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jueves, 20 de enero de 2011

Capítulo 11.









Mientras mis amigas, y al parecer el resto del universo que me rodeaba día a día se entusiasmaba cada vez más por la fiesta, yo fui decayendo en la más pura monotonía. Todos los días me levantaba exactamente a la misma hora para hacerlo mismo que había hecho el día anterior. Haciendo un balance general de mi vida, se podría decir que fui poco a poco -y sin querer darme cuenta, -convirtiéndome en un robot.
A mitad de semana ya conseguí acabar mi trabajo, si se le podía llamar así. En realidad, y para ser honestos tendría que añadir que las que lo habían hecho todo eran Jimena y Alba, ellas pensaban y yo escribía.
No volví a tocar la carta de mi padre. Aún así cada noche, tenía tentaciones de hacerlo cada vez que me iba a la cama. Siempre pasaba lo mismo, por lo tanto llegó a ser una rutina más para mí. Me tumbaba en la cama y miraba la mesilla unos segundos antes de alargar la mano para apagar la lámpara que reposaba sobre la fría madera, y era en ese justo momento cuando mi mano se desviaba de su camino y abría el cajón en el que se encontraba justamente los centímetros necesarios para ver que seguía allí. Estaba unos largos y pesados segundos mirándola. De una forma muy extraña un papel manchado de tinta era capaz de hipnotizarme de tal modo que no conseguía levantar cabeza. Por decirlo de alguna manera, cada noche quería asegurarme de que seguía allí, de que nadie la había tocado. Tras cerciorarme de eso, cerraba el cajón, apagaba la luz y me dormía.

-Nora, date la vuelta.
-¿Esto es necesario? –les reproché a mis amigas.
-Sí, lo es. Tú eres la única aquí que tiene el cuerpazo de Celia, necesitamos cerciorarnos de que le quedara bien el vestido.
Asentí con la cabeza. Jimena me lanzó otro vestido más y entre al probador. Mentían, las dos podían hacer perfectamente de modelo, o de maniquí dependiendo del punto de vista desde el que lo mires. Pero era más fácil sentarse en el antiguo banco que se encontraba en frente del probador y determinar cual era el vestido adecuado para Celia. Solo esperaba no tener que hacer lo mismo con el resto de los complementos, y no tener que aguantar mucho más tiempo entrando y saliendo de probador, aguantando risas por los extravagantes vestidos que me hacían probar. No las culpaba, yo también me reiría, esos “sacos” podrían servir para una fiesta de disfraces, pero no para su cumpleaños.
Tras una larga lucha con la cremallera de la espalda salí. Sus caras se fueron girando hacia mí, y sus ojos abriendo poco a poco al compás que su boca.
-Creo que ya está decidido ¿no? –exclamaron las dos al unísono.
Asentí con excesivo entusiasmo, más del que ellas esperaban que fuera a poner. La elección del resto de complementos fue bastante más rápida. A pesar de no saber cual era su numero, conseguimos llamar a su madre por lo tanto no fue un problema para nosotras conseguir unos zapatos que pegasen con el vestido.

Llegue a casa agotada, no era la típica persona a la que le entusiasmaban las compras, entrar y salir de los probadores, esperar largas colas para pagar y por lo tanto estar una mayoría de tiempo de pie.
Tras cenar fui al salón a ver la tele. Mis hermanos estaban peleándose en el sillón para conseguir el mando. No pensaba meterme, y menos sabiendo que la que iba a ganar era mi madre a pesar de que no entraba en la pelea, era la hora de las noticias. Cuando por fin remató su discusión me senté, esperando que pasasen las horas muertes. No había nada que captase mi interés, así que decidí ir a mi habitación, en la que no estuve mucho tiempo. Cuando por fin me acomodé empecé a oír gritos de mi madre llamándome. Acudí lo más rápido posible. Al entrar me encontré a mi madre con los ojos abiertos como platos, y tapándose la boca con la mano. Mi hermano empezó a recibir llamadas. Mientras tanto, mi hermana no sabía lo que pasaba. Ni yo.
-¿Mamá, qué pasa? –pregunté ansiando la respuesta como agua en el desierto.
-Nora…
-¡Mamá, Dani! ¿Alguien podría explicármelo?
- Nora, es Adrián.
¿Adrián? ¿Cómo mi madre iba a tener información de el y yo no? Instintivamente miré hacia el televisor preocupada, pero en ese momento las noticias ya habían dado lugar a los deportes. Mi móvil empezó a sonar, y el teléfono, y también el de mi hermano. Supuse que todas las llamadas me iban a dar la misma información, pero no corrí a cogerlo, espere a que me lo contase mi madre.
-Nora, ¿no te preocupes vale? Adrián está bien.
-¿Y porqué todos estáis así entonces?
-Ha tenido un accidente, ha salido en las noticias. Está en el hospital.
-¿Cómo que esté en el hospital?
-Nora, tranquilízate –me pidió mi hermano mientras apoyaba una de sus manos en mi hombro, -él está bien.
-¿Él? ¿Con quien iba cuando tuvo el accidente?
Observé como mi madre fulminaba a mi hermano con la mirada. No querría que me preocupase, pero
-Su padre, está bastante herido. A los demás ya les han dado el alta.
Una lágrima corrió por mis mejillas. Mi móvil volvió a sonar, y esta vez sí, corrí a por el. No me apetecía hablar con nadie, excepto con Adrián. Sopesé la idea de llamarle, pero no tarde en ser un poco más racional y darme cuenta de que no era la mejor opción. Él estaría en el hospital, al igual que su padre el cual debía ser el centro de atención debido a la gravedad en la que se encontraba, y sería muy descortés por mi parte molestar al resto de su familia en los momentos que estaban pasando. Lo más razonable y amable por mi parte sería visitarles, pero no lo veía posible, por lo tanto decidí esperar a que se calmasen las cosas para llamar y darles mi apoyo.
-Nora, ¿te has enterado?
-Sí, al parecer he sido la última en hacerlo.
-Vaya, he pensado que podíamos atrasar el cumpleaños de Celia y cogernos un autobús a Madrid –dijo mi amiga con una notable voz de tristeza.
-Alba eso es imposible, está todo encargado.
-Nora… Esto no deberías saberlo, pero no estaría bien de nuestra parte celebrar el cumple sin él.
-¿A que te refieres?
-Nora, era una sorpresa, iba a venir.
Un alarido salió de mi boca. No daba crédito a lo que oía. Él iba a presentarse en la fiesta y yo no lo sabía. Pensé en enfadarme, pero no tenía fuerzas, y tras pensarlo mejor… En fin, eran mis amigas, no lo habían hecho con mala intención.
-Está bien. Envíame la lista de invitados entera, yo me ocuparé de aplazarlo, ¿el resto lo podéis hacer vosotras?
-Caro. Hay gente que no está en la lista, pero supongo que les avisarán sus amigos. Mañana hablamos, buenas noches.
Antes de tirar el móvil sobre la mesilla miré todos los mensajes. Había recibido llamadas de bastante gente, entre las cuales estaban Jimena y Celia. Sopesé la idea de llamarlas yo, pero estaba cansada así que decidí hacerlo al día siguiente, cuando todo estuviese más calmado.
Encendí el ordenador para abrir el correo. Alba había sido más rápida que yo y le había dado tiempo a enviarme la lista. Hice un mensaje común para todos los contactos y le di a enviar. A mucha gente no le iba a sentar bien que se le fastidiasen los planes para el fin de semana, pero tendrían que entenderlo. Seguí mirando el resto de correos sin mucho interés, hasta que vi uno que me llamó la atención, puesto que era de un contacto desconocido, pero con un nombre que hizo que me latiese el corazón: Alexcantantehotmail.com
Lo abrí sin pensármelo dos veces y empecé a leer.

Nora, supongo que ya sabrás quien soy. ¿Ya está bien tu hermana? Supongo que sí. En realidad te envío esto para preguntarte, y espero no resultar muy atrevido, si quieres venir conmigo a una fiesta. Es este sábado. Me invitaron el otro día y no tiene mala pinta, lo pasaremos bien. Un gran beso: Alex.

¿Atrevido? No, había resultado encantador, como siempre. Otra fiesta más a la que no podría ir, pero de todas formas era imposible, las dos serían el mismo día.

No te envío esto como una excusa si mucho menos, pero es imposible. Adrián ha tenido un accidente y vamos a ir a visitarle este fin de semana. Lo siento mucho, y pásatelo en grande. Un saludo: Nora.

¿Todo lo bueno tiene que pasar cuando hay algo malo por medio? Tenía ganas de verle, y también a Adrián. Me sentía culpable por no haberme acordado de ellos, y no haberles llamado, ni hablado con ellos en tanto tiempo. Adrián iba a venir a pesar de la distancia, y Alex me había invitado a la fiesta. ¿Y que había hecho yo por ellos? Sólo se me ocurría una respuesta: Nada.
Me tumbé sobre la cama y apagué la luz, y entonces recordé por primera vez en mucho tiempo una frase: “Quiero que cada vez que te pase algo malo te acuerdes de esta carta, que te acuerdes de mi regalo.” Alcé la mano a ciegas para abrir el cajón que había guardado tantas noches mi carta, y la rescaté para apretarla fuertemente contra mi pecho. Una lágrima volvió a brotar de mis ojos. Me había regalado su fortaleza y su valentía. No quería que estuviese triste, así que me intenté convencer a mi misma de que no podría llorar. Era fuerte, no podía derrumbarme en cada momento de debilidad. ¿Podía? Me repetía una y otra vez que no, sin mucho éxito. Guardé decepcionada de mi misma la carta otra vez en su fría celda. ¿Qué me estaba pasando? Antes de cerrar el cajón, miré una última vez por ese día las palabras de mi padre. Mis ojos se iban acostumbrando poco a poco a la oscuridad, así que conseguí ver con suficiente claridad su bonita letra, y me acordé de él una vez más. Recordé la multitud de veces que me sentaba en su regazo mientras escribía cosas ilegibles para mí en ese momento, y yo admiraba la destreza con la que usaba su pluma mientras le preguntaba cosas sin sentido. Él se reía y contestaba a todas ellas con la mayor dulzura y precisión posible. Eso me hizo recordar una pregunta en concreto. Una niña de mi clase se había puesto a llorar, y el resto de niños con crueldad re reían por ello. Yo no lo entendía así que le pregunté a mi padre si llorar era malo, a lo que el me contesto que no, llorar no era malo si el motivo por lo que lo haces lo merece, si lloras por algo que realmente sientes. Eso me hizo entender la carta. Él lo que no quería era que llorase por él, consideraba que lo importante era seguir la vida para impregnarse de todo lo bueno que tiene. Me regalaba su valentía, su fortaleza, para que supiese afrontar los malos momentos, pero no por ello no debía llorar si como él me abría dicho hace tanto tiempo, la ocasión lo merecía. Lancé un beso ahogado entre lágrimas al aire, en dirección a la carta y cerré el cajón definitivamente.
Me levanté de la cama para abrir la persiana y volví, esta vez para quedarme sentada.
Observé una farola a lo lejos que alumbraba una antigua casa de piedra que se encontraba en medio del bosque. Gracias al grueso cristal de mi ventana se podían observar unos extraños rayos de luz que salían de ella en forma de zigzag. La primera vez que dormí en esa casa, tras leer la carta de mi padre y guardarla entre los libros de mi estantería abrí la persiana para observar las estrellas, pero la contaminación lumínica me lo impedía, con lo que solo pude observar aquella solitaria farola. Mi imaginación salió a volar y creó una historia que se había convertido en mi particular fantasía. Esa luz que impedía ver las estrellas, no era nada más ni nada menos que otra estrella. Era tan grande y luminosa que conseguía hacer que las demás estrellas pasasen desapercibidas. Todo el cielo la envidiaba por su belleza. Era más grande que el sol, pero se encontraba a mucha más distancia y por eso no se distinguía al igual que él. Alrededor de ella también había planetas, y entre ellos estaba uno que resplandecía por su color azul. Se creía que era el hermano de la tierra por su gran parecido, pero yo sabía que era el lugar del que tanta gente hablaba, pero desconocían donde se encontraba, y allí, era donde se encontraba mi padre. Un lugar mejor, donde reina la paz y solo iba la gente que en la vida se había portado bien. Por eso se llamaba cielo, porque era donde lo veíamos cada noche. La gente, ocupada con su rutinaria vida no se daba cuenta de su existencia, pero yo si que lo veía, y lo miraba cada noche para saber que todo estaba en orden, que seguía allí. Me sorprendí al recordar la historia que fui capaz de crear. Nadie sabía de su existencia excepto yo. A medida que fueron pasando los años fui dejando la costumbre poco a poco, hasta convertirse en una fantasía de niña pequeña, pero esta vez la miré con más intensidad que todas las otras veces. Se encendía y apagaba continuamente, débil después de tantos años trabajando sin descanso, hasta apagarse definitivamente. Lo tome como una señal que sabía que no tenía sentido. Ya no necesitaba saber que mi padre estaba bien, había crecido, y con recordarle de la mejor manera posible me bastaba. Él era, y lo seguiría siendo para siempre, el mejor padre del mundo.
Me sequé las lágrimas mientras me tumbaba en la cama. Me arropé con inseguridad. Inseguridad por no saber lo que me esperaba, pero no solo mañana, si no el resto de mi vida. Solo sabía con certeza que lo único que me iba a acompañar siempre era el regalo de mi padre. El regalo más generoso que me habían hecho nunca: Valentía y fortaleza. Lo último que recuerdo de esa noche fueron las palabras que le susurre al viento esperando que llegasen a algún lugar perdido de la imaginación de una niña pequeña: Gracias, papá.

1 comentario:

  1. Me ha encantado este capítulo, como todos los que has escrito hasta ahora. Es genial, tienes mucha imaginación, aprovéchala. ¡Sigue así! :)

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