.
-Te habrías preocupado demasiado, y al final no fue nada. Lo importante es que está bien. Voy al baño, ahora mismo vuelvo. Intenta que cuando vuelva quede aún algo en mi plato, ¿vale?
Me reí. Mi hermano cuando se lo proponía era un encanto, siempre preocupándose por su familia y amigos. Pero la pena era que se lo proponía pocas veces, por desgracia para el resto de la humanidad. Me centré en mi comida, la cual se convirtió en mi mayor amiga en ese momento. Alguien se sentó  en la silla de en frente. Sería mi hermano.
-¿Te has aficionado a esta cafetería?
Me equivocaba, era Alex. Se me había olvidado por completo que era hoy cuando le daban el alta a su hermana.
-La verdad es que preferiría no estar aquí. Ayer por tu hermana, hoy por la mía.
Le conté todo lo pasado, era lo menos que podía hacer después de lo hospitalario que fue conmigo el día anterior, y con la confianza que me lo contó todo sin conocerme apenas de nada. Justo cuando acabé de narrarle mi historia, o la de mi hermana, llegó mi hermano sentenciando nuestra conversación, poniéndole el punto final.
Alex se fue, hoy ya se iban de este terrible lugar. Yo esperaba hacerlo pronto. Estaba harta de pasarme allí las horas muertas, unas veces haciendo crucigramas y otras tan solo mirando por la ventana la gente pasar. El cielo se estaba nublando y las calles empobreciéndose de vida, convirtiéndose cada vez más grises. Siempre pensé que los sentimientos de las personas iban acorde con el tiempo que hacía. Cuando era invierno la gente estaba más triste y apagada, al igual que el cielo, gris. En verano sin embargo, siempre podías ver multitud de sonrisas por la calle. Lo añoraba. Todos los días en la playa, en la piscina, de compras o simplemente tomando una cerveza con mis amigos, con Adrián. Casi se me había olvidado por completo, casi.
Por fin le dieron el alta a mi hermana. Todo estaba en orden, perfecto. Tenía ganas de salir de ese lugar, se había convertido en mi segunda casa, y yo lo detestaba. Detestaba ese olor a puré, a enfermedad, las pareces llenas de carteles con información sobre virus y protecciones ante enfermedades, detestaba ver tantas caras tristes acumuladas en una misma habitación, gente saliendo a los pasillos apresurada por llamar a un médico y estos suspirando profundamente y escogiendo las mejores palabras para contar las peores noticias a familiares esperanzados y detestaba estar allí siempre por seres queridos. En pocas palabras: tristeza, sueños rotos.
Se me olvido pedir un justificante médico conforme había estado allí como acompañante, supongo que tendría que inventarme alguna excusa creíble.
Pensé en Alex, ¿le volvería a ver? Ahora él no tenía ningún objeto mío, ni yo excusas para volver a verle. “Podré soportarlo” pensé para mis adentros.
-Mamá, he pensado en volver al conservatorio de bellas artes, y apuntarme a danza. Pero claro, con tu consentimiento.
-Claro que sí. Necesitas distraerte un poco, y no pensar solo en los estudios. Los libros acabarán por comerte la cabeza.
-A las madres os encanta tener hijos estudiosos, no te quejes.
Ella se rió y no dijo nada más, así que volví a sacar el tema.
-En realidad, no solo quería decirte eso, necesito tu ayuda. Ya ha empezado el curso en el conservatorio, y no vale solo con pagar la matrícula, tendría que hacer una audición y esperar a que me cogiesen. Hay pocas plazas y si no lo hago bien tendré que esperar al próximo año.
-¿Y yo en que te puedo ayudar?
-¿No tenías una amiga que era profesora de baile? Quizás podría hacerme un hueco en sus clases, y ayudarme para la audición.
Puse cara de cordero degollado, nunca me negaba nada cuando lo hacía.
-Esta bien  -perfecto –se lo pediré.
-Gracias mamá.
Le di un beso y me fui a la cama. Sabía que haría lo que pudiese, si no tendría que apuntarme a alguna clase, pero era difícil teniendo en cuenta la altura del año a la que estábamos.
Estaba satisfecha, tenía cada vez más ganas de poder entrar en el conservatorio, a pesar de que eran muchas horas las que iba a pasar allí. Sin querer resultar hipócrita y con la máxima modestia posible podría decir que el baile se me daba bastante bien, y puede que no me costase demasiado entrar en el curso.
El viento azotó los árboles, la lluvia acarició los tejados y el sol se escondió definitivamente por el horizonte. Era hora de dejar que los sueños se apoderasen de mi noche y de que el destino tomase su curso normal de vida. ¿Quién sabe lo que me podría deparar el futuro? Puede que el baile cambiase mi vida dándole un giro de trescientos sesenta grados.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Capítulo 7.









 Me latía el corazón a mil por hora. Sentía como el corazón se me desbocaba del pecho. El ascensor decidió ponerse en mi contra y no llegar al piso donde me encontraba para facilitarme la llegada, así que tuve que coger otro camino, las escaleras. Cuando por fin vi el último peldaño me animé pensando en lo típico de: venga va, que ya queda menos. Estaba claro, tenía que ponerme en forma. Llevaba años sin practicar ningún deporte en especial. Después de que mi abuela muriese dejé de hacer todas las cosas relacionadas con este, exceptuando las carreras en las rebajas y poco más, como las clases de educación física. Me marcó muchísimo esa fecha, para mi fue un punto de partida nuevo, otro punto más dentro de mi vida, y tras eso deje de hacer cosas que me llenaban de verdad, como el baile o atletismo.

1 de diciembre, 2008.

El cielo estaba nublado, y el ambiente húmedo. Llevaba todo el día lloviendo. La gente corría de unos soportales a otros con el deseo de no mojarse. Todo el mundo vestía acorde con los colores del día. Pero seguían siendo felices, riéndose. Niños chapoteando en los charcos y madres desesperadas a la salida del colegio, corriendo tras de ellos con su mochila y la merienda en la mano. Gente cansada que salía de trabajar y acudía a las paradas de los autobuses para reunirse con sus respectivas familias. Una pareja de jóvenes enamorados con un paraguas en la mano, pero sin usarlo, besándose bajo la lluvia con ojos esperanzadores. Todo parecía normal, estable. Para mí, sin embargo no lo era. Miraba tras la ventanilla esperando una respuesta a preguntas inexistentes. Seguía las gotas caer, simulando carreras de las que yo siempre escogía al caballo perdedor.
En el cementerio todo parecía diferente, más triste. El único toque de color que se podía apreciar era el verde esperanza del césped. Las ramas de los árboles se batían al paso del viento.
Todo el mundo esperaba la muerte de mi abuela, yo no. Los médicos hacia tiempo que ya habían dictaminado su final, pero yo me había negado rotundamente a aceptarlo y conllevarlo. Siempre fue una persona fuerte. Nunca pude ver en ella si quiera un resquicio de debilidad o tristeza. Simplemente quería transmitirme su felicidad para conseguir que me olvidase de mi pasado para vivir el presente.
Lágrimas saladas caían sobre mi mejilla dejando el rastro inconfundible de la tristeza. ¿Cómo iba a lograr vivir sin ella? Recordaba cada segundo que pasé con ella, desde cuando me empujaba el columpio hasta las riñas por salir corriendo de su mano y atravesar sola el paso de cebra, pasando por toda mi adolescencia. Me sentía mal, ¿cuantas veces podía haberle hecho enfadar por tonterías? Ahí es cuando me di cuenta de que tenía razón, y yo nunca me paré a pensar un segundo en que todo lo que hacía, lo hacía por mi bien.
Después de varios días mi estado de ánimo fue mejorando, pero, ¿qué iba a ser igual? Nada. Era un punto y aparte.

Por fin llegué a la puerta indicada por la recepcionista, tras un camino que se me hizo largo y pesado, y por otra parte, cansado. La puerta se encontraba abierta así que decidí entrar sin llamar. Cuando pasé simplemente vi una habitación, vacía. ¿Me habría equivocado? A decir verdad no me apetecía tener que volver a hacer la misma “maratón”. Salí de nuevo para comprobar que estaba en la habitación correcta, y sí, en efecto, lo estaba. Volví a entrar, esta vez más decidida añadiendo un: ¿hay alguien? Al cual no obtuve respuesta. Di un paso más para observarlo todo con otra perspectiva, y con más detención. No tenía derecho a estar allí, nadie me había dado permiso y para eso si que no me servía la excusa del fular. La habitación era bastante amplia y luminosa. Tenía dos camas, posicionadas a los extremos de esta. Entre las dos había una mesilla con una pequeña lámpara, del mismo color que el resto de la habitación. Al lado de la cama que supuse que era de Sonia, puesto que estaba algo desecha, estaba una gran ventana que daba a un patio trasero.
Sentí como alguien me tapaba los ojos impidiéndome seguir observando la habitación del hospital. Sentía sus manos calientes y podía oír su pulso tranquilo y pausado. Sí, era él.
-¿Quién te ha dado permiso para estar aquí?
Su voz era sería y fría. Puede que no hubiese hecho bien en ir.
-Lo siento, se que nadie me dio permiso, pero cuando entré pensé que podías estar dentro -mentí.
Se empezó a reír con tanta euforia que tuvo que sentarse en la cama para no caerse. Yo en cambio no le veía el lado gracioso a la situación, y me limité a sonreír esperando la respuesta a una pregunta que ni tan siquiera formulé.
-¿­Siempre eres tan crédula? Es broma mujer.
Se levantó dirigiéndose hacia una esquina. Allí se encontraba mi fular.
-Toma, vuelve a tus manos. Tranquila, lo cuidé bien.
Hora de irse. Ya tenía lo que quería y no podía hacer nada más allí.
-Gracias. ¿Algún día me explicarás como acabó en tus manos?
-Cuando quieras. Vamos a tomar un café.
Eso no era una pregunta, más bien era una orden. ¿Y porque iba a hacerle caso? No tenía ningún derecho a obligarme a hacer lo que el quisiera.
-Vale.
Era demasiado débil. Ahora la pregunta cambiaba, ¿y porqué no? Me apetecía hablar con él.
Bajamos, esta vez sí, en ascensor hasta la planta baja donde se encontraba la cafetería.
-Si no es mucho intrometerme, ¿qué le ha pasado a tu hermana?
Me miró sin comprender lo que acababa de decir. ¿A caso había dicho algo malo?
-¿Cómo sabes que le ha pasado algo a mi hermana?
Tonta de mí.   
-La recepcionista… Yo pregunté por ti en realidad, obviamente no estabas registrado, si no tu hermana.
Me contó que encontraron a su hermana en el suelo, que se había desmayado. Ya en el hospital ella les contó que cuando se marchó andando de la casa de sus amigas un grupo de “imbéciles”, dicho con palabras textuales, la empezaron a perseguir. Ella se asustó y empezó a correr. Sin darse cuenta de que ellos ya pararon de seguirla ella siguió corriendo, hasta llegar al punto de no poder más.
Tras casi una hora hablando nos despedimos, puesto que el iba a ver a su hermana,  y los resultados de sus análisis. Estaba tranquilo, seguramente le darían el alta ya al día siguiente.
-¿Nos veremos alguna vez más?
-Eso depende.
Por mi parte no me importaría, en absoluto. En fin, era simpático.
-¿De que? -Dijo intrigado.
-De si se me olvida algo o no, puede que tenga que volver a recoger, quien sabe, puede que mi cabeza la próxima vez.
-Siempre puedes darme tu bolso y venir mañana a por el.
Los dos nos reímos, y yo me marche deseándole suerte, o más bien a su hermana.
Por el camino me encontré con Alba. Llevaba bastante prisa así que no nos entretuvimos mucho, pero me tenía que contar algo, supongo que lo haría el lunes.
Al llegar a casa dejé mi abrigo en el perchero, y fui a dejar todo en la habitación. Pensé en todo lo que había pasado, en mi tarde con Alex, en mis reflexiones a cerca de baile. Sí, tenía que volver. En la academia hice muchas amistades, me lo pasaba bien y además hacía deporte. Hice mal en dejarlo, pero podía rectificar.
No había nadie en casa, así que me fui a dar una ducha y más tarde a cenar. Seguramente estarían con mi hermana en un mercado que ponían una semana al año en la plaza. Había pulseras, anillos, collares y todo tipo de accesorios. Se acababa al día siguiente y este alo aun no habían puesto un pie encima, así que eso era lo más probable.
Acabé de cenar sobre las once, y aún no habían llegado, ¿habrían salido fuera a cenar? No me preocupé, por el resto, todo parecía normal. Parecía.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Capítulo 6.








“Siento mucho no haberme despedido, tenía una urgencia y te vi muy ocupada con tu no novio, no pretendía interrumpir vuestra apacible conversación, un beso”
Mensaje de Alex. ¿Cómo podía estar siempre con sus bromas y su tono irónico? Apacible conversación…Eso fue mi primer contacto con la sociedad de ese día, y Alex la persona que me envió el mensaje del cual oí su llegada, pero el cual no llegué a ver.
“Para tu información nuestra apacible conversación acabó bastante bien. ¿Qué pasó? Un beso, te quiero”
Releí el mensaje una vez para comprobar que todo estaba en orden, y rectifiqué borrando el te quiero. Era una simple costumbre, siempre acababa así las conversaciones por Messenger o los sms, pero de todas formas, no le conocía más que de una noche.
Inconscientemente esperé con impaciencia el mensaje de respuesta, y tras unos minutos los cuales se me hicieron eternos, por fin llegó.
“Nada importante. Tengo algo tuyo, ¿no has echado nada en falta?”
¿Algo mío? ¿Qué podía tener mío? Me dolía la cabeza muchísimo, y no me apetecía pensar. Empecé a recoger todo lo que había tirado por el suelo, encima de la cama, por la mesa o metido en el armario a presión. Los zapatos, el vestido, el bolso… Miré en el interior de este, no echaba nada en falta. En cuanto a la ropa… También estaba la chaqueta, el cinturón, la cazadora y el… fular.
“Que haces tu con mi fular”
No podía entender como había llegado a sus manos mi fular. Me lo regaló mi padre cuando vino de Suiza, y en ese momento estaba en sabe dios donde. Decidí empezar a recoger la habitación, la cual estaba hecha un desastre. No se podía dar un paso sin encontrar algo por medio, fuera de su habitual lugar. Empecé por la ropa, separando lo limpio de lo sucio, doblando todo lo que se encontraba colgado de sitios inimaginables e intentando hacer parecer que no había pasado un huracán por mi armario. Solía tener mi habitación limpia como una patena, y no recordaba como había llegado a estar todo en ese estado. De la noche anterior al llegar a casa solo recordaba lo triste que estaba, y el mensaje que no llegué a mirar de Alex. Nada más. Y de la fiesta recordaba poco más. No sabía ni con quien había estado, ni que había hecho ni el porque la posesión de mi fular de seda en manos ajenas. Cuando acabé con la ropa decidí hacer la cama, pero mi dolor de cabeza seguía persistente y cada vez más acusado, así que deje mi trabajo a medias y me fui a tomar una aspirina.
-¿Estás enferma hermanita? -Me preguntó mi hermana inocentemente. Yo no pude hacer más que sonreír y decir una mentira piadosa. No creía que fuera conveniente explicarle a una niña de ocho años que su hermana supuestamente responsable se dedicó a beber whisky, y por eso estaba “enferma”.
-Me duele un poco la cabeza, ya sabes como son mis amigas, están todo el día gritando, sin excepción.
-Tranquila, cuando las vea ya les echaré la bronca.
Se fue dando pequeños saltitos y canturreando una canción de dibujos animados al salón y yo me marché a mi habitación. No pude evitar reirme de solo pensar la futura situación en la que mi hermana les iba a echar la bronca a mis amigas por gritar.
Cogí el móvil de la cama para seguir haciéndola y entonces vi otro mensaje más de Alex.
“Tú sabrás lo que hiciste ¿no? Digamos que fue un préstamo. Ahora una de dos, o me dices donde vives y te lo llevo, o acudes tú a mi…”
Un préstamo. Perfecto, no sabía lo que pasó, y por encima tenía que ir a buscarlo. Obviamente, no  le iba a decir donde vivía.
“No te voy a decir donde vivo, podía sufrir un acoso, o algo peor, quien sabe ;)”
Después de enviar el mensaje me pensé un poco más la respuesta. Puede que al fin de al cavo, no fuese tan malo que supiese donde vivía. Me caía muy bien, realmente bien de hecho, y cada vez que respondía esperaba con ansia sus respuestas, como si mi vida dependiese de ello, haciéndoseme los minutos eternos y pesados. Mientras tanto aprovechaba limpiar el desastre que tenía por habitación. El dolor de cabeza seguía sin abandonarme desesperandome cada vez más. Nunca me había pasado nada por el estilo. Siempre fui una chica “sana”, y en ese momento me preguntaba si cumplí la promesa a Adrián de que no bebería más, puesto que en el momento en el que hablé con el no me encontraba tan mal, y no me acordaba de casi nada.
Pitido anunciando de nuevo un mensaje. Lancé la bolsa de plástico que tenia entre mis manos al aire, la cual no sabía como había llegado hasta allí, y me lancé a mi móvil saltando a la cama. Lo abrí con impaciencia, para solo conseguir llevarme un disgusto, publicidad. Malditos sean. Me disponía a levantarme otra vez para seguir con mi tarea pero en seguida llegó, esta vez sí,  su respuesta.
“En el hospital, pero no hace falta que vengas si no quieres.”
¿En el hospital? Se puede saber que hacía allí. Supuestamente lo que pasó no fue nada grave, y estaba en el hospital. Por lo menos sabía que a él no le había pasado nada, o por lo menos eso creía. La noche pasada estaba bien, y en un origen se fue por una urgencia. Y tampoco podía olvidar el hecho de que me estaba enviando mensajes tranquilamente, por lo cual, como mínimo consciente estaba. O eso, o el que me hablaba era su fantasma, cosa que yo hasta el momento, consideré improbable. 
En seguida le di a la tecla de responder, pensándome bien la respuesta. Tenía que ser un mensaje que mostrase mi preocupación pero a la vez no resultar muy pesado. En esos casos a nadie le gusta que le anden encima todo el rato.
“¿En el hospital? ¿Qué ha pasado? No se si podré ir hoy, pero si necesitas algo o quieres que vaya, encontraré un rato.”
Fue demasiado tarde, cuando ya lo envié, que me di cuenta de mi pequeño error. Si quieres que vaya, ¿porqué va a querer que vaya?
No le di más vueltas, lo hecho, hecho estaba. Aún así tenía que aprender a pensar antes de actuar, siempre había sido uno de mis grandes defectos, y una cosa una vez dicha, o en este caso, enviada, no se podía rectificar.
Esta vez no tardó mucho en contestarme, por lo que me imaginaba que sería muy escueto. Probablemente no quisiera hablar más, así que decidí dejarle tranquilo.
“Como quieras, un beso Nora”
Estaba en lo cierto. Deje mi móvil en la mesilla y acabé de recoger toda mi habitación. No iba a ir al hospital, ya recogería mi apreciado fular cuando tuviese más tiempo y las cosas estuviesen tranquilas. Desayunando recordé todo lo que tenía que estudiar y hacer, y eso me dio más dolor de cabeza aún si cabia posibilidad alguna.
-¡Condenado examen de filosofía! ­-grité empujando el libro con una mano.
Llevaba toda una tarde estudiando, y no habiía logrado pasar de la segunda página. No soportaba esa asignatura, o más bien a la profesora a la que tenía una particular manía. No es que ningún profesor me cayese especialmente bien, pero con ella era diferente, y el odio hacía ella aumentaba día tras día. A todo eso se le sumaba el que estaba todo el rato pensando en Alex, en el hospital, y dándole vueltas a que podría haber pasado. ¿Cómo alguien podía meterse tanto en mi cabeza en solo un día?
Oí como alguien llamaba a la puerta, y tras ese sonido vi entrar a mi hermana y sentarse a mi lado.
-Si no te centras, no estudies, no sirve para nada. Yo cuando no me salen los dibujos bien, paro.
Ella lo dijo con toda la inocencia del mundo, pero en realidad tenía razón. No iba a conseguir centrarme en todo el día, y si seguí allí lo único que iba a hacer era perder el tiempo.
-Tienes razón Cris, gracias.
Le di un beso fugaz en la frente y salí disparada de casa. Estaba decidido, iría a visitar a Alex por muy pesado o molesto que pudiese llegar a ser, además tenía la excusa de que tenía algo que me pertenecía a mí.
Cogí el autobús y me planté lo más rápido posible en el hospital. Lo bueno de vivir en una ciudad pequeña es que no tenía perdida. Mientras me metía dentro saqué de mi bolso un folleto en el que salía el nombre del grupo, allí estaban sus apellidos, así que solo tenía que preguntar en recepción. Solo había un pequeño problema, ¿y si no era él el que esta ingresado?
-Hola, muy buenas. ¿Me puede decir en que habitación se encuentra Alejandro Sanchez Blanco?
-Sin decir ni una palabra la recepcionista se puso a teclear el nombre que le había dicho en el ordenador.
-No se encuentra ningún Alejandro con esos apellidos. Pero si una tal Sonia.
-Perfecto -dije con una sonrisa pintada en la cara -¿me puede decir en que habitación está?
Me alegraba su respuesta, en efecto, no era él el que estaba mal. 
No la veía muy convencida de darme aquella información, no me quedaba más remedio que insistir.
-Por favor, se trata de una urgencia -dije esta vez con un tono más serio.
Esta vez si que accedió, así que tras un breve “gracias”, me marché. Cada vez tenía más curiosidad, y a la vez miedo. Supuse que Sonia era su hermana, y con mi habitual pesimismo me esperé lo peor.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Capítulo 5.








El resto de la semana pasó sin mayor importancia. Lo único que merece la pena recordar, y que aún así no es de mi agrado, son las broncas continuas que empezaron a surgir en mi casa, gracias al excesivo trabajo de mi padre, algún que otro examen suspenso mío, los desastres de mi hermano… Y eso provocó la tristeza de mi hermana pequeña, a la cual le oía llorar de vez en cuando por las noches desde mi habitación. Yo prefería pasar el menos tiempo posible en casa para no escuchar gritos continuos. De todas formas, el viernes fue el peor día en relación con todo el resto de la semana. Tenía que poner cara de cordero degollado y conseguir ir a la fiesta, no podía faltar ni por asomo. Al final me dejaron, pero a la vez no pude evitar sentir pena, teniendo en cuenta que mi padre se iba otra vez el sábado por la mañana. En cuanto a Adrián… Se supone que tenía que aprovechar el máximo tiempo posible con él, pero hice exactamente lo contrario, le esquive todo lo que pude y más. Le quería, mucho, y tenía que conseguir olvidarme de él, si no, a la larga lo iba a pasar peor, sobre todo teniendo en cuenta lo asombrosamente encantador que se estaba volviendo. El sábado me levante bastante pronto para despedir a mi padre. Después mi madre se fue a trabajar, y un rato más tarde Alba Celia y Jimena, mis mejores amigas, vinieron a comer a mi casa para luego prepararse e ir a la fiesta. No sabía mucho en cuento está, exceptuando que iba a ir a tocar un grupo de amigos de Adrián, o eso me habían dicho, y de alguna gente que iba a ir. A mi hermano le agradó bastante la idea de que estuviesen mis amigas, o mejor dicho, Alba. Él también iba a ir a la fiesta así que tuvimos que llamar a una niñera para que se encargase de Cristina hasta que llegase mi madre. A las nueve, tras tres horas de vestirnos, o mas bien de pensar en que ponernos, salimos de casa y fuimos al local en el que estaba la esperada fiesta.
-Te echaba de menos, Nora -dijo Adrián al verme entrar en la fiesta.
En el fondo del local podía verse un escenario en el que iba a tocar el grupo en cuestión. No estaba muy adornado, solo tenía unas cuantas luces de colores, y un gran mural en el que había una gran foto de Adrián con todos sus amigos y amigas de cuando tuvo un accidente y estuvo en el hospital. Supongo que escogería esa foto por que fueron de los días en los que más le apoyamos, y en parte, porque es de las únicas fotos en las que salimos todos. En el lado derecho había una gran barra en la que había ya sentadas dos camareras y un grupillo de personas, y a la izquierda había unas escaleras que daban lugar a una pista reservada para bailar y los baños. En definitiva, estaba bastante bien, la función era estar con los amigos, pasárselo bien, y despedirse de Adrián.
-Más de menos te voy a echar yo, y no me quejo.
-En realidad, sí te quejas -dijo riéndose, -Nora, tenemos que hablar.
-Claro, dime.
-Vamos a un sitio más tranquilo.
Yo acepté, lo peor que pude hacer.
-Nora, escúchame bien, y entiéndelo de una vez, te quiero.
-Yo a ti también, ¿y?
-No, Nora, te quiero, de otra manera.
Me empezó a latir el corazón a mil por hora. El se fue acercando poco a poco con una relativa rapidez, hasta que llego el momento más esperado desde hace muchos años, pero el menos deseado desde hace días, me besó.
-Adrián, no -dije apartándome bruscamente de él -¿Cómo me puedes hacer esto? Una parte de ti sabe perfectamente lo que siento por ti, por favor, no me lo pongas más difícil. Te vas mañana, joder Adrián, te vas.
-Pero no puedo hacer nada.
-Sí, te lo acabo de decir, lo que puedes hacer es ser mi amigo, no me hagas sufrir más aún, por favor.
Los dos sabíamos que si él me besaba yo le iba a besar, le iba a corresponder, y en ese momento sería la persona más feliz del mundo, pero solo en ese momento. Él era mi manzana prohibida de Adán y Eva y a su misma vez la manzana envenenada de Blancanieves.
En ese mismo momento vimos llegar a un grupo de chicos de los cuales ninguno me resultaba familiar. Llevaban consigo guitarras, baquetas, y un numero indefinido de maquinas las cuales no sabía muy bien para que servían.
-Eres Adrián, ¿verdad?
-Sí, tú supongo que serás Alex.
Se dieron un apretón de manos y Alex procedió a presentarle a Adrián a todos sus acompañantes.
-¿Y no nos presentas a tu novia?
-No soy su novia, -intervine -Nora, encantada.
Adrián me fulminó con la mirada. No le molestaba que yo no fuese su novia, si no que a mi me disgustase tanto la posibilidad de llegar a serlo.
-Encantado. Vamos a prepararlo todo, y en seguida empezaremos a tocar.
Todos entraron, menos Adrián y yo. Me sentía incomoda, cosa que nunca me había pasado con él, y eso me molestaba. No podíamos romper nuestra amistad así por así, por un simple beso, por esa noche, la última que iba a pasar con él en mucho tiempo.
-Todo olvidado ¿vale? Anda vamos a dentro, nos espera una larga noche.
Tras decir eso los dos entramos y nos perdimos entre la gente. Yo me dirigí hacia la barra, tenía que olvidarme de todo por lo menos por esa noche, y para eso decidí ir por el peor camino, no me importaba.
-Un whisky, doble.
­-Que sean dos -dijo una atractiva voz masculina.
-¿Y tú eres? -Dije intentando recordar quién era.
-No me lo puedo creer, ¿me acabas de conocer y ya no sabes quien soy? Una de dos, o te tomaste muchos de esos,  -dijo cogiendo su vaso -o tienes que ir al medico a mirártelo, tienes síntomas muy acusados de alzheimer.
-No eres quien de darme leyes morales, uno, estas bebiendo exactamente lo mismo que yo, dos, ¿no deberías estar ahí arriba tocando?
-Prefería tu grata compañía, pero a decir verdad puede que me necesiten, ya me estarán echando de menos, y cuando me vaya tú también lo harás.
-Creído.
-Me acabarás adorando, lo se.
Me guiñó un ojo y se fue, subiendo de un salto al escenario. Empezaron a prepararlo todo rápidamente y empezaron a tocar. El era uno de los guitarristas y el vocal. Tenía una voz única, embaucadora. No podía separar la mirada de él. Era muy guapo, de estatura media. Tenía el pelo castaño claro, alborotado y con flequillo. Debajo de este se encontraban unos perfectos ojos azules verdosos, bastante oscuros. 
Me acabarás adorando, arrogante. Pero me encantaba, se acababa de ir, y lo que era peor, le acababa de conocer, y ya le echaba de menos. Cantaba genial, era una voz muy especial, única, y le sabía dar un toque especial, y todo acompañado de la guitarra eléctrica. Era bueno, muy bueno, y yo no podía seguir mirándole, así que decidí ir a bailar.
Por el camino me encontré con Jimena, la cual estaba con un chico que no sabía quien era, y probablemente ella tampoco. Me hizo señas indicando que luego me lo contaría y yo seguí hacia delante con el vaso en el aire y bailando, hasta que encontré a Celia y Alba. Estaban con tres chicos, de los cuales solo conocía a uno. Me presentaron a los otros dos, y uno de ellos me invitó a bailar. Sin pensármelo dos veces acepté, bebiéndome todo de un trago. Olvidar, solo tenía que hacer eso.
El grupo hizo una pausa y Alex se acercó a mí. Me invitó a otra copa. Solo tenía que cumplir un objetivo esa noche, olvidar, así que acepté. Volví a bailar, esta vez con él. Me dijo que no volvería a tocar esa noche, podían prescindir de él. Le di mi número de móvil. Otra copa más. Olvidar.
-Venga, otra más, solo una más.
-Nora, no. Ya es suficiente por hoy.
Adrián me agarro del brazo y me acercó a él, y sucesivamente me llevó a un sitio más tranquilo, echándole una mirada fulminante a Alex.
-¿Qué haces? Me lo estaba pasando bien
-¿Llamas a eso bien? Mírate por favor.
-No tienes ninguna clase de autoridad sobre mi Adrián, tenlo muy claro.
No se muy bien si fue por los efectos del alcohol, o por las ganas que tenía de soltar lo que pensaba, pero por fin le dije lo que sentía. Que no tenía derecho a tratarme así. No podía esperar que yo cayese rendida a sus pies, que llevaba años intentando que se diese cuenta de mis sentimientos, pero no pareció hacerlo hasta esa última semana. Era su último día allí y no quería que acabase mal, pero tenía todas las papeletas.
-Vale, lo siento. No lo he hecho del todo bien, pero lo he intentado.
-Pues, la has jodido -dije suspirando, era mi amigo, y al rededor de 10 años  juntos no podían acabar así, pero sentía como si no le importase lo que pudiese pasar despues.
-Lo siento de verdad, joder eres mi amia -dijo en un susurro.
-Como siempre, -le mire y vi en sus ojos al mismo niño que conocí con 6 años, con su misma inocencia y bondad, el mismo niño con el que jugué, el que me vió crecer y al que vi crecer, ese al que le conté mi primer beso, que era capaz de decirme las cosas tal y como eran, en definitiva, le vi tal y como me enamoré de él, perfecto. 
-Esta bien, ven y dame un abrazó -le dije casi a gritos e intentando sacarle mi mejor sonrisa.
Y así lo hizo. Le prometí que no bebería nada más esa noche, y volvimos a la fiesta. Él solo quería cuidar de mi tal y como lo había hecho siempre, y yo me sentía culpable por haberle tratado así. No volví a ver más a Alex, pero no me daba importaba, tenía que aprovechar el tiempo con Adrián. A las seis la gente empezó a marcharse, y por fin, a las seis y media, nos fuimos Adrián y yo. Se me doblaban las piernas solas y casi no era capaz de mantenerme en pie, estaba agotada. Como un ritual, me acompañó a casa, pero esa fue la vez que más me costó despedirme de él, fue peor de lo que esperaba. Se iba, no era un sueño, ni una broma de mal gusto. Me prometió que me llamaría todas las semanas, que me contaría todas las novedades y que vendría lo antes posible a vernos de la forma que fuese. Ese sería nuestro último abrazo, nuestra última noche. Cuando subí a casa no pude evitar romper a llorar. Estaba muy cansada, así que no tardé mucho en dormirme sumergida en un mar de lágrimas, escuchando el molesto pitido de mi móvil, indicando la llegada de un mensaje, como último sonido de esa noche.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Capítulo 4.



-Vamos Nora, quiero entrar en el baño, ¡llevas toda la mañana! -Dijo mi hermano enfadado.
-¡Tranqui eh!
Salí tras los continuos golpes en la puerta de mi hermano, y fui a mi armario para escoger la ropa que ponerme, el momento más difícil de la mañana teniendo en cuenta lo dormida que estaba ese día. El resto del día paso sin mayor trascendencia, por lo menos hasta las dos, cuando el sonido liberador del timbre anunciando el fin de las clases tocó. Yo estaba un poco preocupada, puesto que Adrián no había ido a clase en todo el día.
-Nora, mira quien está allí -me dijo Celia señalando hacia el final del jardín.
Allí estaba el, apoyado contra la verja del instituto, en su más absoluta perfección. En cuanto me vio empezó a saludar eufóricamente con la mano, a la vez que me indicaba que fuese donde él. Yo no lo dudé ni un segundo y acudí corriendo.
-Te he echado de menos, ¿se puede saber donde has estado sin avisar?
-Con lo cabezota que eres, si te digo que voy a pasar el día dando vueltas, fijo que no vas a clase, mejor dejarte preocupada -dijo guiñándome un ojo.
-¡Estúpido! Claro que habría ido contigo, solo te queda una semana aquí. ¿Por qué no has venido a clase?
-Ya te lo explicaré, anda vamos.
­-¿A dónde?
-Deja de hacer preguntas y vamos.
Sin darme tiempo a reproche ninguno, me cogió la mano y me condujo a través de las callejuelas, hasta llegar a una parte del paseo marítimo en la que no había estado nunca. No sabía hacia donde me conducía, pero con el me sentía segura, siempre. Me encantaba esa situación. De todos los años desde que le conocía, era la primera vez que se había atrevido a cogerme la mano, y a mi más se me iba olvidando lo que había pensado la noche anterior. No, le necesitaba, y cada vez me daba más cuenta de ello, y de lo que me iba a costar despedirme de él. Lo estaba haciendo mal, sabía que tenía que despegarme de él, lo más posible, y comenzar desde ahí a olvidarle como algo más que un amigo. Pero no podía, cualquier intento era en vano.
­-Ya hemos llegado. ¿Te has fijado en el camino?
­-No, ¿por qué?
-Verás, este es mi sitio especial, y nunca he venido con nadie. Tú serás la única persona del mundo que habrá estado aquí conmigo, y quiero que sea igual de especial para ti, y que solo traigas a alguien cuando de verdad te importe y signifique algo para ti.
-Entonces supongo que si no te lo prometo no me enseñarás el camino.
-Exacto.
-Prometido.
Todo iba perfecto, ese era el momento que llevaba una vida esperando, y ahora que se me daba la ocasión de aprovecharlo, no podía. Quería abrazarle para no soltarle nunca, pero eso no cabía dentro de sus planes, por lo tanto yo tenía que eliminarlo de los míos. Era un sitio alucinante. Según lo que me dijo, se situaba al lado de una playa privada. Estaba rodeado de piedras, y a lo lejos podía verse un hermoso acantilado. Desde la roca más alta de ese lugar de ensueño se podía ver un mar magnífico, el más puro y real que había visto nunca, con un azul claro en el que se podía ver el reflejo de las nubes en la orilla, y en el horizonte un azul intenso salpicado por el rojo fuego del atardecer. La arena era suave como la seda, y de su mismo color natural. Pero no era solo la belleza de aquel lugar lo que me llamaba la atención, si no la magia que se podía respirar en el aire.
-Adrián, es perfecto.
Igual que él. Al mirarle a los ojos me perdía en su mirada, y no podía evitar estremecerme, y me sentía estúpida por no ser capaz de decir lo que sentía.
-Nora, te voy a echar mucho de menos.
-Y yo a ti.
Tras decir eso los dos nos quedamos callados, y así pasó el resto de la tarde, apacible, tranquila. Me sentía como dentro de una canción de John Lennon, flotando en un mar de sueños, imaginando que ese momento no se iba a acabar nunca, perdiéndome en un bosque de mentiras. Sin mediar palabra, me cogió del brazo y me levantó del suelo. Ahí estaba él, como siempre en su más absoluta perfección. Fue acercando poco a poco su cabeza a mi oído hasta llegar a tal punto que podía sentir su respiración entrecortada en la nuca, y sentí como un escalofrío recorría todo mi cuerpo.
-Te quiero -me susurró lo más bajo posible.
No podía estarme pasando, no sabiendo que se iba a marchar en menos de una semana.
-Se está haciendo tarde -dije mientras me separaba bruscamente de él.
No entendía como podía hacerme esto, hacerme sufrir sabiendo que estaba enamorada de él. Claro, no lo sabía. Por el camino me fue explicando todos los recovecos de aquel lugar y atajos para llegar desde cualquier punto de la ciudad, pero yo en realidad no estaba atendiendo. Mientras mi cuerpo estaba presente, junto a Adrián, mi mente se encontraba a kilómetros de distancia, perdida, y sobre todo, aturdida.
No tardamos mucho en llegar a mi casa, en realidad, en cuanto supe como era el camino de vuelta a casa decidí aligerar el paso lo más posible. No soportaba esa situación, yo quería estar con él, pero no me convenía.
-Hasta mañana -dijo acercándose poco a poco.
-Hasta mañana.
Me giré y abrí el portal, esquivando su mirada perdida. Fui directamente a mi casa sin echar ni una mirada atrás y sin vacilar en mí andar sereno ni una sola vez, y como de costumbre entré en casa dirigiéndome a mi habitación. Cogí mi mp4 y me tumbé en la cama a escuchar música, cosa que se había convertido en mi pequeño ritual. Cuando conseguí tener un poco de tranquilidad, o mejor dicho, estabilidad en mi cuerpo, mi hermano entró en mi cuarto sin llamar siquiera a la puerta.
-Supongo que habrás estado en casa de alguna amiga tuya ¾dijo secamente pero con voz picaresca a la vez.
-Sí.
-Bueno yo no soy mamá así que no pasa nada porque me digas que has estado con Adrián. ¿Qué tal con él?
-Eres mi hermano, ¡no te voy a contar mis problemas!
-Por lo que se puede deducir que los hay…
-Dani, por favor, déjame.
Sin mediar palabra se levantó y se fue. Yo me quedé dormida con el fondo sonoro de los Beatles. Y sin acordarme de que al día siguiente tenía un examen de economía.

A esa misma hora en otro lugar de la ciudad.

-¿Diga?
-Alex, hola, soy Rober. Me preguntaba si tú y tu grupo podríais tocar este sábado en una fiesta. Me he encontrado con un amigo que se va a Madrid, y aún no tiene nadie.
-Claro, estaría genial.
Vale, ya te avisaré de donde es, la hora y todo el rollo. Cuídate.
-Lo mismo, adiós campeón.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Capítulo 3.







-Me voy a casa de Alba, si vas a salir,  llámame y vengo a cuidar de Cristina.
Tras decir eso observe un notable cambio en su cara, la cual no supe identificar del todo. Estaba entre la tristeza por no ser él el que iba a ver a Alba y la alegría de escuchar su nombre. A mi hermano siempre le había gustado mi mejor amiga, o por lo menos siempre se había fijado en ella, pero nunca ninguno de los dos dio el paso, y mi hermano por su lado estaba cada día con una chica nueva, pero nunca ninguna que le gustase de verdad.
-No creo que salga, de todas formas no llegues muy tarde, que hoy llega hoy papá de viaje, y se va el próximo sábado otra vez.
-Vale. Puede que traiga a tu amor a dormir -dije despeinándole su oscuro pelo.
-Imbécil.
-Me adoras.
Llegue a casa de Alba en apenas un cuarto de hora. Me moría de ganas por contárselo todo y desahogarme con ella. No sabía nada del día anterior, exceptuando que había quedado con el por la noche, pero ni se imaginaba el final de la noche.
-Ya te echaba de menos Nora, ¡Cuéntamelo todo ya!
No pude ocultar mi tristeza tras la euforia de sus palabras, probablemente ella antes pensase que todo había ido bien, o que de lo contrario ella habría sido la primera persona a la que habría llamado, pero no, no fue así. Ella noto mi estado de ánimo, no era difícil, y menos siendo ella, la única persona que lo sabía todo de mi.
-OH-OH. ¿Qué pasó?
Subimos a su habitación y allí empecé a contárselo todo, sin dejarme ningún detalle, y sin olvidarme de ningún segundo de la historia. Ella de vez en cuándo asentía, pero nada más, me dejo hablar a mi todo el tiempo, y cuando por fin acabé quitándome ese gran peso de encima ella me dio su más sincera opinión.
­-¿Qué piensas hacer? ¾Preguntó preocupada, a la vez que intrigada.
-Todo lo que pueda, es decir, nada. Intentaré aprovechar al máximo la última semana que me queda con él, después lo asumiré y por último lo intentaré olvidar.
-¿Y no le piensas decir lo que sientes por él? Igual eso cambia las cosas…
-Sí, a peor. Bueno, se me hace tarde, ¿no quieres venir a dormir?
-No puedo, ya sabes, lo de la barbacoa y tal, no puedo fallarles a mis padres.
Nos despedimos y yo me fui a mi casa. Por el camino me acordé de que venía mi padre de viaje, mi padre, papá. Después de tanto tiempo y aún no me había acostumbrado a llamarle así. Se me hacía raro, siempre le había querido mucho, pero nunca podría remplazar el sitio de mi verdadero padre, cosa que tampoco había intentado. Siempre se había comportado como tal, pero nunca quiso apoderarse de esa plaza de autoridad sobre mí. Me había querido, respetado y educado, pero nada más, sabía perfectamente que yo no podía olvidar los primeros 5 años de mi vida así por así y lo importantes que eran para mí. Yo por mi lado, también le había querido y respetado, pero al mirarle a los ojos me recordaba lo desafortunada que era por haber perdido algo tan importante de mí, y el que solo pudiera haber disfrutado de ello unos pocos años, de los cuales no tenía conciencia de los primeros, y el lo sabía.

31 de diciembre, 1997.

­-Gracias por todo, nos lo hemos pasado muy bien, ¿verdad Nora? -Dijo mi abuela.
Era muy pequeña por aquel entonces, pero sabía reconocer perfectamente los sentimientos de mi abuela. En ese momento su mirada rebosaba felicidad por saber que yo iba a estar bien cuidada allí, era mi madre, y sabía que haría lo que sea por mí, y por recuperar los años perdidos, pero a su vez, podía leer en su cara la añoranza. La añoranza por su hijo, y también tristeza por tener que separarse de mí. Desde que ingresaron a mi padre yo había vivido en su casa, y era la primera noche que iba a dormir fuera.
­-Sí abuelita -respondí dando saltos de alegría.
-Bueno, cariño, ahora corre a jugar con tu hermano, mamá y yo tenemos que hablar.
Me despedí de ella y obedecí, como hacía siempre. En realidad prefería quedarme con ellas, pero sabía perfectamente que esa no era posibilidad alguna. Después mi abuela le pediría que si había algún problema, contactasen con ella, que quería verme cada cierto tiempo y todo eso, en fin, lo normal, simplemente se preocupaba por mí. Ella no podría cuidarme mucho más tiempo, se iba haciendo mayor, y los años como en todo el mundo, iban pasando factura. Después de unos minutos, mi abuela se marchó.
-Nora, ya va siendo hora de ir a la cama que es muy tarde.
-Pero yo quiero quedarme más mamá, los mayores siempre os quedáis hasta más tarde.
-Los mayores también nos vamos a la cama.
Me cogió por las piernas y me llevó hasta mi cama, simulando que yo era un saco de patatas. Me arropó, y después de contarme un cuento me dio un beso en la frente y me deseó dulces sueños. Pero eso no acababa ahí, yo no tenía ganas de dormir. Esperé a que pasasen unos minutos y ahí empezó mi expedición a la cama grande de la casa, y después pondría en práctica mi plan de ataque: cosquillas. Pero solo conseguí poner en práctica parte del plan, la otra se me olvidó al escuchar la conversación entre mi madre y su marido.
-No ha ido tan mal, pensé que no aceptaría que yo fuera a estar en su vida.
-No seas tonto, quién no va a quererte en su vida.
-No se, pero es una niña increíble y encantadora, nunca se me olvidará como me ha recibido, con tanta… no se, ¿facilidad? ¡Si hasta ha saltado a mis brazos!
-Lo se, me arrepiento muchísimo de todo lo que pasó, no se, me siento culpable.
Tras decir eso, los dos se abrazaron. Un abrazo lleno de amor y esperanza.

Al llegar a casa oí voces en el salón, así que me dirigí allí nada más entrar. Se encontraban sentados en el sillón mis hermanos, mi madre y mi padre. Al entrar, este se levantó y me dio un gran abrazo. Luego me pidió que cerrase los ojos. Tras un corto tiempo esperando, el cual se me hizo eterno, sentí un peso caer sobre mis manos, e instantáneamente abrí los ojos.
-Lo vi en Venecia, y no pude evitar comprártelo.
-¡Gracias! No hacia falta que me comprases nada.
-¿A qué esperas para abrirlo? -Dijo dando una palmada indicando que me diese prisa.
Arranqué el papel de regalo de flores. Había una cajita en la que ponía mi nombre, y en su interior habría dos cosas. Una era un pergamino en el que ponía mi nombre con un símbolo el cual no entendía, y un texto, y el otro objeto era una pulsera, el la cual habría grabado el símbolo que no lograba entender. Mi padre, como si me leyese el pensamiento me explicó que era mi nombre en griego, que era de donde procedía. Tras ponerme la pulsera empecé a recitar el texto del pergamino como si de un poema se tratara, con el mayor entusiasmo posible.
-Nombre de origen griego. Su significado es “bella como el sol”. Le gusta llevar una vida muy independiente, pero aún que no lo admita necesita ser arropada por sus seres queridos., y la seguridad de un hogar. Es muy temperamental y sensible, y bastante orgullosa. Su variante es Eleonora.
-Lo de orgullosa si que es verdad, ¿y no pone algo por ahí de petarda, fastidiosa o insoportable? -Intervino mi hermano.
­-¡Cállate! El tuyo no lo trae para que no te deprimas, no habría una sola cosa buena.
-Venga ya, parad -dijeron mis padres al unísono.
-Me encanta, muchísimas gracias papá, de verdad.
-Nada. Bueno, ¿vamos a cenar ya? Me muero de hambre.
-Yo no voy a salir, id vosotros, estoy bastante cansada, y de todas formas, no tengo mucho hambre.
Se fueron y yo tras coger un trozo de fruta me tumbe a la cama. Empecé a pensar en Adrián, ya estaría en la cama lo más seguro, en Madrid. Le echaba de menos, pero no como antes, ya nada iba a volver a ser como antes. Me puse a escuchar música con mi iPod, y como si de una patada del destino se tratase, justo cuando iba a sonar la canción con la que le identificaba, nuestra canción, me quedé dormida. Mi último recuerdo de ese día  no iba a ser él, y puede que tampoco del resto de los días.

Ese mismo momento, en otro lugar de la ciudad.

-Alex, no puedo dormir -dijo su hermana pequeña mientras movía el brazo de su hermano.
-Estas no son horas para que las princesitas como tú sigan despiertas. Vamos, si te arropo yo y te cuento un cuento, verás como si te duermes.
Alex llevó a su hermana a la cama, y antes de poder acabar de contar ese cuento de final feliz, ella se quedó dormida. Le dio un beso en la mejilla, y volvió a su cama. Se tumbó boca arriba, con las manos detrás de la cabeza y totalmente estirado, igual a como estaba antes. El tampoco podía dormir, pero no por ninguna pesadilla o por miedo al monstruo del armario, sentía una angustia en el pecho que no le dejaba respirar con facilidad. Tenía el presentimiento de que algo iba a pasar, y el por su parte lo único que podía hacer era esperar.

Capítulo 2.








Los primeros rayos de luz empezaron a entrar por la ventana. Me desperté con la almohada húmeda entre mis brazos y la manta en el suelo. Me levanté y me quede sentada intentando percibir todos los sonidos y olores de la mañana, el café y las tostadas recién hechas, grifos abriéndose y cerrándose, la puerta de mi casa en continuo movimiento, mis perros jugueteando por el pasillo… Nunca me había costado madrugar, siempre me había gustado el pensar como transcurriría el resto del día simplemente la forma en la que te despiertas, y tenía mi pequeña teoría de que si te despiertas lo más alegremente posible tu día ya sería un poco mejor, y que lo que bien empieza, mejor acaba. Tras aclararme los ojos miré mi móvil para saber que hora era. No podía estar en lo cierto, las nueve y media pasadas, llegaba realmente tarde a clase. Nunca me había pasado, no entendía como no había oído la dulce sintonía de mi móvil que me despertaba cada mañana.
-Mamá, ¿como no me has despertado? ¡Voy a llegar tardísimo a clase!
Cogí una tostada y la empecé a mordisquear mientras iba a mi habitación a vestirme. Tras acabar volví a la cocina y acabé de desayunar.
-¿Has apagado tú mi despertador mamá?
-¿Se puede saber a donde vas, con tanta prisa? ¾Me respondió con aire tranquilo.
-Ya te lo he dicho, a clase, ¿donde voy a ir si no?
-Fui yo quien te apagó el despertador, cada vez sonaba más alto esa horrible canción y no podía ver mis dibujos -dijo mi dulce hermana con su habitual vocecilla de cada mañana.
Mi hermana Cristina se acercó a darme un beso en la mejilla, y después se empezaron a reír aún que yo no conseguía verle el lado gracioso al asunto. En ese momento mi hermano mayor entró en la cocina.
-Nora, sabemos que estás aún obnubilada por tu cita con Adrián, pero despierta, hoy es sábado y no te van a abrir el instituto porque tú tengas tantas ganas de estudiar.
Perfecto, era sábado. Todos se empezaron a reír, y yo, como de costumbre empecé a coger un tono de piel un tanto rosado.
-Bueno ya vale, todos pueden tener un fallo de vez en cuando.
-Ya veo, ya. ¿Y que tal tu “cita”? -Me pregunto mi hermano entre risas.
-No seas pesado Dani, no era una cita, Adrián es mi mejor amigo, punto.
-Y por eso estuviste tres horas metida en el baño arreglándote ¿no? Que ya había cola esperando a que la señorita acabase.
-No te pases, más tiempo estás tú cuando vienen mis amigas a casa, y más si viene Alba…
-Venga chicos, parad, yo me voy a trabajar. Hoy tengo turno completo así que coméis solos. Tenéis la comida en el horno, y os he hecho tarta de chocolate y fresa, está en el frigorífico. Sí necesitáis algo llamáis.
-Gracias por la tarta mami ¾dijo mi hermana relamiéndose la boca.
-De nada princesa, pero solo podrás comértela si te acabas el primer y el segundo plato. Me voy, a las ocho ya estaré aquí.
Los tres nos despedimos al unísono, y tras oír la puerta cerrarse, yo me lancé sobre mi hermano para intentar pegarle, pero nunca daba resultado, era demasiado fuerte.
-Esta bien, tregua -dije protegiéndome la cabeza con los brazos.
-¿Por qué siempre que pierdes tiene que haber tregua?
-Precisamente por eso, porque siempre pierdo.
-Te recuerdo que eres tú la que ha empezado.
-Y yo te recuerdo que no se les pega a las mujeres, y menos a las dulces hermanitas como yo ­-dije mientras intentaba poner cara de ángel.
Me miró fijamente a los ojos, intentando saber si me pasaba algo, y como era de esperar, lo descubrió, mi hermano era de los de la opinión de Adrián: yo era como un libro abierto. Al pensar en Adrián me estremecí, se iba a Madrid y yo no podía hacer nada. Le iba a echar de menos. Era el típico tío que no deja indiferente a nadie, en mi opinión, la representación personificada de la perfección. Tenía la cara perfectamente perfilada, y una piel tostada y suave. El pelo era castaño oscuro, con mechas ligeramente rubias a causa del sol. Siempre vestía perfectamente combinado, y acorde con la ocasión, informal, hippie, arreglado, sport… Pero no era solo eso, no era solo su físico, era él. Siempre sabía como hacerme sentir bien, como hacerme reír, sabía lo que quería, era detallista, amable, definitivamente increíble. Me encantaba su manera de mirarme, sonreírme, como me cogía la mano, de abrazarme, besarme… Y en cuestión de una semana todo eso estaría muy lejos de mi, a más de 500 kilómetros de distancia.
-Venga, va, dime qué te pasó ayer.
Para que intentar engañarle, no me iba a creer.
-Adrián.
-¿Qué pasa con él? ¿Te hizo daño? -Dijo preocupado.
-No, bueno, sí, pero no era su intención, y él no puede cambiar nada. Se va a Madrid.
-Entiendo, ¿y ahora me vas a negar que te gusta no?
-¿Te lo creerías?
Entonces mi hermana nos gritó desde el salón pidiendo ayuda. Nosotros sin pensarlo dos veces acudimos. Al llegar no vimos nada extraño, mi herma  estaba sentada en el salón acompañada de su muñeca favorita. 
­-¿Qué pasa pequeña? -Dijo mi hermano sin entender muy bien la situación.
-Me parece fatal que habléis a escondidas en la cocina, y quería enterarme, pero los mayores solo me hacen caso cuando creen que hay problemas…
Sin tiempo para que acabase la frase, mi hermano se lanzó sobre ella empezando a hacerle cosquillas, y después me miró intencionadamente. Sabía lo que quería decir eso: esta conversación aún esta pendiente.