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miércoles, 16 de febrero de 2011

Capítulo 13.







El cielo se fue encapotando a medida que pasaban las horas y la humedad fue apoderándose de mi habitación a la misma vez que la tormenta se iba acercando a la ciudad. Estaba cansada por el largo viaje y sabía que el siguiente día no iba a ser fácil, pero no me podía dormir. Me negaba a pensar que era por culpa de la extraña sensación que había sentido al abrazar a Adrián, y me dispuse a pensar que la verdadera causa por la que no era capaz de pegar ojo era la luz que iluminaba cada poco tiempo el cielo acompañada posteriormente del fuerte sonido semejante al sonido de una partida de bolos.
Tras horas levantándome y volviéndome a tumbar, escuchando música, leyendo e intentando hacer algo con tal de entretenerme, decidí salir de mi fría y agobiante habitación de hotel y buscar la de mis amigas. Se encontraban por desgracia en la otra punta del pasillo, así que tuve que tener cuidado de no hacer mucho ruido al pasar por la sucia moqueta que me conducía a la puerta número 27. No creía que mis débiles pisadas pudiesen despertar a nadie, pero temía encontrarme con una mirada ajena que me pudiese ver en aquel estado. No llevaba mis mejores galas, ni siquiera se podía calificar aquel pijama como “bonito”. Más bien se parecía a un blusón semejante al que llevaban en los años 80, combinado atrevidamente con unas zapatillas con forma de elefante. El pelo lo llevaba recogido en una coleta la cual no desentonaba con el resto del conjunto. Definitivamente no estaba para ver. Afortunadamente conseguí llegar a su cuarto sin crear ningún escándalo. Pegué la oreja a la puerta de mis amigas para comprobar si estaban dormidas y para mi sorpresa, a la misma vez que para mi agrado, todavía estaban riéndose, gritando, pasándoselo en grande. Había elegido estar en otra habitación, a pesar de que ellas pretendían hacer una fiesta de pijamas, como cuando éramos pequeñas. Cada sábado quedábamos siempre las cuatro y dormíamos en una casa al azar. Nos lo pasábamos en grande. Nuestra amistad siempre fue cosa de cuatro, pero las cosas estaban cambiando y no precisamente a mejor. Sentí una punzada en el corazón al darme cuenta que era yo la que estaba provocando eso. Me conocían casi mejor que yo misma, y lo único que era capaz de hacer era esconderme, salir de sus planes corriendo o en caso de estar en ellos poner mala cara en la mayoría de las ocasiones. Yo estaba convirtiéndome en la culpable de que esas cuatro esquinas del cuadrado, siempre intactas e inseparables, se estuviesen desvaneciendo en el olvido, y yo no era la única que me había dado cuenta de eso, ellas también lo habían hecho.
“No es tarde” –pensé para mis adentros. Me obligué a repetir esa frase una y otra vez hasta estar segura de dar un paso más olvidando mi orgullo y pedir perdón. Respiré hondo como solía hacer siempre que estaba nerviosa, pero no pude levantar la mano y llamar a la puerta. Decidí que sería mejor esperar al día siguiente. Empezaría de nuevo mi vida, pero no esa noche, esperaría a que se despertasen las calles y recibiría el nuevo día, o mejor dicho, mi nueva vida, con una de mis mejores sonrisas.

Conseguí encontrar una de las mejores pastelerías de la ciudad gracias a un mapa que me facilitó la recepción del hotel, sumándole a mucho tiempo y paciencia, lo cual fue imprescindible para encontrarla. Madrugué para darles una sorpresa a mis amigas y plantearme como decirles lo arrepentida que estaba. Mi padre siempre solía decir que el perdón entra mejor con el estómago lleno, por lo tanto decidí que un desayuno bien entrada la mañana sería un buen comienzo. Él día se presentaba soleado, alumbrando la cara de los transeúntes. “Después de la tormenta siempre viene la calma” -pensé. Eso esperaba, pero no solo refiriéndome al clima, si no a todo lo que concernía mi vida.

–Lo siento –murmuré, –se que no me he portado como debía estos últimos meses.
–Nora no tienes que pedir perdón por nada. Sabes de sobra que estaremos aquí siempre pase lo que pase.
Sonreí aliviada. Me había costado mucho llegar a decir esa pequeña palabra, y todo para que me dijesen que no pasaba nada. Era cierto, siempre habían estado donde y cuando las había necesitado apoyándome, y me aliviaba que fuese a seguir siendo así.
–Vamos, nos queda un día muy largo.
Sus sonrisas no hicieron más que tranquilizarme. Volveríamos a ser las de siempre. Quería volver a estar en la cúspide de mi vida una vez más, volver a estar en la plenitud de mi felicidad. Esperaba que no fuese difícil y creí que lo más adecuado sería dar un paso más para llegar a la meta final. Y ese paso solo consistía en hablar con Adrián. No pensaba que pudiese ser difícil, solo tenía que dejar que las palabras fluyesen y que todo volviese a ser como lo era antes con él, añadiéndole el problema de la distancia. Pero, ¿Qué era eso para nosotros? Siempre lo habíamos hecho todo juntos, como amigos, y nada de eso debía cambiar. Era consciente de que la gente sí que lo hacía, la gente si que cambiaba con el paso de los años, pero nada tenía que ir peor tras esos cambios, si no todo lo contrario.
Habíamos visitado a su familia en el hospital llevándonos la grata sorpresa de que estaban todos bien. Adrián tenía iluminada la cara con una leve sonrisa, pero sus ojos no decían lo mismo. No quería pensar que algo le pasaba, pero mi corazón no decía lo mismo. Parecía triste aunque lo intentase ocultar por todos los medios posibles y yo tenía que averiguar el porqué. Quería ayudar pero no podía evitar pensar que no debía meterme en medio de lo que quiera que estuviese sucediendo si no era él el que me lo contaba. De todas formas era su amiga, y ¿eso es lo que hacen los amigos al fin de al cabo no? Ayudar siempre que lo necesites sin necesidad de que te lo pidan, saber cuando necesitan ayuda, comprenderles en todo momento fuera lo que fuera lo que les pasase y no fallarles nunca como lo había hecho yo. No me había preocupado por él desde que se había marchado, y las cosas habían cambiado radicalmente en su vida sin yo tener ni la menos idea de ello.
Conseguí encontrar su mirada cuando por fin levantó la cabeza del suelo, y eso me lo confirmó todo, todas mis sospechas eran ciertas y ahora lo sabía mejor que nunca. Percibí en ella maldad a la misma vez que incertidumbre, y eso me asustaba. Algo había cambiado en su vida, él había cambiado.

-¿A dónde nos llevas a cenar?
Jimena estaba entusiasmada con la idea de salir fuera a comer algo. Todos estábamos cansados puesto que nos habíamos pasado todo el día dentro del hospital. Ella nunca había soportado estar quieta así que la idea de Adrián de sacarnos de ese sitio para que nos diese el aire fue digna de ser galardonada como una gran salvación.
-No esperéis mucho glamour. Mi sueldo no llega para grandes festines.
-¿Sueldo? ¿Desde cuando trabajas?
Él no necesitaba trabajar para nada. Su padre tenía un alto cargo en una pudiente empresa y su madre había montado un negocio. No necesitaba dinero para nada que sus padres no le fueran a pagar y siempre había querido estudiar medicina al acabar el instituto.
-Sí, necesitaba hacer algo en mí día a día.
-¿Cómo estudiar quizás?
-Lo he dejado.
-¿Qué lo has dejado dices? Estas hablando como si se tratase de un vicio, y no es eso. Se trata de tu futuro, ese que llevas panificando toda tu vida.
-No vengas tú a darme leyes morales.
-¡Chicos parad! Necesitáis relajaros, ¿hablamos tranquilamente cenando vale?
El corazón se me comprimió en un puño. No era el que hubiese cambiado, ni tampoco el que ya no estudiase lo que hacía que me faltase el aliento. Nunca me había hablado así, ni tampoco me había mirado nunca con esa furia. Al contrario, siempre usaba sus mejores sonrisas solo para mí, siempre sabía como contentarme y hacer que me sintiese relajada. Decidí no hablar más del asunto en toda la noche, pero no entendía que podía haber hecho tan mal para que se portase así conmigo.
-Aquí se acaba el viaje, hemos llegado.
-¡Genial! –Exclamó Jimena –me muero de hambre.
Observé como alguien chocaba con Adrián. Para mi sorpresa no pidió perdón, si no que se giro y empezó a hablar con él.
-¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de viaje?
-Los planes han cambiado.
La mirada de aquel chico era fría y cortante. No inspiraba nada bueno, ni tranquilidad, ni serenidad ni cualquier sentimiento que pudiese hacerte sentir bien.
-Pásate luego por la fiesta.
-Veré lo que puedo hacer.
-Chicas podéis ir pasando –dijo aquel chico como si nos conociese de algo.
Yo no era la única que estaba nerviosa, el tono de voz de Adrián demostraba que el también lo estaba pero al parecer yo era la única que fui capaz de notarlo. Ellas entraron pero yo me quedé detrás de la puerta intentando escuchar algo que pudiese darme la menor pista de lo que estaba ocurriendo, de lo que le pasaba a Adrián, y algo me decía que ese chico era parte de la respuesta.
-No es una petición, es una orden. ¿Estas con nosotros o en nuestra contra?
-Allí estaré.
Tragó saliva mientras vio alejarse a su amigo y entró al restaurante. Toda la velada fue bastante tranquila para mis amigas, las cuales no sabían nada de mis futuros planes, ni los de Adrián, por el contrario él y yo, cada uno por sus motivos, no estábamos en absoluto tranquilos.

El aire frío y la humedad hicieron que se me entumeciesen las piernas de tal modo que la incomodidad al andar llegó ser insoportable.
Tras cenar mis amigas volvieron al hotel puesto que se encontraban cansadas pero yo aun tenía fuerzas para ir a la fiesta y averiguar lo que estaba pasando. Eso ellas no lo sabían, y tampoco sabían que para llegar a mi destino debía seguir a Adrián a escondidas. Cada bocacalle que cruzaba hacía que me dificultase la misión de no ser vista y a cada esquina que pasaba tenía que tener cuidado de encontrar algo con lo que taparme y que no me viese en caso de girarse. Para que eso último no pasase tenía que dar pisadas de gato, apoyándome única y exclusivamente de las puntas de mis pies. El frío provocaba que se me congelasen los dedos y los ojos me lloraban por culpa del viento. Todo se estaba poniendo en mi contra pero no me importaba, conseguiría lo que me propusiera a cualquier costa.
Vi como entró en un gran almacén con un robusto hombre que le esperaba a la entrada. No podía ser vista así que busque otro modo de acceder a aquel lugar. Lo mejor que encontré fue una vieja puerta metálica trasera que se encontraba en el segundo piso. Subí las escaleras procurando no tocar la oxidada barandilla. A cada paso que daba sentía que el ruido que hacía al pisar sobre aquellas descuidadas escaleras era mayor. Ya arriba respiré hondo y conté hasta tres para abrir la puerta. No hizo demasiado ruido por lo que solo llamé la atención de una mujer que se encontraba allí apoyada contra la sucia y polvorienta pared. Bajó al piso de abajo sin dar importancia al hecho de que hubiese entrado. Me asomé a la barandilla que rodeaba el pasillo lateral que había alrededor de la planta de arriba para encontrar a Adrián. No fue demasiado difícil a pesar de la multitud de gente que había, y de la poca iluminación de colores que parpadeaba constantemente. Allí estaba, pegado a una barra con el hombre al que había encontrado en el restaurante. Ahora no tenía camiseta por lo que pude ver todos los tatuajes que cubrían en su plenitud la parte de arriba de su cuerpo. Entonces fue cuando lo vi. No me lo creía por lo cual intenté agudizar la vista para cerciorarme de que era cierto. Mi vista no me había fallado, en absoluto. Un símbolo nazi cubría por completo su hombro izquierdo. El corazón me empezó a latir con fuerza, me costaba respirar y mi cuerpo empezó a temblar por completo. Nadie se hacía ese símbolo al azar, nadie se honra de llevar algo así plasmado en su cuerpo con orgullo sin creer en esa horrible ideología. Miré a mí alrededor y para mi sorpresa no era el único que lo llevaba. Y allí estaba Adrián, en medio de todos ellos. ¿Y si él también lo llevaba? No me pude explicar como él, él en especial, el estudioso y bondadoso Adrián de siempre, mi Adrián, había acabado allí. Estaba entre gente que pegaba, mataba o maltrataba a gente solo por no ser diferente, por puro racismo. Un grito de auxilio salió de garganta jugándome una mala pasada. A pesar de la música todos me oyeron y se giraron hacia mí haciendo que yo fuera el centro de atención. Nadie, ni tan siquiera Adrián, pusieron buena cara al verme en aquel lugar. Adrián subió corriendo junto a otras tres personas.
-¿Qué haces aquí Nora? –gritó al llegar a mi lado cogiéndome por el brazo.
Tenía una notable cara de preocupación, la cual no sabía si era por el hecho de que yo estaba en peligro o por que el fuera el que lo estaba. Eché mi cuerpo hacia atrás secamente deshaciéndome de su mano y apreté lo dientes con furia.
-¿La conoces? –pregunto la chica que se encontraba a su derecha.
Ella era la que me había visto anteriormente. Era digna de catalogar de modelo, alta, delgada y morena de ojos marrones. Llevaba unos altos tacones acompañados de unos vaqueros y una camisa blanca. Tenía la cara de una muñeca pero su mirada hacía que sintiese miedo al estar a su lado. Quería correr y salir de allí lo antes posible pero sentía que con Adrián cerca no me iba a pasar nada, no quería entender que él ahora era uno de ellos.
-¡Nora, vete!
-La pregunta no es qué hago yo aquí, es qué haces tú aquí.
Las palabras salían con dificultad de mi garganta atropellándose unas con otras. Tenía miedo pero quería irme de allí con él, quería que acabase todo de una vez y que volviese a ser como antes. Me llegué a plantear el hecho de que todo fuesen imaginaciones mías, pero nada era fruto de mi mente, lo estaba viviendo en mis propias carnes.
-Te estoy diciendo que te vayas. ¡Vete!
Su grito ronco retumbó por todo el almacén. Ahora él había pasado a ser el centro de atención. Estaba más furioso de lo que había lo había visto nunca. En mi vida me había tratado así. Salí corriendo con lágrimas recorriendo mi cara. Quería gritar, desahogarme, y así lo hice. Mis piernas se movieron como no lo habían hecho nunca olvidándose del dolor. No quería parar, tenía miedo de si lo hacía poder dar la vuelta y volver a aquel horrible lugar en el que no debía haber estado nunca. Quizás nunca debí haber sabido la verdad y vivir engañada pensando que era el mismo de siempre solo que a kilómetros de distancia.

Me llegó un mensaje al móvil justo al llegar al hotel, no me apetecía hablar de nadie pero lo mire ante la posibilidad de que fuera algo importante, y en efecto, lo era. Aun tenía las manos temblorosas cuando recibí su mensaje pidiéndome solo 5 minutos. Me planteé no bajar a la recepción, donde se encontraba Adrián. No quería verle pero me merecía una explicación así que accedí. ¿Y si a pesar de todo no era tan malo? Concederle un rato de mi tiempo después de todas las cosas que habíamos pasado juntos no iba a ser un problema.
-¿Qué quieres? –conseguí decirle al verle sentado en un sillón al lado de la entrada.
Se encontraba tranquilo y sereno, pero nada me auguraba que todo iba a ir bien.
-Que no digas nada, que simplemente desaparezcas de mi vida.
-¿Así, sin más? Supongo que no te importara nada de lo que hemos pasado durante estos años, durante toda tu vida.
-Eso no pertenece a mi vida de ahora, ahora es parte del pasado.
-¿Y vienes aquí a decirme eso? –dije entre sollozos -¿A darme un portazo en la cara? Tú no eres así, no eres como ellos.
-No te engañes, Nora. Soy exactamente igual que ellos, y no me avergüenzo nada de lo que he hecho desde que les conocí. Cuando nos despidamos mañana no volverás a saber nada de mí.
-No esperes que te reserve ni una simple mirada mañana, no quiero saber nada de ti a partir de ahora. ¡Vete tú! No quiero volver a ver a este Adrián en mi vida, lárgate. Necesitas un médico, estás enfermo, todos lo estáis. No te mereces la vida que tienes ahora mismo.
-Te estas olvidando de que soy libre de hacer lo que quiera.
-No esperes que nadie te aplauda eligiendo ese camino.

Quería ver la carta de mi padre una vez más, la necesitaba esa noche más que nunca. Las lágrimas caían con fuerza sobre la almohada dejando un rastro en ella salado de mi tristeza. ¿Libertad? ¿Cómo podía hablarme el de eso? Podía ser libre de ser quien quisiera ser, de decir lo que quisiera decir incluso de gritarme lo que quisiera. Era libre de tocar en un grupo de rock en un bar de mala muerte, o incluso blues si eso era lo que el quería, podía vestir con camisas hawaianas y llevar gorros de paja, irse vivir a la India o pintarse de payaso si realmente lo deseaba, pero no podía hablarme de libertad cuando lo que él y sus nuevos amigos lo que hacían era quitársela a los demás. Me daba miedo que no volviese a cambiar pero yo no podía hacer nada para remediarlo. Tenía que echarme a un lado y dejar que escogiese lo que quisiese, a pesar de que eso no fuese lo que me gustase a mí.

-¿No te vas a despedir de él Nora?
-Ya lo hice hace mucho tiempo cuando me vine a vivir aquí.
Mis amigas no consiguieron entender lo que había querido decir pero para mi sorpresa no preguntaron nada a cerca de ello. Ellas sí que se despidieron efusivamente, y le rogaron que volviese de vez en cuando, pero yo era la única que sabía que no lo iba a hacer nunca, o por lo menos en mucho tiempo. El destino estaba ya escrito, él en algún momento tomaría una decisión y decidiría el camino por el que ir, fuera el correcto o no.

9 comentarios:

  1. Vaya cada capítulo va siendo mejor que el anterior, que pena que Adrián desperdicie su mejor vida con esos desgenerados quita libertades ...

    Me ha encantado =)

    Un beso.

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  2. Gracias;)
    Hasta me costo escribirlo, capullos! Pero quien sabe lo que pasara más adelante!
    Un beso:D

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  3. Me encanta, me encanta, me encanta y me encanta. Es verdad, cada capítulo es mejor aún que el anterior! :)
    ;D

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  4. Me encanta! Te sigo vale? :D
    Pasate por mi blog si quieres
    http://llevamealbaile93.blogspot.com/

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  5. me encanta te sigo(:
    http://miunicoobjetivoerestu.blogspot.com/
    pasate((:

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  6. Me encanta, cada capitulo es mejor todavía, muero con cada uno de ellos y deseo que haya uno más, ojala te publiquen. Un saludo.
    PD : Yo también tengo una historia,pero por word.
    Ya haré un blog y te la mandaré.
    :)

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  7. Muchas gracias. Pronto (espero que MUY pronto) subire otro. Valeee, avisame en cuanto la tengas y me pasareee (:

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  8. ¿Qué puedo decir que no te haya dicho ya? :) Es increíble, me encanta.
    Pero la verdad es que lo he pasado un poco mal leyendo este capítulo. No lo podía creer.
    Solo espero que Adrián esté ahí metido porque no le quede más remedio... y no por gusto...
    Estoy deseando leer el próximo capítulo, espero que puedas subirlo pronto! ^^

    Un besoo! :D

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  9. Realmente escribes muy bien, mejorable quizás, pero la trama está muy bien hecha.
    Lo único que duele es que la gente piense de nacionalsocialistas de esa manera tan general, que son parte de historia. Un nazi puede ser la persona más reflexiva que puedes conocer. Ah, un Skin, no. Y los Skins son de ambos extremos, caracterizados por la violencia, que es lo que creo que buscabas.
    El símbolo nazi(esvástica) es felicidad, no es de temerosos llevarles, pues proviene de otras culturas, pero ya se ha generalizado. Una pena.
    Y errores políticos son muy criticados, hay que tener muchísimo cuidado con ellos, e informarse bien.
    Un saludo, y a ver cómo sigue ;)

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