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sábado, 29 de enero de 2011

Capítulo 12.









La estrella polar era la que indicaba mi camino de vuelta a casa. Sentía el temblor de mis piernas al roce del aire frío acompañado de unas gotas congeladas que hacían que mi cuerpo se estremeciera, pero no importaba, nada importaba en ese momento. Algo en mi interior me decía que iba por el rumbo correcto, que pronto estaría en tierra firme. A cada minuto que pasaba apreciaba como el cielo se iba oscureciendo más y más. Miles de estrellas me observaban desde el firmamento, atentas a cada movimiento mío. Giré la cabeza para mirar a mi derecha, intentando no darle mayor importancia a las grandes olas negras que se estaban formando. Divisé al otro lado del barco una silueta que hizo mi mismo movimiento. Alcé la mano sobre la frente a modo de visera e intenté enfocar con más claridad mi objetivo sin obtener un buen resultado. El barco se empezó a agitar, pero yo en ese momento solo quería saber a quien pertenecía esa sombra. Por fin consiguió acercarse lo bastante para que lo viese y tras unos segundos de espera llegó a mi lado. Me acaricio la mandíbula con una cara enternecedora y más tarde me agarró la mano. No conseguía saber quien era, su cara me resultaba familiar, sabía que le había visto antes, que había hablado con él, que le había llegado a querer pero no conseguí identificar su cara en el cajón de mis recuerdos. Cada vez que tenía una pista más sobre quien era me olvidaba de todo otra vez, y solo podía sentir una cosa: confianza. Hasta llegué a pensar por un momento que la tormenta empezaba a amainar, y que no importaba que estuviésemos fuera, expuestos al peligro. Pero esa sensación no duró apenas un minuto. El barco se sacudió con intensidad dejando que una ola azotase nuestros cuerpos. Me agarré a la barandilla con toda la fuerza que pude sacar para conseguir salvarme, y lo hice. Me salvé, me salvé de la ola, salvé mi vida. Conseguí levantarme del suelo, respirando con dificultad. Las piernas me fallaban y todo me daba vueltas. Me centré, y miré otra vez a mi costado, no había nada, aire, lluvia, nada más. En efecto yo había salvado mi vida, pero no mi ilusión por ella, en ese momento me había quedad sola, él ya no estaba.

Me levanté de la cama sobresaltada. Había sido un sueño, solo eso. Un simple e insignificante sueño. Pero parecía tan realista. Decidí no darle demasiada importancia, pero no podía evitar pensar en su final, el cual me resultaba familiar. No porque estuviese en un barco, con una tormenta y expuesta al peligro sin tener una pizca de miedo, no. En realidad solo había estado una vez en un barco, y mi travesía se había limitado en tomar el sol, bucear y pescar, cosas a mi parecer, normales. Pero lo que me resultaba familiar era que ese alguien, esa persona importante para mi, había desaparecido. Como mi padre, como mi abuela. Y ahora que Adrián había tenido un accidente no podía evitar preocuparme. Pero él estaba bien, eso era lo que me habían dicho y confiaba en que fuera cierto, sí, tenía que serlo.
Me levanté de la cama decidida a pasar un buen día. No me preocuparía, no tenía porque hacerlo. Recibí varios mensajes, todos ellos me decían que ya tenían todo para el viaje a Madrid. Salíamos por la noche y estaríamos allí hasta el domingo por la tarde.

El sol iluminaba la playa, pero yo era la única que estaba allí. La brisa marina hacía que la arena revolotease bajo mis pies. Me senté a la orilla observando el mar en calma. Las gaviotas sobrevolaban las pequeñas islas de piedra que se formaban a lo lejos. Oía a los transeúntes por el paseo marítimo hablar, los niños gritaban, corrían, jugaban. La gente se encontraba feliz. Pronto iba a comenzar el invierno y no quedarían muchos más días como esos, y todo el mundo salía a la calle a aprovecharlo.
-¿Las niñas pequeñas no tenéis que estar en clase? –dijo alguien interrumpiendo mis sueños.
Me giré para observar de quien procedía la voz, pero antes de darme la vuelta ya lo sabía. Había pasado mucho tiempo, pero en ese momento me parecieron insignificantes las horas que había estado distanciada de él.
-¿Tan mayor te consideras, Alex?
Sonrió mientras se agachaba para darme dos besos y se sentó.
-¿Puedo acompañarte?
-¿No sería más educado preguntar antes de sentarte?
Se volvió a reír. ¿Cómo podía ser tan agradable hasta cuando yo era tan sumamente borde? Aún así yo también sonreí, el siempre conseguía que lo hiciera.
-¿Qué tal llevas lo de tu amigo?
-Intento llevarlo bien, pero para que engañarme, no lo consigo. No se pensar en otra cosa., no puedo distraerme.
Cambió de tema rotundamente. No supe si era porque no le agradaba hablar de Adrián o para distraerme, pero lo consiguió. Las horas fueron pasando y no me di cuenta de que el sol se fue ocultando tras unas espesas nubes negras dejando una manta oscura sobre nuestras cabezas. Empezó a diluviar y con ello empezamos a correr y cantar una canción a gritos. Me sentía eufórica. No tenía ninguna percepción del tiempo cuando estaba a su lado. Solo sentía la sangre hirviendo pasando por mis venas, ese cosquilleo irremediable en el estomago, esas ganas de vivir la vida sin que nada importe. Me cogió por la espalda y empezamos a dar vueltas hasta caer rendidos al suelo. Estaba empapada. Podía sentir la fría ropa adherida a mi cuerpo. El pelo alborotado y mojado se agarraba con fuerza a mi cara dejando visibles solo los ojos. La arena rascaba mi piel con intensidad, pero no importaba. Se acercó a mí y me miro. Me sumergí en sus oscuros ojos de color azul verdoso. No quería que acabase el día, solo quería permanecer allí tumbada para siempre, nada más importaba, él y yo. Se acercó alzando su mano sobre mi cara para apartarme el pelo de las mejillas, entonces me acordé: Adrián. ¿Cómo se me podía haber olvidado? Me levanté asustada y miré el reloj. En tan solo una hora saldría el autobús.
-Alex, me tengo que ir, lo siento muchísimo, de veras.
-¿Pasa algo?
-Llego tarde, lo siento.
Empecé a correr todo lo que pude pero estaba cansada. La ropa me pesaba más de lo habitual y sentía que todos los músculos me fallaban. Alex corrió detrás de mí hasta alcanzarme y me cogió por el brazo.
-Vamos Nora, te llevo yo.
-No hace falta, de verdad.
Me miró con cara enternecedora y acabé por aceptar.
-No tienes que ser siempre tan encantador.
Empezó a caminar hacia su coche mientras reía a carcajadas. Nos metimos en su coche y le miré extrañada.
-¿Qué te hace tanta gracia ahora?
-Vaya, creía que tenías mejor me moría ¿Te acuerdas en la fiesta de tu amigo? Te dije que me acabarías adorándome.
-¿Qué te hace pensar que te adoro?
-Me lo acabas de decir, has dicho que soy encantador.
-¿Y si no me gustan las personas encantadoras?
-Aún así te gusto yo.
-Estas equivocado.
-¿En serio lo crees?
-Sí.
Subí la música al máximo, ya no podía decir nada que yo pudiese escuchar. Pero ¿Y si tenía el razón? Me negué a aceptarlo. No podía querer a nadie, si lo hacía la terrible maldición de mi vida haría que acabase mal, como siempre.
Al llegar a mi casa subí las escaleras de tres en tres. No tenía tiempo así que metí cosas en la maleta sin mirar lo que llevaba y baje corriendo otra vez. Él seguía allí, esperándome. Bajó la ventanilla y esbozó una sonrisa.
-No tenemos todo el día –gritó.

Llegamos justo a tiempo a la estación. Allí divisé a mis amigas nerviosas mirando de un lado a otro. Celia estaba hablando por teléfono mientras Jimena y Alba miraban el reloj continuamente.
-Gracias Alex, me lo he pasado genial.
Salí del coche sacando mi pequeña maleta al exterior. Antes de que pudiese cerrar la puerta volví a oír su voz nombrándome de nuevo.
-Acabarás queriéndome.
El corazón empezó a latirme con fuerza una vez más.
-Si lo hago, no será racionalmente.
Cerré la puerta y corrí donde mis amigas.
-Creíamos que no llegabas, chica.
Sonreí sin dar ninguna clase de explicación. Se miraron perplejas. Esperaban que les contase lo que me había pasado, pero no tenía palabras. Subí al autobús sin volver a mirarlas, y ellas me siguieron atentas a cada uno de mis movimientos. Me senté al fondo y me apoyé sobre el frío cristal. Sabía que me acribillarían a preguntas, pero no cuando. El vehículo se puso en marcha pocos minutos después de subir. El sonido del motor acompañado del vaivén del autocar hicieron que me fuese quedando dormida, pero ellas no lo permitieron.
-Nora, estas deseando contárnoslo –exclamo Alba.
-¿Contaros el que?
-Venga ya, dime que has tardado porque no encontrabas el cepillo de dientes.
-En realidad no sabía que meter en la maleta.
-Y por eso llamaste a tu amiguito del coche, para que te ayudase a buscarlo ¿no?
-Bueno, me lo encontré por casualidad.
Nada de lo que había dicho hasta el momento era mentira. A él me lo había encontrado por casualidad y con las prisas tardé más en encontrar cada cosa que tenía que meter en la maleta.
-Nora nos conocemos.
-Está bien, era Alex, solo eso.
-¿El de la fiesta?
-Sí, me encontró en la playa por la mañana, y ya esta.
-Ya… Entonces has estado con el todo el día ¿no?
-Mirad, no ha pasado nada, si no os lo contaría.
No estaban muy convencidas con la respuesta, pero la aceptaron y dejaron de hablar durante todo el camino conmigo. Estaba agotada y aún sentía restos de arena bajo mi ropa. Casi no había tenido tiempo de secarme al llegar a casa, así que decidí que sería lo próximo que haría tras llegar al hotel.

-Nora despierta, estamos llegando.
Una suave mano me empezó a zarandear con cuidado. De fondo solo se escuchaba la radio y unas lejanas voces. Era Jimena, habíamos llegado. Tenía ganas de decir: déjame un poquito más, como cuando era pequeña y me tenía que levantar, pero no era lo más adecuado para el momento. Los párpados se me caían solos por su propio peso al igual que el resto de partes de mi cuerpo, pero tenía que levantarme.

En cuanto vi su dulce cara lo único que fui capaz de hacer fue saltar a sus brazos. Sí, lo echaba de menos aunque no fuese capaz de reconocerlo. Tenía la cara llena de magulladuras a causa del accidente y no era capaz de andar con su habitual paso lleno de elegancia. Su sonrisa era capaz de reconfortarte hasta en el peor de lo momentos de tu vida, pero sus ojos mostraban tristeza y preocupación.
-Nora, me haces daño.
-Lo siento –murmuré.
Le solté al instante, preocupada y miré otra vez sus brillantes ojos intentando adivinar lo que estaba pensando, entonces algo me llevó a alejarme de él, algo me decía que las cosas no iban a ser igual que antes, que había cambiado. Parecía distinto, no era el Adrián de siempre. Me había fallado, podía percibirlo en su triste mirada llena de odio y vergüenza. Sentía un fuerte impulso de alejarme corriendo de ese lugar pero al mirarle me obligaba a pensar que solo era una falsa impresión fruto de mi imaginación.

2 comentarios:

  1. Álex es más mooono *_*
    Qué le ha pasado a Adrián?
    Capítulo 13 pronto :)

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  2. Vamos,capítulo 13. Vamos, capítulo 13.
    Lo necesito jajajaja.
    Te quiero Tarota.

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